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lunes, 25 de julio de 2016

Bergman y el silencio de Dios


En esta ocasión me gustaría abordar la obra del director con el que quizá exista una mayor correlación entre el lenguaje cinematográfico y el pensamiento filosófico. Me refiero a Ingmar Bergman. No voy a centrarme en toda su obra; esa empresa sería muy extensa y pienso que sobrepasaría las posibilidades y la finalidad de este blog. No. Exclusivamente quisiera centrarme en la trilogía sobre el silencio de Dios por su enorme trascendencia interdisciplinar, porque es universal y porque Bergman parece recordarnos las palabras del poeta alemán Hölderlin: "El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando piensa", ya que logra en menos de cuatro horas de metraje lo que a algunos filósofos les ha llevado extensos tratados repletos de ininteligibilidad para los menos iniciados. La trilogía es la historia de tres pérdidas, sin mayor conexión entre sí que la desazón y el dolor que nos causan las relaciones con nuestros semejantes; en concreto, las de nuestros seres más íntimos.

 "Como en un espejo" es la primera parte de la trilogía. Una familia se reúne en una casa apartada de la civilización, frente al mar, en una atmósfera muy intimista para celebrar el regreso del padre. Él es escritor y desde la muerte de su mujer ha estado viviendo en Suiza; pero tras el feliz reencuentro, y el trato inicial, afable y condescendiente, de mera cortesía, la película ahonda en el mundo interior de los personajes. Entonces descubrimos a un padre egoísta, volcado en su arte, e incapaz de empatizar con sus hijos. Sus verdaderas motivaciones pasan por alejarse de ellos -su presencia le ahoga y le hace sentir culpalbe- y poder así llegar a escribir algo realmente “bueno” y “verdadero”. En última instancia, la única reacción sincera capaz de suscitarle su hija no va más allá del interés morboso y positivista de registrar fría y objetivamente su enfermedad. En efecto, su hija mayor padece esquizofrenia y es el único personaje que todavía es capaz de percibir a Dios; aunque sea un terrible "Dios araña", alejado del Dios del amor del cristianismo o de la perfección, como el Dios aristotélico. Su marido realmente se preocupa por ella, pero el único consuelo capaz de dispensarle es meramente fisiológico, en forma de inyecciones "para tranquilizarla". Pues entre el mundo físico y tangible, representado por su familia, y las voces de la locura que ella escucha en su mente, capaces todavía de asegurarle una trascendencia, ha escogido a éstas. Al "Dios araña". Por último, también está su hermano. Un muchacho adolescente, apesadumbrado por el abandono de su padre, que se verá inmerso en una gran crisis debido a un terrible suceso con su hermana. Así pues, todo se derrumba sin remedio y, finalmente, salen a relucir todos los reproches y el dolor acumulados; las crisis de la hermana son cada vez más intensas y frecuentes y su frágil mundo se derrumba. Como una alegoría del hilo que los une, todo estalla en una tormenta. Ya no hay más remedio, la hermana debe ser internada, ha perdido a su Dios, le espera la realidad clínica de su internamiento.Pero no todo está perdido, todavía es posible la salvación. Al final del metraje descubrimos a través del padre que todavía queda algo a lo que poder aferrarnos: El amor. Hemos perdido a Dios, al terrible "Dios araña", pero hemos encontrado el amor como fuerza vital a la que poder asirnos.

"Los comulgantes" es la segunda parte de la trilogía sobre el silencio de Dios, y tiene la particularidad de que en ella Bergman trata directamente la ausencia de Dios desde el prisma de la religión y sus sacerdotes. El protagonista es Thomas, en el cual a lo largo de la película vamos vislumbrando las dudas existenciales que le generan el hecho de tener que oficiar y ejercer un ministerio sobre el que ya no existe la piedra angular que lo sostiene y le dota de sentido. Dios ya no está presente mas que en las imágenes religiosas, en los ritos, en definitiva, en las costumbres adquiridas por la rutina. Thomas sufre, porque ya ni siquiera es capaz de amar; ha muerto el amor de su vida que fue su mujer y el resto de relaciones no le colman. Se siente estéril en su vida, en su labor. Los creyentes cada vez son menos, hay un mundo de progreso que es ajeno a la palabra de Cristo; Sus sermones no alcanzan a los feligreses que acuden a misa, comulgan y oran mecánicamente; y a los verdaderamente tribulados y faltos de consuelo, él ya no puede ayudarles ni ofrecerles un motivo para seguir viviendo. Entonces, en el cenit de la película, se produce una tragedia: Un suicidio, y Thomas tiene que afrontar el terrible hecho de que no sólo no ha podido evitarlo sino que es rechazado en cualquier intento de ayuda y consuelo por parte de la viuda.


Es indudable que hay un reflejo físico del sufrimiento y desasosiego de Thomas en su febril catarro que va in crescendo según avanza la película. Pero algo ocurre: Sostiene una conversación crucial con un feligrés, un acólito, que ayuda al clérigo en las labores de su oficio y que  hace tiempo quedó maltrecho por un accidente ferroviario. Le recuerda éste la soledad de Cristo en la cruz y le hace ver que, sin duda, ese debió de ser el punto álgido de su sufrimiento. Pues qué fue el Via Crucis sino una pasión breve de a lo sumo unas cuantas horas; nada comparable con los intensos dolores crónicos que él lleva sufriendo durante años. El sufrimiento físico de Cristo, le dice, no es nada comparado con los que siente él. No, debió de ser pues de otro modo. El sufrimiento del que hablan las escrituras, no pudo ser otra cosa que soledad e incomprensión; y, pese a todo, el hijo de Dios derramó su sangre por nosotros. Ese es su hallazgo y la fuerza vital a la que ahora se aferra Thomas, la Palabra… ¡Existe la Palabra! Y él seguirá difundiéndola aunque se vacíen los templos y resulte absurda en el mundo en el que vive.


La tercera parte de la trilogía es “El silencio”. Donde finalmente se hace patente del todo la desnudez humana; ya no quedan dioses a los que aferrarse y su rastro lo acabamos perdiendo del todo en “Los comulgantes”. Ahora ya ni siquiera queda la palabra.

