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martes, 28 de junio de 2016

Educación y competitividad


Una vez transcurridos el ruido y la furia de las últimas elecciones, y ya con algo más de sosiego, me gustaría escribir unas líneas, a modo de reflexión, sobre el modelo educativo que probablemente volverá a estar en liza.

En concreto, quisiera hablar sobre  la propuesta que lanzó uno de los candidatos durante el debate a cuatro. En concreto, dicho candidato dijo que apostaba por un pacto nacional sobre la educación con el objetivo de convertirla en más competitiva. Recuerdo que acto seguido di un respingo en el sofá, estupefact@, porque sé por experiencia que esa idea fomentada por activa o por pasiva en educación suele ser la causa de muchos de los problemas que arrastran nuestros alumnos cuando empiezan a trabajar con nosotros. Puedo asegurar que nunca he observado que el alumno más competitivo sea el que más aprenda (si es que tal analogía se puede dar en la Educación), ni que ni siquiera sea el alumno que mejores notas saca. ¡No existe tal correlación! Por el contrario, suelen ser los que más se aferran a sus errores para no tener que admitirlos; y es lógica esa reacción, ya que el hecho de admitir sus errores les coloca en una situación de desventaja con respecto a sus competidores (¡Sus propios compañeros!), despreciando así diferentes formas de afrontar un mismo problema que podrían aportarles sus compañeros enriqueciéndoles en su comprensión y en su conocimiento de los contenidos a los que se están enfrentando. Sabemos también por experiencia que este tipo de educación basada en la competitividad suele obviar o comprender de forma muy superficial, ya que es contrario al propio espíritu de dicha pedagogía, que el progreso en el aprendizaje se funda en el error; en el ensayo y el error. Es decir, en aquellos conocimientos que extraigo de mis errores y de los errores de mis compañeros.

Mi bagaje como profesor/a me ha enseñado que estructurar la educación alrededor de un modelo competitivo propicia el menoscabo del correcto desarrollo de aptitudes vinculadas a la empatía o la inteligencia emocional, que el resultado de pedagogías basadas en la competitividad conlleva alumnos  e individuos educados en la idea subyacente de que el conjunto de sus compañeros, y posteriormente la sociedad, es un constructo abstracto al servicio de sus intereses particulares; es decir, toda la riqueza y pluralidad que implica un proyecto de aprendizaje en común, de vida en común, en alteridad, acaba diluyéndose e instrumentalizándose en una visión estrecha y mezquina, abocando a la frustración de todos aquellos que no pueden seguir el ritmo de la competición, donde el aprendizaje y el desarrollo de las aptitudes personales no suele ser aquello que más prima. Y donde generalmente se pierde el placer de disfrutar de la compañía de otros seres humanos, ya que en un medio estrictamente competitivo éstos suelen convertirse en medios para alcanzar fines, y no en fines en sí mismos.

Por estos motivos, desde aquí, desde este blog, me gustaría reivindicar un modelo educativo que no entienda la educación como un partido de fútbol donde deben de haber ganadores y perdedores, sino como un espacio donde todos tenemos que ser ganadores porque aprender es una victoria continua; y donde generalmente el bien común suele comportar el bien individual.