“El hombre no es un animal racional,
ni tampoco un Dios -señor del ente-,
sino el pastor del Ser”.

No voy a entrar en el
famoso dictum publicado en Der Spiegel: “Nur noch
ein Gott kann uns retten”, por las disonancias que produce tal epítome de
su pensamiento. Es evidente que nos encontramos al final de un recorrido, pero
generalmente se carece de las coordenadas para ubicar el camino por el que ha
transcurrido. Así que me limitaré a dar algunas pinceladas apuntadas por él en
su periplo fenomenológico que culmina en “Ser
y tiempo”. Omitiré, por lo tanto, al Heidegger hermenéutico y, sobre todo, omitiré a Hölderlin.
Estar en el
mundo, ser-en-el-mundo y otorgarle un sentido a éste, se despliega fundamentalmente
bajo el concepto de “Sorge”, el
cuidado; aquello que esta salvaguardado por nosotros y lo hacemos crecer
dotándolo de sentido dentro de un horizonte: “Zum tode sein”. Es decir, ser para la muerte. Horizonte o perspectiva a la que, por cierto,
generalmente se le atribuyen tintes nihilistas “a la menière” de un Millán Astray desbocado. Es una
malinterpretación común entre sus detractores; pues la muerte para Heidegger no
está al final del camino, sino más allá del camino; pues vivimos, digamos, el
morir pero no la muerte.
Así pues, la muerte no es
una interrupción brusca, sino un corte que recoge y totaliza. Sólo en la muerte
encuentra el hombre su completitud, aquello que le dota de sentido en su
ser-ahí, en su ser-en-el-mundo; pues más que en el espacio, el hombre acontece
en el tiempo. El hombre no decesa como los animales, pues tiene tiempo e historia (que rememora); ni vive eternamente como
los inmortales –"mensajeros de lo sagrado"- sino que vive bajo el signo de la muerte;
hallar el sentido de su vida en la muerte es su privilegio, pues hay ocaso (untergang) donde hay nacimiento: "La muerte es el cofre de la nada, esto es, de aquello que nunca, bajo ningún respecto, es algo meramente ente, pero que, sin embargo, esencia -despliega su ser-, incluso como el misterio del ser mismo. En cuanto cofre de la nada, la muerte alberga dentro de sí lo esencialmente del ser. La muerte constituye, en cuanto cofre de la nada, los albergues -la tierra- del ser".
Sólo al final de una vida, nos advierte también Aristóteles en su "Ética a Nicómaco", es posible saber si un hombre ha llevado una vida virtuoa y, por lo tanto, feliz.
Sólo al final de una vida, nos advierte también Aristóteles en su "Ética a Nicómaco", es posible saber si un hombre ha llevado una vida virtuoa y, por lo tanto, feliz.