La acción transcurre en un ficticio país extranjero. Dos mujeres, dos hermanas, Ester y Anna, y un niño, Johann, él hijo y sobrino de ellas respectivamente, arriban a un país en el que nadie habla su idioma. Es un país moderno, alejado de la pequeña comunidad rural de “Los comulgantes” o la soledad idílica de “Como en un espejo”. No. Es una ciudad bulliciosa, un hervidero de gente en la que ha desaparecido la individualidad: Sólo hay masas. Las mujeres se hospedan en un hotel, en habitaciones contiguas y pronto averiguamos más detalles sobre ellas; la vida de Ester es la palabra, ella es traductora, y al igual que el reverendo Thomas le une un vínculo especial con el lenguaje. Sin embargo, Ana es totalmente sorda a la palabra, no le interesa. Ella personifica toda la incomprensión que se sugiere en el aura de la película; en un momento le espeta a su amante: “Es una suerte que no podamos entendernos”. La convivencia es tensa y se agrava con una crisis existencial de Ester; parece que se está muriendo sin que tal cosa llegue a afectar a Anna. Sólo a un empleado del hotel parece importarle, es el único que se apiada y permanece junto a su cabecera en la cama produciéndose así el extraño hecho de que sea un extraño que no habla su idioma, con el que no puede intercambiar palabras, quien la compadezca y la comprenda. La comprensión ha ido a surgir donde no había entendimiento y viceversa. Así pues, de Dios ya no queda rastro, tan sólo una reminiscencia en un concierto de Bach -omnipresente en toda la trilogía- que se emite por la radio; tampoco hay rastro de amor, tan sólo sexo sórdido y autocomplacencia; y de la palabra, al final del metraje, no queda nada; pues Anna ahoga cualquier intento de comunicación y acercamiento de su hermana.

Sin remedio, al final de la trilogía el hombre lo ha perdido todo, se ha quedado a solas con su silencio y su angustia, enfrentado a su vacío; y Bergman parece lanzarnos la pregunta que sugiere el poeta Stefan George: ¿Ahora qué? ¿"Qué es lo que queda cuando la palabra quiebra"? ¿A qué te vas a aferrar ahora?

ORTEGA: EUROPA COMO METÁFORA. Del profesor Félix Duque.



Europa y Ortega y Gasset. Félix Duque remonta la mirada a uno de los pensadores clave para entender los orígenes de nuestro proyecto europeo.


ORTEGA: EUROPA COMO METÁFORA[1]


FÉLIX DUQUE

                                             Estar en lo libre apunta a estar prendido en aquello que libera y crea.[2]

Juan Manuel Navarro Cordón, en homenaje al cual se escriben –no sin lamentable premura- estas páginas europeístas, sabe mucho mejor que yo que a la hermenéutica le están vedados tanto el ejercicio nostálgico (laudatiotemporisfacti) como toda pretensión de aprender de la historia para corregir los errores del presente (historia magistra vitae), escarmentando por así decir en cabeza pasada, tornada más bien por ello mismo en caput mortis. Pues no hace falta ser conocedor de Hegel (bien que Navarro Cordón lo sea, y de modo rigoroso) para saber que: “Aquello que la experiencia y la historia enseñan es que ni los pueblos ni los gobiernos han aprendido nunca nada de la historia, ni obrado conforme a enseñanzas que hubieran sido extraídas de ella.”[3]

Y sin embargo, todo estudioso del pensamiento de Heidegger (y el homenajeado lo es también) sabe distinguir con cuidado entre aquello que los pueblos y sus gobernantes pudieran aprender del pasado (a saber: nada),y aquello de lo que un pensador deba dejar cumplida constancia (por más vox clamantis in deserto que sea la suya, como en el caso palmario de Ortega)respecto de los haberes del ser-sido de una comunidad de hombres-en-sociedad, es decir de aquello en lo que ellos están prendidos¸ de modoque, si se resolvieran a ser eso (si se soltaran de la carga del pasado muerto, del Es war), sería esa misma proyección la que podría hacerlos libres, dejarlos en franquía para existir. Pues no es lo mismo desde luego hacer de la historia el precipicio del pasado (entendido como Vergangenheit) que considerarla como reserva y custodio de la cualidad deser-sido (die Gewesenheit). En efecto: “el pasado es aquello de lo cual decimos que ha dejado de ser. Lo sido, en cambio, es un modus del ser, la determinación-destino del modo y manera en que el Daseines en cuanto existente.”[4]
Heidegger no entiende la historia como una mera proyección del presente en el porvenir, sino como la apertura del pasado desde el futuro, el cual, en su estar por venir, despliega-la-esencia (“madura”: west) de lo en ese pasado sido: algo, por cierto, patente en la desafiante inversión que el pensador hace del famoso dictum (por otra parte, bien anticiceroniano) del historiador Leopold von Ranke, según el cual: “Se ha confiado a la historia (Historie) la empresa de darle una orientación al pasado, de adoctrinar (belehren) a los contemporáneos a fin de quelos años venideros sean de provecho; a tan altas empresas no se arriesga el presenteensayo: pretende mostrar simplemente cómo las cosas propiamente han sido (wie es eigentlichgewesen).”[5] Por el contrario, como se afirma en Ser y tiempo: “Es siendo propiamente advenidero comoel Daseinespropiamente sido (ist …eigentlichgewesen).”[6]Y es que las cosas en que se empeña el Dasein(ya se plasme éste en un individuo o una communitas, ligada interesadamente a la societas y obligada legítimamente a la res publica) sólo llegan a ser (sólo llegan a su ser) si lo que hemos sido (lo que venimos siendo-sido) viene a darse desde aquello que, viniendo, deja ser del pasado en cada caso lo sido: pues lo sido viene yectado sólo en aquello que colectivamente se proyecta.

Adelantemos ahora lo agazapado tras tan tortuosa meditación, sólo en apariencia abstracta: tengo para mí que España sólo llegará a ser (llegará a su ser)cuando deje de ser sólo España (por no hablar más por menudo de Catalunya o de Euzkadi) y acabe por afianzarse en una plural Europa en la que, sin embargo, España nunca ha dejado de estar-ahí, digamos virtualmente, ansich. O visto desde el otro respecto: ¿cabe acaso proyectar Europa como futuro desde lo en España, y no sólo en ella, sido? Repárese en que no se trata de preguntarse por el futuro de Europa desde lo que España -y las demás naciones que integran aquélla- ha sido, sino de lo que en ellas pueda estar siendo sido desde una Europapor venir, o más precisamente: desde Europa como porvenir, evitando así que esta nuestra Unión Europea llegue a ser cosa del pasado en una suerte de naufragio provocado por sus propias tensiones internas, antes siquiera de haberse hecho valer en el proceloso mar de la globalización. Europa como porvenir / Europa como naufragio. Sólo que, ya se sabe: eso no son más que metáforas. Claro que: “También podría decirse: nada menos.”[7]

