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martes, 25 de julio de 2017

EL HORIZONTE DEL DASEIN: "ZUM TODE SEIN"

El hombre no es un animal racional, 

ni tampoco un Dios -señor del ente-, 

sino el pastor del Ser”.



El pensamiento en Heidegger, al igual que el Dios délfico de Heráclito, quiere y no quiere ser finito, existencial, humanista...: “¿Cuándo llegan las cosas a ser cosas? No llegan por las maquinaciones del hombre. Pero tampoco llegan sin la vigilancia atenta de los mortales. El primer paso hacia esta vigilancia atenta es el paso hacia atrás, saliendo del pensamiento que se limita a representar, o sea a explicar, y yendo hacia el pensamiento que rememora.” Las cosas llegan a ser o devienen bajo “la mirada” del hombre; es decir, cuando el hombre les otorga sentido, cuando éstas acaecen en el lenguaje y son rememoradas en el pensar, pues "pensar es agradecer" (denken ist danken): El medio en el que se da el Ser, no entendido aquí como herramienta sino como abismo donde se emplaza el hombre, donde Existe.

No voy a entrar en el famoso dictum publicado en Der Spiegel: “Nur noch ein Gott kann uns retten”, por las disonancias que produce tal epítome de su pensamiento. Es evidente que nos encontramos al final de un recorrido, pero generalmente se carece de las coordenadas para ubicar el camino por el que ha transcurrido. Así que me limitaré a dar algunas pinceladas apuntadas por él en su periplo fenomenológico que culmina en “Ser y tiempo”. Omitiré, por lo tanto, al Heidegger hermenéutico y, sobre todo, omitiré a Hölderlin.

Estar en el mundo, ser-en-el-mundo y otorgarle un sentido a éste, se despliega fundamentalmente bajo el concepto de “Sorge”, el cuidado; aquello que esta salvaguardado por nosotros y lo hacemos crecer dotándolo de sentido dentro de un horizonte: “Zum tode sein”. Es decir, ser para la muerte. Horizonte o perspectiva a la que, por cierto, generalmente se le atribuyen tintes nihilistas “a la menière” de un Millán Astray desbocado. Es una malinterpretación común entre sus detractores; pues la muerte para Heidegger no está al final del camino, sino más allá del camino; pues vivimos, digamos, el morir pero no la muerte.

Así pues, la muerte no es una interrupción brusca, sino un corte que recoge y totaliza. Sólo en la muerte encuentra el hombre su completitud, aquello que le dota de sentido en su ser-ahí, en su ser-en-el-mundo; pues más que en el espacio, el hombre acontece en el tiempo. El hombre no decesa como los animales, pues tiene tiempo e historia (que rememora); ni vive eternamente como los inmortales –"mensajeros de lo sagrado"- sino que vive bajo el signo de la muerte; hallar el sentido de su vida en la muerte es su privilegio, pues hay ocaso (untergang) donde hay nacimiento: "La muerte es el cofre de la nada, esto es, de aquello que nunca, bajo ningún respecto, es algo meramente ente, pero que, sin embargo, esencia -despliega su ser-, incluso como el misterio del ser mismo. En cuanto cofre de la nada, la muerte alberga dentro de sí lo esencialmente del ser. La muerte constituye, en cuanto cofre de la nada, los albergues -la tierra- del ser".

Sólo al final de una vida, nos advierte también Aristóteles en su "Ética a Nicómaco", es posible saber si un hombre ha llevado una vida virtuoa y, por lo tanto, feliz.

lunes, 17 de julio de 2017

GOETHE: LA BÚSQUEDA DEL URPHÄNOMEN



Cuando nuestro conocimiento pretende reemplazar al misterio, el resultado suele ser una arrogante caricatura de la verdad”. Theodor Roszak.

Es la figura de Goethe, quizás, la del poeta por excelencia. Fue modelo para Nietzsche y Thomas Mann, y su proyección hacia un saber universal le llevó a adentrarse en  muchos campos del conocimiento y a recorrer las fuentes y los recovecos del espíritu. Compartió con Heidegger la necesidad de retornar a la “Physis” de los presocráticos –“dejar que las cosas sean”-, y entendía la ciencia como una búsqueda del “Urphänomen” (el fenómeno primordial); es decir,  la naturaleza buscada y pensada bajo la lejana luz del “arché”. 

Goethe, admirador de Spinoza, expresó su afán panteísta en su poema “Los misterios”: 

Nimbada está la cruz, prieta de rosas

Donde se dan al mismo tiempo el misterio de la cruz y la resurrección de la naturaleza; la primavera, la sagrada naturaleza que se alza contra la ruptura del mundo moderno, acontecida con Francis Bacon, Newton y… Descartes, que inaugura el pensamiento moderno escindiendo la vida entre el mundo de la objetividad y el de la subjetividad: Entendiendo el mundo objetivo como lo que obsta a la voluntad ilimitada del espíritu subjetivo, el alma, y que, por lo tanto, debe de ser dominada y superada. Es decir, se hace patente el antiguo dictum bíblico que exhorta a “dominar la tierra” y se extrapola a la metodología de las ciencias naturales: Dominar la naturaleza para comprenderla; la búsqueda incansable de su noumeno (la cosa en-sí del objeto, para decirlo con Kant) y objetivar los conocimientos en nuestro espíritu. Es decir, en lo subjetivo. Kant, en ese sentido, es muy explícito: “Cabe organizar observaciones y experimentos en favor de la experiencia posible y –digamos- sonsacar (abfragen) sus secretos a la naturaleza: Tortura (natur-tortur).
 
Conocer la naturaleza no tiene nada que ver con abrirla, perforarla o diseccionarla. Para Goethe, contra la concepción de la razón convertida en cálculo, enajenada del logos, es, en cambio, “intuición latente en todo juicio”.  En su ensayo sobre óptica, “La teoría de los colores”, escribe lo siguiente:

“Si al modo del sol no fuera el ojo,
¿Cómo podríamos contemplar la luz?
Si el poder propio de Dios no viviera en nosotros,
¿Cómo podría arrobarnos lo divino?

Las ciencias naturales, en cambio,  proceden de un modo parecido en la naturaleza a como lo hacen los hombres con Cristo. En ese sentido, escribió el siguiente epigrama, no exento de mordacidad e ironía:

Un estudiante me ha dicho: Todo viene bien explicado
Por las teorías que el maestro sabiamente nos enseña.
Una vez que habéis construido habilidosamente la cruz de madera,
Es evidente que, de castigo, queda bien colgar de ella un cuerpo vivo”.

Tal vez Nietzsche tenía razón cuando dijo que Descartes no había dudado lo suficiente, de la misma manera que los que no se dan cuenta de que la alienación y la crueldad no se dan porque sí, ni surgen de la nada: Vienen dadas por una cosmovisión que las avala. Pero no es la única, ni la primera: Queda esperanza, mientras nos quede la palabra y el pensamiento.