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martes, 14 de agosto de 2018

ENTRE EL ESTATISMO Y EL MERCADO, ¿QUÉ ESPACIO OCUPA LA PEDAGOGÍA?


Dado que actualmente resulta harto difícil hablar de educación sin pasar por alto  el debate sobre la idoneidad de la escuela pública frente a la privada; y dado que es un debate que genera unas posturas tan encontradas y distanciadas; máxime cuando se percibe lo instrumentalizado que puede llegar a tornarse por idearios religiosos o humanistas que no son representativos de una sociedad en su conjunto, entendemos que para darse un debate sincero y abierto sobre la educación, es necesario afrontarlo tomando cierta distancia y con un espíritu crítico, abierto y sincero. Es decir, dejando a un lado las posturas que conciben la educación meramente como un engranaje de su ingeniería social.

No somos ajenos al hecho de que detrás de cualquier proyecto educativo haya algún determinado proyecto sociológico; de hecho, aunque estamos lejos de pretender postular o decantarnos por alguno, entendemos que para tratar de comprender cómo inciden en los alumnos no es posible afrontar este debate sin lanzar una mirada a los proyectos educativos que están en la base de la realidad docente de hoy en día; ya que, de no hacerlo así, tampoco podríamos preguntarnos qué carencias tienen los estudiantes y qué metodología debemos emprender nosotros mismos, lo cual sería tanto como pretender separar el efecto de sus causas.

Lo primero que constatamos, una vez entrados en materia, es que existe un gran ruido distorsionador de fondo, del cual se distinguen dos claras posturas enfrentadas y agrupadas en ideologías que difieren en lo tocante a la administración y esfera de lo público frente a lo privado. En ese sentido, una propone un modelo de educación mayoritariamente público; mientras que la otra es partidaria de salvaguardar la esfera privada frente a lo público o estatal. De la primera premisa que partimos en este debate es que los alumnos son un reflejo de estos dos modelos de entender –y proyectar- la sociedad; ya que, inevitablemente, estos modelos, nos guste o no, trascienden lo meramente educativo y abarcan la totalidad del ámbito ciudadano.

Así pues, sea como sea, cuando volvemos la mirada al proyecto sociológico (y ontológico) que propugna el estatismo, nos encontramos, ante todo, con un proyecto en el que predomina una voluntad de igualdad y de justicia social, pero donde la libertad individual y la libre expresión se ven con desconfianza y recelo en el momento en el que el individuo conserva la suficiente autonomía para pensar al margen de la ideología dominante. En definitiva, de un modo o de otro, su idiosincrasia tiende a subsumir al individuo en grupos despersonalizados –de masas o de cuadros técnicos- plegados a esferas de poder que los trasciende. Aunque hay que admitir, por otra parte, que esta situación es muy común en el capitalismo tardío, en la dinámica interna de las grandes corporaciones y colectivos empresariales. En cualquier caso, la historia también nos ha enseñado que ambos proyectos sociológicos pueden llegar a intercambiar praxis y morfologías que, a priori, uno diría que son incompatibles.

En cuanto al otro modelo predominante, generalmente identificado con el liberalismo y con las escuelas económicas que beben y han bebido de sus fuentes desde el S.XVIII hasta el presente, comparten la vocación de corregir las deficiencias del modelo anterior limitando la acción estatal y mostrando un gran optimismo en las capacidades del individuo; hasta el punto de creer, como Adam Smith, que la codicia individual servía de argamasa para cohesionar la sociedad. De hecho, es tanta la fe que depositan en el individuo aislado frente al Estado que apenas le prestan atención al aspecto esencial que tiene para los seres humanos su vida en común y colectiva. Tanto es así que allí donde el poder del liberalismo no encuentra un fuerte contrapeso, la inercia de su ideología tiende a comprender la sociedad como un inmenso mercado donde nuestras relaciones se convierten en mercancías cuantificables; creyendo que, en cualquier caso, la justicia social está asegurada por las propias leyes inherentes al mercado, simplemente por su propia dinámica; o, lo que es lo mismo, el Mercado se pone en el mismo lugar que Luis XIV y afirma: La justicia social soy yo. Frente a esta ideología, creo que no es necesario recurrir a los teóricos detractores de esta teoría social, nada más locuaz que la aún reciente –por sus consecuencias- que la caída de Lehman Brothers y la consiguiente crisis económica; donde no sólo el mercado se mostró incapaz de regular absolutamente nada sino que fue causa de un extraordinario enriquecimiento de una minoría frente a un empobrecimiento drástico y generalizado en la economía y una pérdida sin parangón de derechos sociales y civiles para los demás. Por no hablar de la fuerte inversión de dinero público destinado a sostener a grandes corporaciones financieras.