El filósofo que tan abruptamente he traído ahora y aquí a colación es Don José Ortega y Gasset, que mucho sabía del uso de metáforas y de la teoría sobre la metáfora. De lo primero, bien cabría decir –y más, a la vista de los acontecimientos de estos últimos años- que, como tal y de manera ejecutiva, no existe Europa. La actual Unión Europea   –a la que no pertenecen países tan conspicuamente europeos como Noruega o Suiza-  es poco más que una liga de naciones interesadas (más que interesantes),mal que bien trabadas por una moneda común (y eso, sólo con respecto a la llamada Eurozona) y por la cada vez más capitidisminuida libertad de tránsito de personas, mercancías y capitales (algo, de nuevo, restringido tan sólo al Espacio Schengen), pero sin unidad fiscal y con un Banco Central Europeo que sólo ahora empieza tímidamente a supervisar las políticas económicas de aquellos estados miembros merecedores de ser tildados poco menos que de eso popularizado por Bush, Jr.: de ser roguestates, o estados fallidos (entre ellos, cabe contar desde luego al Reino de España, y quizá, muy pronto, a la República Italiana; añadamos a ello la parte europea de Chipre, y tendremos una clara confrontación del norte de Europa contra su flanco sur, con la adición de Irlanda,  decidida a trasladarse simbólica y duraderamente al Mediterráneo). Pero si no existe Europa, sí se va forjando desde luego en estos últimos años –en buena parte, a base de fallos, frustraciones y amenazas de quiebra- la difusa imagen de una Europa que tardará mucho tiempo en configurarse como realidad jurídica y política, pero que ya hoy va sedimentándose trabajosamente, con lo que acabará por fraguarse en idea, al cobrar peso y objetividad mediante los usos.[8]

Y precisamente ese paso indeciso y fluctuante de imagen a idea es lo que puede considerarse como metáfora. En este sentido, bien puede hablarse de “Europa” como una verdad metafórica. Pues en efecto, según señala con precisión Navarro Cordón: “El ser metafórico significa un sercomo, un modo de ser que ciertamente no es el ser real, sino un ‘como-ser’, un ‘cuasi-ser’.”[9] No es necesario por demás insistir a este respecto en la relevancia de la teoría orteguiana sobre la metáfora.[10] Por lo que hace a Europa (término metafórico que, por comodidad, usaré sin comillas), bien puede decirse que su ultranza de naufragio a entidad supranacional es la metá-phoràpor excelencia, pues que su ultrarconsiste precisamente en: “ir al universo”[11],  si por esto último entendemos una metáfora aún más rotunda y definitiva, a saber: la Cosmópolis, como tendencia utópica de un mundo formado por una comunidad de naciones (no necesariamente bien avenidas).

Mientras tanto, la Europa-por-venir constituye un cuasi-ser “suplente”, como compete al oficio propio de la metáfora. Bien es verdad que Europa, como toda metáfora: “Es una realidad escurridiza que se escapa a nuestra tenaza intelectual.”[12] Por no por ello deja de ser un medio absolutamente necesario de intelección en vista de la realidad radical de la vida, en general (también pues, y sobre todo, de la vida colectiva, de la convivencia)a saber: en vista de lo que ella, la vida, aún no es, pero a lo que tiende para superar una circunstancia adversa (con tanta mayor fuerza cuanto dramática sea la situación), y en virtud de los posibles que el propio proyecto vital saca a la luz, que pro-duce al detectar en el pasado las semillas del futuro. Tales semillas (otra metáfora) constituyen eso que, con Heidegger, venimos denominando lo sido. Y para esa producción resulta indispensable la función metafórica, ya que es en ella donde: “el término adquiere la nueva significación a través y por medio de la antigua, sin abandonarla.”[13] Ortega ha precisado con claridad meridiana el proceso dialéctico subyacente  a esa función: “Al pensar que A es B, se le fuerza a corregirse y pensar que A no es B; pero apenas se ha trasladado a esta nueva opinión tiene que volver a la primera, y así perennemente.”[14]Concretando: en virtud de una analogía de proporcionalidad, pensamos que la Unión Europea es Europa por tener muchos de los ciudadanos que componen aquélla una clara conciencia cultural de su común pertenencia a este viejo Cabo de Asia. Pero, dado que ese fondo común no agota ni con mucho la realidad ejecutiva que podría llegar a ser Europa, nos volvemos al punto de nuestra apresurada opinión identitaria, pasando pendularmente a la constatación de que la Unión no es Europa, lo cual puede constituir un motivo para recaer en el nihilismo europeo o, al contrario, tornarse eo ipso en acicate para hacer de necesidad virtud,  proponiendo entonces ad hoc una nueva identidad imaginada que, forzosamente, ya no podrá corresponder a la anterior (aunque, al menos prima facie, no por ello habrá de ser la imagen necesariamente más alta que la precedente; que los retrocesos son desde luego posibles lo muestran las sucesivas crisis por las que el proyecto viene puesto a prueba, y como se aprecia contundentemente en la actual, ya denominada por algunos analistas como megacrisis). 

La pregunta, ahora, es tan obvia como pregnante: ¿cómo salir del momento actual de depresión (económicamente hablando: de recesión) generalizada, para avanzar hacia un estadio más alto y complejo, que, en el caso de Europa, pasa necesariamente, en estos mismos momentos, por el establecimiento de una unión bancaria y fiscal para la zona del euro y, más adelante, por la modificación radical del Parlamento de Estrasburgo, de modo que éste se transforme en una verdadera cámara legislativa? En terminología española, la pregunta podría concretarse así: ¿cómo ir avanzando hasta la consecución de una España entendida –al igual que los demás miembros- como Comunidad Autónoma Europea?  

Para aventurar los prolegómenos a una posible respuesta filosófica, podemos prestar atención a las sugerencias conjuntas de Heidegger y Ortega respecto a ese bucle primordial del porvenir y lo sido, sólo de cuyo entrecruzamiento cabe entender el presente? A su manera, el filósofo madrileño recoge esta idea de retroalimentación en espiral mediante el par ordenado  de invención y repetición, siendo ésta -la repetición- la que, como una verdadera petición del principio, es la sola capaz de responder -si incitada- a cuanto viene requerido en toda situación de naufragio. Y la situación actual de Europa lo es, y con creces. Por cierto que, extremando la metáfora hasta retorcer el famoso apotegma de Pompeyo, bien cabría suponer que Ortega estaría de acuerdo en que navegar no es necesario: naufragar es necesario.  Y ello -cargando de nuevo contra Pompeyo- no desde luego porque vivir no sea necesario, sino al contrario: porque vivir es naufragar. Con toda contundencia: “La vida es en sí misma y siempre un naufragio. Naufragar no es ahogarse [...] La conciencia del naufragio, al ser la verdad de la vida, es ya la salvación.”[15]  Si esto es así, entonces la aparente contradicción entre “Europa como porvenir” y “Europa como naufragio”[16] se ha de resolver en el fondo, o sea: en el fondo de la conciencia europea,en la que se adunan porvenir y naufragio como siendo la verdad de ambos. Una verdad ya de siempre sida, o lo que es lo mismo: una verdad esencial.

