“La isla desnuda” fue estrenada en 1960 y dirigida por Kaneto Shindo. Y, a pesar de su reconocimiento internacional en distintos certámenes, es una película inusual, de esas que se dicen de arte y ensayo. Con esto no quiero decir que la película sea pretenciosa o pedante; porque no lo es en absoluto. Pero sí es cierto que pertenece a ese tipo de películas valientes que se alejan del cine más común y accesible; de aquellas en las que la obra intenta entablar un diálogo con el espectador y, por lo tanto, le supone una participación activa y no un mero dejarse llevar por una secuencia de sentimientos, precocinados de antemano, en el montaje de películas más comerciales y destinadas a un público más amplio.

En el film, el director prescinde casi hasta el extremo de cualquier elemento que sirva para definirlos, tan solo alguna pincelada básica, algunos rasgos generales. No le interesa su historia particular, su vida puede ser la de cualquier otro campesino. Cuando los filma se centra en su trabajo, su esfuerzo, la lucha casi titánica para poder sobrevivir al entorno; repitiendo casi obsesivamente planos y secuencias para dejar constancia de que su vida es labor en el transcurrir de las estaciones. No hay elección para ellos: El tiempo y la meteorología determinan su horizonte vital y, ante todo, la rutina que vuelve una y otra vez inexorable como signo de su existencia.
El color escogido para la película es el blanco y negro.
Puede que ese sea el color de la metafísica; el que mejor permite a un autor
tomar distancia frente a lo narrado, y así sucede en este film. El autor en
ningún momento realiza una aproximación hacia la historia o los personajes, los
muestra desapasionadamente. Sin juicios morales. Cuando aparecen planos subjetivos,
lo hacen para mostrar la alegría, la tristeza o el esfuerzo de una existencia
vital propia de un modo de vida. Pese a que la película narra la historia de una familia, la mirada del director siempre omite lo particular; de hecho, al concluir la película ni siquiera conocemos
sus nombres.
Ese es su acierto, pues todo ese hastío, angustia, perseverancia, su relación
con la creciente ciudad, las novedades del mundo moderno y el progreso… que imprimen esa dureza de
carácter a esas gentes del campo, todas sus luces y sus sombras, son bien reconocibles entre las gentes
de aquí. Esta también es su historia.
P.D.: Dedicado a una buena amiga que ayer cumplió años.
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