Dejando su talón de Aquiles al margen, en nuestra opinión, el principal peligro de esta ingeniería social se encuentra en la sobrestimación de las facultades atribuidas al mercado y, esto es fundamental sobre todo para entender la deriva pedagógica que subyace en este modelo, en su incapacidad para entender que el Hombre es, ante todo, un ser social –más allá de ser un mero productor-consumidor-;  y mientras que el liberalismo no hace más que dar tumbos entre el individuo y el Estado, olvida que lo que realmente constituye al hombre es el pensamiento y el lenguaje; el habla y el ser con los otros y para los otros. Por supuesto, que nadie nos malinterprete, dista mucho del debate que aquí lanzamos el cuestionar la idoneidad de la propiedad privada. Simplemente queremos recordar los orígenes de la ilustración burguesa del S. XVIII, de donde emana buena parte del pensamiento y la teoría liberal, para intentar comprender el modelo de libertad cuantitativo (basado en el capital y el fetichismo de la mercancía) frente a otro posible modelo más cualitativo (basado en una autonomía real de palabra y pensamiento ajeno al dominio de los medios de comunicación) que, quizá, pueda ser postulada desde la pedagogía. En definitiva, una apuesta por la persona frente a otros proyectos ontológicos que postulan individuos y/o técnicos cualificados.

Y ahora, si bajamos de las nubes de la abstracción teórica y volvemos de nuevo la mirada al aquí y ahora, en concreto a los alumnos que van a tratar con nosotros esta misma tarde para observar sus problemas y carencias, podemos decir que aquellas que con más frecuencia observamos cuando llegan a esta Academia, y en las cuales nos gustaría centrarnos en este escrito, porque entendemos que son nexo y consecuencia de las dos teorías sociológicas predominantes, solemos localizarlas en sus hábitos de trabajo. A saber, su tendencia a competir de forma negativa entre ellos (anulándose mutuamente) y una gran intolerancia hacia el error propio o ajeno. En general, todo esto se trasluce en hechos más o menos comunes, dependiendo del alumno, lógicamente, como la incapacidad inicial para establecer dinámicas grupales y colaborativas o actitudes competitivas que pueden llegar a desembocar en la falta de honestidad, la crueldad o la agresividad; generando, a su vez, en su entorno de compañeros, una mayor cerrazón y una mayor acentuación de dichas actitudes negativas. Probablemente, en muchos casos, como una actitud de autodefensa.

Pero, ¿por qué entendemos que dicha incapacidad para colaborar y construir lazos que trasciendan el mero utilitarismo es extrapolable de los dos grandes modelos educativos –y sociológicos- imperantes? Pues respecto al modelo que emana del Estatismo,  que considera que la educación debe de estar en manos de un cuerpo funcionarial, observamos la tendencia a subsumir a los individuos –profesores y alumnos- en grupos que deben plegarse a directrices impuestas por departamentos u otras instituciones que representan la razón de Estado. Todo esto se traduce en un funcionariado que transmite el temario exigido por el departamento de educación sin tener en cuenta que nunca se forman grupos homogéneos plegados a una misma dinámica de trabajo cuando, precisamente, esta dinámica los trasciende y no ha sido creada por el propio grupo. ¿Cuál es, entonces, grosso modo, la consecuencia de todo esto? La formación de grupos capaces de adaptarse a un determinado ritmo de trabajo, por un lado, y alumnos que se quedan al margen del grupo principal, actualmente ubicados en subgrupos de “diversificación”; para los cuales la respuesta es una diminución en la exigencia de contenidos, ya de por sí bastante devaluados. Por nuestra parte, retamos desde aquí, a quien realmente le interese este problema, que conozca y evalúe las capacidades de esos alumnos y juzgue por sí mismo si la raíz de su fracaso escolar reside en la dificultad de los contenidos.

En cuanto al otro modelo –digamos privado-, ya mane éste del liberalismo o de algunas opciones religiosas ávidas de conservar su esfera de influencia, en general no es capaz de concebir al alumno de un entorno grupal más allá del corporativismo; todo lo demás es competitividad. Y resulta para nosotros palmario y evidente que pretender extrapolar la competitividad al entorno educativo no aporta más que resultados pobres en la formación de los alumnos, no tanto de conocimientos técnicos para su integración al mercado laboral, que en muchos casos también, sino en la formación de futuros “seres sociales”. Aunque esta es una característica que, de otro modo, también se le puede reprochar a la otra opción ideológica; ya que, de un modo u otro, ambas propuestas terminan desembocando en la llamada sociedad de masas, ya sea para servir al Estado o al Mercado.

En referencia a esto último y entroncando con el análisis que nosotros hacemos de la situación actual y en relación con la metodología que queremos proponer aquí, en Minerva, nos gustaría recordar las palabras de Hannah Arendt que nos advierten que el Hombre, al ser necesariamente un ser social, tiene la necesidad de compartir su vida con otros hombres; pero es cuando pierde su Mundo, aquello que nos es común, cuando surge la sociedad de masas. Nosotros entendemos que aquello que nos es común se fundamenta, como ya hemos expresado en otras ocasiones, en la palabra y el Pensamiento; y nuestra propuesta, metodológica; así como la invitación al debate que desde aquí lanzamos.