Como es sabido, Ortega enumera tres actitudes vitales (vitales, digo: no nihilistas) de respuesta a todo naufragio: la primera, más extensa (como que sin ella sería literalmente imposible la vida… humana), pero menos efectiva, es la de quien agita desordenadamente los brazos para no ahogarse, con lo que puede lograr lo contrario de lo pretendido. Muy significativamente, Ortega adscribe esa primera actitud a la de quien “habla de la decadencia europea como de una realidad inconcusa”. Cuando a ese tal se le piden las razones de ese diagnóstico –sigue Ortega- se le verá comportarse como todo náufrago, a saber practicando: “esa agitación de brazos hacia la rotundidad del universo, que es característica de todo náufrago. No sabe, en efecto, a qué agarrarse.”[17] Tan  desesperado manoteo, que correspondería a la manera más primitiva y radical de vivir, puede ser sin embargo seguido por una elemental atención a los posibles puntos de referencia que permitan orientarse en la apurada situación. Esa atención, ese enlace del náufrago con boyas y señales por otros preventivamente dejadas, constituye la cultura. Pues: “Cultura es lo quesalva del naufragio vital, lo que permite al hombre vivir sin que su vida sea tragediasin sentido o radical envilecimiento”.[18] En tercer y último lugar se hallaría en fin la actitud propia del “hombre de cabeza clara”. Del hombre, diríamos, que no utiliza la cultura (anquilosada en fórmulas pret à porter, pero ya obsoletas,   catalogadas y archivadas en virtud de eso que Nietzsche llamaría historia de anticuario[19]) para impulsar su vida y la vida comunitaria hacia horizontes apenas entrevistos, sino que emplea el acervo cultural (la Kultur, no la Bildung) como “un telón fantasmagórico donde todo está muy claro. Le trae sin cuidado que sus «ideas» no sean verdaderas; las emplea como trincheras para defenderse de su vida, como aspavientos para ahuyentar la realidad.”[20] Frente a esa estéril posición se alza la tercera y más alta actitud, la del hombre de “mirada trágica, perentoria, absolutamente veraz”, que “le hará ordenar el caos de su vida. Éstas son las únicas ideas verdaderas: las ideas de los náufragos […] El que no se siente de verdad perdido se pierde inexorablemente; es decir, no se encuentra jamás, no topa nunca con la propia realidad.”[21]

Sin embargo, esa actitud heroica (más bien un tanto patética, a la verdad) no puede, no debiera poder surgir de la cabeza del genio creador como Minerva de la cabeza de Júpiter, con lo que también ella se atendría a una idea anquilosada y prêt à porter: lista para ser obedecida por el político y cosí via, siguiendo una cadena de mando. El mejor Ortega ha matizado sobremanera esa peligrosa idea del Führerprinzip, al insistir en que eso que he denominado tercera actitud no podrá lograrse cabalmente sin una precisa -y preciosa- atención a la cultura en cuanto Bildung. Ésa sería la función –realmente egregia- de los clásicos. En un gesto que recuerda al que luego difundirá la hermenéutica gadameriana, prescribe en efecto Ortega como comienzo de toda curación: “es preciso citar a los clásicos ante un tribunal de náufragos.”[22] Tal sería el sentido cabal de repetición, como antes se señaló.[23] No hay pues invención, innovación, sin repetición… de lo sido, no del mero pasado.[24] Pues bien, aquello que en Europa sigue siendo sido, y que ante todo está recogido en las obras de los clásicos[25], viene intrersubjetivamente plasmado en la idea de una conciencia cultural europea. Es precisamente esa conciencia -que Ortega, con razón, cree “que ha existido siempre”, a pesar de que no haya “existido nunca una unidad europea en el sentido que hoy tiene esa expresión”[26]- la que permite utilizar como principio regulativo (por decirlo con Kant) la metáfora “Europa” como orientación hacia una futura entidad supranacional. A
este respecto, tengo para mí que no ha de cargarse a cuenta del mero azar el hecho de que, tras la Segunda Guerra Mundial, en: De nación a provincia de Europa, recordara Ortega y Gasset algo ya anunciado antes de la guerra, en: La rebelión de las masas,[27] a saber: “que los pueblos de Europa sólo podían salvarse si trascendían esa vieja idea esclerosada poniéndose en camino hacia una supra-nación, hacia una integración europea.”[28]

Obviamente, la pregunta es si ese “salto” de más de veinte años (de 1930 a 1953) puede ser todavía válido para nosotros hoy, orientándonos de algún modo en el pensamiento y en la acción, sesenta años después de las conferencias del último Ortega. La respuesta, en mi caso, no puede ser sino un cauteloso “sí y no” (Jein, como dicen los alemanes). El problema es que, a mi ver, no es posible deslindar cuidadosamente “lo vivo y lo muerto” en Ortega, por aplicar a su pensamiento aquella distinción de carnicero que Croce ensayara con Hegel[29]. Pues aquello que podría resultar más sugerente, hoy, a saber: la idea de Europa como entidad supranacional, está lastrado con la aplicación, tan omnímoda como equívoca, de la Idea de Nación a la propia Europa por venir, como si se tratara de un paso olímpico, deportivo (Altius, Citius, Fortius), que cambiara la cosa en extensión (una Europa unificada) y en número de “provincias” (los antiguos Estados nacionales), pero sin cambiar su esencia. Y en verdad que a las veces pareciera que Ortega está cayendo en un craso esencialismo, como cuando define a la nación como si se tratase de una realidad anterior a la constitución consciente de un nosotros. Al respecto, su posición se asemeja a una indigestión de un mal entendido hegelianismo. Y así, afirma de la nación: “No la hacemos, ella nos hace, nos constituye, nos da nuestra radical sustancia.”[30]Pero, por otra parte (coherente, con todo, con la idea de que la invención implica repetición), ha de aceptar que, hasta 1900, había “un poder público europeo y había un Estado europeo.”[31]

