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miércoles, 10 de agosto de 2016

"El caballo de Turín" de Bela Tarr.

Escribe Heidegger en “¿Qué es metafísica?”:

“Si echando mano de una explicación simplista hacemos pasar a la nada por lo meramente nulo y de este modo la equiparamos a lo carente de esencia, estaremos renunciando demasiado deprisa al pensar. En lugar de abandonarnos a la precipitación de semejante ingeniosidad vacía y de despreciar la misteriosa pluralidad de sentidos de la nada, lo que debemos hacer es armarnos y prepararnos para experimentar en la nada la amplitud de aquello que le ofrece a cada ente la garantía de ser”.

Bela Tarr ha compuesto en imágenes o en lenguaje cinematográfico, para ser más exactos, la mirada que lanza Heidegger sobre la Nada en su ensayo sobre metafísica. Pese a ser uno de esos autores que oscilan en el filo de su medio de expresión y el pensamiento filosófico, he de admitir que poco sabía de él hasta ahora; pero también he de admitir que me ha bastado una película, su testamento cinematográfico, y una conferencia para convencerme del valor y seriedad de su trabajo. Después de autores como Bergman o Theodor Dreyer me siento realmente afortunado/a de poder asombrarme todavía con el Cine en el S.XXI.

“El caballo de Turín” hace referencia al episodio en el que Nietzsche se abrazó a un caballo que estaba siendo azotado por su cochero. Es sabido que después de eso, Nietzsche terminó derrumbándose en el silencio y la locura; fue su muerte como pensador. No obstante, no es una película sobre Nietzsche o, mejor dicho, no es un biopic; pues en el tratamiento que hace Bela Tarr sobre el nihilismo o la muerte de Dios, está muy presente el pensamiento de Nietzsche. En el páramo yermo que rodea la casa del cochero, en el que sólo se sostiene un árbol caduco, recuerda el aforismo de Nietzsche en relación al nihilismo: “El desierto avanza”. Así, pues, la película gira en torno al caballo, el cochero, su hija y el casi omnipresente viento. Si el cochero es un hombre en el que han muerto los valores, el viento es el emisario y portador de la nada y de su enigma: ¿La nada surge de la negación o la negación surge de la nada?

La música es inquietante, monótona y está al servicio de la desolación, del abismo que se va abriendo a lo largo del metraje, del ser que se desvanece y retorna a la nada. Nada y angustia que precede a la nada es la escena del último trago de aguardiente; es lo único que queda al final de la película, la esencia de la Nada. En cuanto a la técnica, los encuadres son totalmente efectivos; parecen estar al servicio del logos más que de la lógica de la técnica cinematográfica. En ese sentido, Bela Tarr avisa y es muy explícito con respecto a su trabajo: “Yo no hago televisión”.


Todo en el film tiende hacia su decadencia, hacia su irremisible desaparición. El caballo se niega a comer; ha perdido la voluntad de vivir. El agua del pozo se seca, al igual que el sentido de solidaridad y hospitalidad del cochero. También desaparece la lumbre, al final del metraje todo es oscuridad; no queda ni la canción de la nada, pues se ha hecho el silencio en las termitas.

Así pues, ¿qué hay de la vieja idea  “Ex nihilo nihil fit”: De la nada surge nada o de la nada la nada surge? Y la respuesta reverbera en la película, como en el tratado de Heidegger, con las antiguas palabras de Sófocles en su "Edipo en Colono":

“Pero dejadlo ya, y no volváis más a partir de ahora
A despertar el lamento;
Pues, en efecto, en todas partes lo acontecido
Tiene ya guardado en sí una decisión de consumación”.



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