Ya resulta extraño el que Ortega, tan dispuesto siempre a exaltar la realidad individual de mi vida, personal e intransferible, subyugue al individuo bajo la Nación, y a ésta –al menos hasta el siglo XX- bajo el Estado-Europa(el cual, aunque no sea así mentado por juristas y políticos, debe sin duda ser llamado de ese modo por parte de “los historiadores, más interesados en las realidades que en los formalismos jurídicos”). Más llamativo es que considere como “poder público europeo” lo que los ilustrados llamaban entente cordialey las potencias decimonónicas balance of power. Y más lo es aún que, siguiendo tácitamente un proceso dialéctico triádico y pseudo-hegeliano, pretenda hacer pasar el final de una historia del ser europeo por algo más predecible y forzoso que el advenimiento de la sociedad sin clases en el catecismo marxista. En efecto, parece que hasta los albores del siglo XX, y al menos desde la Edad Media, y gracias al fértil humus de Roma, habría habido una genérica “nación europea” (Ortega oscila al respecto entre Estado y Nación), encarnada con diferentes estilos por los prototipos nacionales, los cuales añadirían a su condición de “pueblo” (a saber: una colección de manías y usos tradicionales enquistados, hasta formar lo que llamaríamos una superestructura o, si se quiere, un Super-Nosotros) la Idea que distinguiría a los pueblos europeos de todos los demás, a saber:la de una manera excelente “de ser hombre”. Eso sería el constitutivo esencial de la “Idea de Nación”. Es verdad que cada nación estaría en “lucha agonal” (de nuevo, el ideal deportivo: la emulación, la competitividad y el esfuerzo) con las otras, forjando así “un programa de vida hacia el futuro.” Un programa que delinearía así el perfil ideal de ese Estado Europeo avant la lettre.

De dónde haya tomado Ortega esta idea parece claro. En primer lugar, se halla en el cap. XVIII de L’Esprit des Lois, de Montesquieu: “L'Europe n'est plus qu'une nation composée de plusieurs […] et l'État qui croit augmenter sa puissance par la ruine de celui qui le touche s'affaiblit ordinairement avec lui.Tan prudente concepción se tornará en optimismo tras la Guerra de los Siete años, hasta alcanzar su punto máximo en la lección inaugural de Schiller en Jena, en mayo de 1789 (¡dos meses antes de la toma de la Bastilla!), sobre el sentido y culminación de la Historia Universal como conversación culta entre las naciones europeas (o sea, entre las dinastías reinantes, estrechamente emparentadas entre sí, y los intelectuales encargados de justificar la distribución familiar).[32]En la misma línea, pero con una mayor cercanía a la ulterior concepción de Ortega, se expresa Hegel (o su editor, Gans) en el Zusatzal §339de la Filosofía del Derecho, una vez pasada la tormenta napoleónica: “Las naciones europeas constituyen una familia, de acuerdo al principio general de su legislación, sus costumbres, su formación cultural (Bildung), y de este modo su comportamiento en el seno del derecho internacional (völkerrechtlich: el iuspublicumeuropaeum, F.D.) viene a modificarse dentro de una situación bien distinta a aquélla en que dominaba el infligirse daño unas a otras.”[33]  Casi como un eco, insiste Ortega un siglo más tarde en que Europa era: “una sociedad, una colectividad [que] manifiesta todos los atributos de tal: hay costumbres europeas, usos europeos, opinión pública europea, derecho europeo, poder público europeo.”[34] Por cierto, esta imagen orteguiana del Concierto de las Naciones sólo me resulta medianamente comprensible si se acepta una tácita y bien jerarquizada escala metonímica de “Individuos” señalados (otra vuelta de tuerca al ideal platónico del filósofo que renuncia a ser rey porque su métieres más alto), y que, en el caso de l’Europe des Lumières(a la que parece referirse Ortega), comenzaría axiológicamente en el Individuo egregio –por ejemplo, Voltaire[35]- capaz de forjar culturalmente, junto con otros de su prosapia, una idea común de Europa y de influir después en el Príncipe respectivo  -Individuo segundo, o vicario- para que éste encarne en su persona a la Nación -Individuo tercero-. Por debajo quedarían quisicosas como el incremento de las posesiones mediante guerras de Kabinett, el fomento de la industria y el comercio de la incipiente burguesía, y, en fin, el cuidado bondadoso de los súbditos: individuos por delegación o en “calderilla”.

Si tan engrasada scalaentiumhubiera existido alguna vez en Europa, entonces, dentro del iuspublicumeuropaeum, serían efectivamente intercambiables las afirmaciones: L’Étatc’estmoi y Je suis la Nation. Pero no parece que tan armoniosa imagen (por más que Ortega hable de una concordia discors)se haya dado nunca en Europa, a menos que confundamos pro domo una bienintencionada “promoción cultural” con la realidad política y económica. Pues tras el humanismo renacentista, el antiguo amor a la libertad política cantado por Rousseau y luego por BenjaminConstant (ya se sabe: “Se canta lo que se pierde”)[36], se tornará tras la Paz de Münster (y en el plano filosófico, con el muy influyente Patriarchade Robert Filmer, en 1680, pace Locke y Spinoza) en lealtad al monarca incluso en el ámbito religioso (Cuius regio, eius religió), de modo que “patria” no significará entonces (y en algunos lugares, desde entonces)sino aquello que reza su mismo nombre, a saber: que cada país es res patrum, o sea una comunidad política fundada sobre el poder de los Padres (incluso la Revolución Americana, en sus albores, podría verse como una extensión republicana de la idea romana de los patresconscripti).

Sea como fuere, la supuesta paxeuropaease habría roto por el auge decimonónico de los nacionalismos, esa enfermedad degenerativa de las nacionalidades, que habrían acabado por transformar subrepticiamente la “vieja democracia”, todavía templada –ahora parecemos oír de nuevo a BenjaminConstant-: “por una abundante dosis de liberalismo y de entusiasmo por la ley”, a cuyo amparo “podían actuar y vivir las minorías.” En su lugar se habría instaurado una “hiperdemocracia en que la masa actúa directamente, sin ley.”[37] El resultado habría sido catastrófico: las naciones, faltas de porvenir, que es el “órgano principal y primario de la vida humana”[38], se habrían clausurado, excluyentes, dentro de sí mismas y endurecido sus fronteras[39], hasta desembocar en esa contienda duradera y fratricida que hoy venimos en llamar “guerra civil europea” y que Ortega, mirando de lejos nuestra propia guerra, barruntaba ya en 1937: “La pura verdad es que, desde hace años, Europa se halla en estado de guerra, en un estado de guerra sustancialmente más radical que en todo su pasado.”[40] A pesar de todo, unos cuantos intelectuales egregios habrían conservado esa  “conciencia cultural europea”, a través de la cual, y tras la guerra, se urgiría a la creación de unasuerte de supranación, la Europa de las naciones, cantada y alabada con sonoras palabras que hoy a muchos se nos antojan algo huecas. Ortega nos incita en efecto a:“avanzar hacia la unidad de Europa, sin que pierdan vitalidad sus naciones interiores, su pluralidad gloriosa en que ha consistido la riqueza y el brío sin par de su historia.”[41]

El problema de tan altisonantes estas afirmaciones “proféticas” no estriba sólo en la escasa base histórica y concreta que pudiera justificarlas, ni tampoco en ese deseo de que no “pierdan vitalidad” las naciones unificadas, poco compatible con el reconocimiento de  pérdida de soberanía por parte de esas naciones[42], sino en una
dialéctica(dicho sea esto con buena voluntad) interna al propio pensamiento orteguiano, oscilante entre el decisionismo y el fatalismo.[43] Por lo que hace a lo primero (el lado más conocido, por ser distintivo –aunque no exclusivo- del pensamiento orteguiano) puede elegirse este pasaje, especialmente contundente: “Vivir es sentirse fatalmente forzado a ejercitar la libertad, a decidir lo que vamos a ser en este mundo. […] Inclusive cuando desesperados nos abandonamos a lo que quiera venir, hemos decidido no decidir.”[44] Pero la decisión parece esfumarse cuando se trata de lo segundo, o sea: del destino de Europa y su ineluctable unificación: “A ella se irá –repito, en una u otra forma-, aunque no exista la voluntad espontánea, el deseo de ir a ella. Ese género de estructuras históricas depende mínimamente de las voluntades particulares y máximamente de las necesidades o forzosidades.[45]

Ahora bien, si, de acuerdo con el sombrío diagnóstico de Ortega para los años treinta (un panorama que, en su opinión, no habria cambiado en demasía tras la guerra): “En nuestro tiempo domina el hombre-masa: es él quien decide”[46]; y más aún: si, por nuestra parte, creemos que en la actualidad sigue teniendo desgraciadamente validez lo que opinaba Ortega del gobierno español de entonces, a saber: “que su actuación se reduzca a esquivar el conflicto de cada hora; no a resolverlo, sino a escapar de él por el pronto, […] aun a costa de acumular con su empleo mayor conflictos sobre la hora próxima”[47]; si todo ello es así, entonces: ¿cómo a partir de tan febles y corruptos mimbres se va a elaborar el enser de la unidad de Europa? ¿A dónde han ido a parar “la riqueza y el brío sin par” de la historia de las respectividades nacionalidades? ¿No habría que haber escudriñado primero la evolución de éstas, sin limitarse –en el caso de España- a describir los males de la patria -por excelencia, los nacionalismos-, sino a preguntarse por la raíz de aquello sido que sigue envenenando el presente?[48] ¿No es acaso un ejemplo de un cierre arbitrario a parte ante la atribución del “proceso formativo” de las naciones a una élite formadora?[49] Y si ello ya resulta problemático para las distintas naciones europeas (valga la redundancia, en Ortega): al fin, vástagos más o menos avenidos del Imperio Romano, ¿dónde, y con qué fuerzas, y desde qué países, se formaría la nueva élite de la nueva Europa?[50]

No obstante, y recordando la teoría orteguiana de la metáfora, en general, y la imagen del naufragio, en particular (que, por lo que hace a Europa, valdría tanto, mutatis mutandis, para los años cincuenta como para esta recién pasada década del tercer milenio), quizá podría modificarse un tanto esa exasperante polaridad de vaivén entre decisionismo y fatalismo (entre la ligereza de lo que aún no es, y puede no ser, y la gravedad del pasado, que ya no puede no ser), y buscar una salida más o menos airosa de este atolladero, recordando que la “Europa por venir” no era sino una metáfora incitante, y que, como tal,su efecto habrá de basarse en la similitud entre dos términos previamente conocidos, y no menos polarizados, que apuntarían a una posible analogía de proporcionalidad, a saber:

1) mirando hacia atrás con cauta esperanza, vemos la Europa deshecha tras la guerra, dejando en sus campos de 50 a 60 millones de víctimas, por no hablar de los desplazamientos masivos de poblaciones enteras; pero también y como reacción a esa inmane catástrofe, saludamos la creación de la CECA, en 1951: el germen de la futura Unidad Europea, de acuerdo al llamado Plan Schuman;[51]
2) mirando hacia delante con mesurada nostalgia, vemos, como consecuencia de la crisis de la deuda soberana europea,vemos que la llamada Eurozona está a pique de desgarrarse definitivamente, tras las sucesivas intervenciones -por parte del Banco Central Europeo- de Portugal, Irlanda, y sobre todo, y recurrentemente, de Grecia, junto con el inminente rescate del Reino de España[52]; y sospechamos además que la caída escalonada de los mal famados PIGS, puede acabar arrastrando al abismo a la entera Unión Europea;[53] pero también, y no sin la débil creencia en una revelatio sub contrario, pueden avizorarse síntomas que, como los dolores del parto, anuncian la creación de una verdadera Unión Europea, comenzando por la unidad fiscal y bancaria, y siguiendo por el reforzamiento del Parlamento y de la Comisión Europea (con detrimento, y ahí se encuentra el punctumdoliens, del actual Consejo de Europa, dirigido ya casi sin tapujos por Alemania).[54]

Al respecto, mantener a pesar de todo la elíptica metáfora: Europa como naufragio y como porvenir podría resultar útil, al menos como incitación (pues que es precisamente en tiempos de tempestad cuando hay que hacer mudanza), dado que, como toda metáfora genuina, esa “Europa” en devenir (o sea: resultante del paso retroactivo y proyectivo de su estar a punto de dejar de ser y de no llegar a  ser aún), posee, como no podía ser menos (dada la enjundia hegeliana de los términos recién empleados) una cierta capacidad de síntesis, si es verdad que para la formación de metáforas es preciso dinamizar conocimientos que parecían dormidos en el archivo de la memoria y, por ende, incapaces de mover a reflexión, y menos a la acción.

Sólo que, al contrario de lo que con cierta plausibilidad podría ser válido para la postrada España de principios de siglo, a saber que: “España era el problema y Europa la solución”[55], cien años después no lo puede ser ya: ni Europa es algo externo que podría salvarnos de nuestra propia desidia, ni España puede gloriarse (mal que les pese a algunos gobernantes) de haber llamado en su ayuda a unos nuevos “Cien Mil Hijos de San Luis”, transmutados por arte económica en “Cien Mil Millones de Euros”. Pues la relaciónesencial (por decirlo de nuevo en términos hegelianos) entre Europa y España no es ya siquiera la mecánica del todo y las partes, ni la dinámica de la fuerza y su externalización, sino la realmente efectiva de lo interno y lo externo: España, como los demás miembros de la Unión es la manifestación externa (das Aeussere) de su propia esencia interna (das Innere). No vale ya el tan citado apotegma: “Yo soy yo y mis circunstancias”[56], con ese redoblado Yo solar que, integrándolo, reduce el mundo a cosa “circunstancial”, o sea: el campo de las fazañasdel sujeto. Sería como si tildáramos, hoy, a la Unión –o peor aún, a Alemania- de “Sol de Europa”, con los demás miembros como planetas (y algunos, incluso, como satélites), dejando si acaso a las díscolas Suecia y Reino Unido (los restos de la EFTA) como cometas del Sistema. Pero esto no así, sencillamente no es así. Europa, no es, ni probablemente será nunca, una nueva gran nación, ya sea ultra- o supernación, porque lo que resulta obsoleto en la nueva era de la globalización es precisamente el Estado-Nación. Europa es, está siendo sida más bien una retículade desplazamientos y condensaciones, en los que la soberanía común -si tal cosa al fin se logra- será algo semejante al cantar de Atahualpa Yupanqui: algo que “no es de naide y es de tóos”, por ser el resultado de continuos flujos y variaciones, no sólo económicas y políticas, sino también culturales (recuérdese otra poderosa metáfora reciente: la del Smart power, de Joseph S. Nye[57]), en flexible y no siempre amistosa combinación con otros Bloques, como el de Norteamérica (el GATT), el Cono Sur latinoamericano (por ahora, en unión sólo económica: el MERCOSUR), los subcontinentes China y la India; y todo ello, dentro de una constante y amebáticaconexión y desapegos heteróclitos (piénsese en la caracterización que el propio presidente Obama ha hecho de su país como perteneciente al Área del Pacífico, si es que no su potencia hegemónica, en directa rivalidad con China –sin olvidar a Australia- para la dirección y reorganización de la Región Asia-Pacífico).[58]

¿Quiere esto decir que ha pasado la hora de Europa? No lo creo así. Creo que, precisamente en cuanto “Europa” (y no como una suma mecánica de países, unidos –o más bien, desunidos- en el mejor de los casos por intereses económicos), esa hora está por venir. Sólo que para ello hay que desechar todo eurocentrismo (que hoy sólo podría provocar una sonrisa de conmiseración… en las propias potencias rectoras de la Unión) y desde luego todo esencialismo, al estilo del zócalo Europa: “que está ahí ya desde un remoto pasado […] Lo que sí será preciso es dar a esa realidad tan vetusta una nueva forma.”[59] No. Lo que es preciso, creo yo, entender –a partir de incitaciones del propio Ortega… y de Heidegger- es que no hay “realidades vetustas” (¡un verdadero oxímoron!), sino escogidas semillas de lo sido,que sólo desde los peligros y zozobras del programa (una expresión cara a Ortega) son conocidas por vez primera (y por tanto, no simplemente re-conocidas) en esta no tan extraña retroducción del futuro.

Por ello, más allá de Ortega, y con el propio Ortega, cabe volver a proponer algo ya contundentemente anunciado por él hace poco más de un siglo, a saber, que: “España es una posibilidad europea. Sólo mirada desde Europa es posible España.”[60] Pero hay que apresurarse a añadir que, sin la conversa, tampoco esa posibilidad es viable. Digamos pues: “Sólo mirada desdeEspaña es posible Europa.” Claro que, cuando ello suceda –si es que sucede- los términos “España” y “Europa” seguramente tendrán a lo sumo una significación levemente análoga respecto al uso actual. ¿Qué importa? Mensnesciasortisfuturae. Y nosotros, al menos, habremos cumplido con lo que nos concierne e im-porta, preparando el adviento de Europa desde los varios proyectos de excavación de lo sido.

Y es que, si estamos prendidos en aquello que libera y crea, es porque estábamos ya de antemano prestos a liberarnos a nosotros mismos del “Así fue” del pasado, en franquía hacia aquello que, viniendo, está siendo sido, o sea: hacia lo verdaderamente creador.



[1] El presente trabajo se inscribe en el Proyecto de Investigación “Pensar Europa. Democracia y hegemonía en la era tecnológica” (FFI 2009-10097).
[2] J. M. Navarro Cordón, Nietzsche: de la libertad del mundo. En: J.L. Villacañas (comp.), La filosofía del siglo XIX. Trotta. Madrid 2001 (Enciclopdia iberoamericana de filosofía. 23), p. 196.
[3] G.W.F. Hegel, Vorlesungenüber die Philosophie der Geschichte. En: Werke. Suhrkamp.Frankfurt/M. 1970; 12, 17.
[4] M. Heidegger, Grundprobleme der Phänomenologie. 2. Teil, 1. Kap., § 20, c). Klostermann.Frankfurt/M.Gesamtausgabe24, 411.
[5] Franz Leopold von Ranke, Geschichte der lateinischen und germanischenVölker. VorredezurerstenAusgabe 1824. En: SämtlicheWerke(Leipzig 1885). Reimpr. en ScientiaVerlag. Aalen 1969; 33, 7.
[6] M. Heidegger, Sein und Zeit. 1. Teil., 2 Absch., 3. Kap., § 65. Max Niemeyer. Tubinga 1976, p. 326 (GA 2, 431).
[7] J. Ortega y Gasset, Las dos grandes metáforas (en el segundo centenario del nacimiento de Kant) (1924). En: El espectador IV (1925). Obras completas (= O.C.). Alianza. Madrid 1983; II, 387.
[8] Sobre la posible imagen de Europa, me permito remitir a mi edición de la obra colectiva: Buscando imágenes para Europa. Círculo de Bellas Artes. Madrid 2006.
[9]J.M. Navarro Cordón, Metáfora e interpretación. Un giro hermenéutico aislado. (En: J.M.N.C.(coord.), Perspectivas del pensamiento contemporáneo. Vol. I: Corrientes. Síntesis. Madrid 2004, p. 188.
[10] De entre los numerosos trabajos sobre el tema, cabe citar –aparte del anteriormente citado- el excelente estudio de Ricardo Tejada, La metáfora del naufragio en Ortega y su pregnancia en algunos orteguianos. Revista de Estudios Orteguianos 7 (2003) 139-172, que me ha servido de orientación en este punto, así como:María José Rodrigo Mora, Metáfora y discurso en Ortega y Gasset. En: Atti del XX Convegnodell’Associazione di IspanistiItaliani. Andrea Lippolis. Messina 2002, p.271 (accesible en la Red: http://dialnet.unirioja.es/servlet/libro?codigo=271506). Cf. también: Fernando Lázaro
Carreter, De poética y poéticas(cap.7: “Ortega y la metáfora”). Cátedra. Madrid 1990, pp.112-128; Jaime de Salas, La metáfora en Ortega y en Nietzsche. (En: A.Domínguez, J.Muñoz, J.de Salas(coord.), El primado de la vida. Cultura, estética y política en Ortega yGasset. Ed.Universidad de Castilla-La Mancha. Cuenca 1997, pp.155-168). Es interesante igualmente: Rosa Vázquez Recio, Las metáforas: Objeto e instrumento de estudio. Aportaciones a la investigación educativa. FQS 11 / 1, Art. 6, Enero 2010 (accesible en la Red: www.eumed.net<Revistas> CCCSS).
[11] J. Ortega y Gasset define el sugerente verbo Ultrarcomo: “el transcender por excelencia… el ir al universo.” Notas de trabajo. Epílogo. Ed. de J.L. Molinuevo. Alianza/Fundación José Ortega y Gasset. Madrid 1994, p. 91, n. 91 (cit. en D. Hernández Sánchez, Estética de la limitación. La recepción de Hegel por Ortega y Gasset. Ediciones Universidad de Salamanca 2000, p. 539).
[12]Las dos grandes metáforas. O.C. II, 390).
[13]Ibid. II, 388.
[14]Ibid. II, 397.
[15]Pidiendo un Goethe desde dentro (= Goethe).O.C. IV, 397s.
[16] Como es obvio, sólo las naves y quienes van en ellas naufragan. Esta relación entre nave y naufragio, y su función metafórica para referirse, no sólo a los individuos, sino a esos otros “individuos” que serían las Naciones, y por excelsa metonimia, Europa, es algo sugerido en La rebelión de las masas, donde utiliza Ortega la archiconocida imagen de la “nave del Estado”,  como: “una metáfora reinventada por la burguesía, que se sentía a sí misma oceánica, omnipotente y encinta de tormentas.”  Más problemático (pero acorde con las ideas aristocráticas –del espíritu, no de la sangre- del filósofo) es su afirmación de que “aquella nave […] había sido fabricada en la Edad Media por […] los nobles, gente admirable por su coraje, por su don de mando, por su sentido de responsabilidad. Sin ellos no existirían las naciones de Europa.” (“El mayor peligro, el Estado”, en: La rebelión de las masas (= RM). XIII. Ed. de Domingo Hernández Sánchez. Tecnos. Madrid 2003, p. 260, subr. mío). 
[17] “¿Quién manda en el mundo?”, en: RM. XIV.V, p. 296.  Como señala el editor en nota 408 ad loc., el cap. fue inicialmente publicado en El Sol el 27 de abril de 1930. El texto tiene pues 82 años. Y goza de buena salud.
[18]Misión de la universidad. O.C. IV, 321. Es extraño que, a pesar de seguir utilizando dos años después, en 1932, el símil de la “agitación de los brazos”, Ortega apunte (en Pidiendo un Goethe desde dentro) que la idea subyacente aquí “es la cultura” (O.C. IV, 397), cuando por sus propias indicaciones pareciera más bien que la cultura deba corresponder a una segunda actitud, más reflexiva.  
[19] Fr. Nietzsche, VomNutzenundNachtheil der Historie für das Leben. 3: “Cuando se osifica de tal modo el sentido de un pueblo, cuando la historia (Historie) sirve a la vida pasada de tal manera que socava la vida en su avance (das Weiterleben) y, precisamente, la vida superior, cuando el sentido histórico no conserva ya la vida, sino que la momifica, entonces perece el árbol gradualmente, de la copa a la raíz, hasta que al fin incluso la raíz misma por lo común se arruina. La historia de anticuario degenera en el mismo momento en que no anima ni vivifica ya la fresca vida del presente.” (UnzeitgemässeBetrachtungen II.- KritischeStudienausgabe (= KSA). DTV-de Gruyter.  Berlín/Nueva York 1988; 1, 268).
[20] RM. VII (ed. cit., p. 311). Adviértase la cercanía entre la agitación desordenada de los brazos del náufrgo (primera actitud) y los aspavientos de quien emplea la cultura para evitar enfrentarse con la vida (corrupción de la segunda actitud).
[21]Ibid.
[22] Goethe. O.C. IV, 399.El título mismo de esta “Carta a un alemán” recuerda no sólo a Goethe, sino a la actitud de Ifigenia en la tragedia homónima: “Y largos días en la orilla estoy / buscando con el alma la tierra de los griegos.” (Und an dem Ufer steh‘ ich lange Tage / Das Land der Griechen mit der Seele suchend).IphigenieaufTauris. Acto I, escena 1ª,  vv. 11-12.
[23] Seguramente la mejor manera de entender la “repetición” orteguiana consistiría en repetir la “reiteración”, según Søren Kierkegaard:“Reiteración y recuerdo son el mismo movimiento, sólo que en dirección contraria; pues lo recordado ha sido ya, así que viene repetido hacia atrás (rücklings); en cambio, la reiteración genuina (eigentliche: un término que, a su vez, Heidegger reiterará, F.D.) se acuerda de la cosa hacia delante (vorlings).” Gjentagelsen(1843). Cito por la vers. alemana: Die Wiederholung. Meiner. Hamburgo 2000, p. 4.
[24] Intento de este modo distinguir la actitud orteguiano-heideggeriana de la posición, más conservadora, de Eugenio d’Ors, con su famoso apotegma: “Porque, todo lo que no es tradición es plagio.” (‘Ethice, riparógafo y grilo’ o los enemigos de la belleza. Publicado originalmente en La Vanguardia, 28 de diciembre de 1943; recogido después en: Mis Salones. Itinerario del Arte moderno en España. Aguilar. s.a. [1945], p. 200).
[25] Por citar de nuevo a Nietzsche: “Es posible un estado superior de la humanidad en el que la Europa de los pueblos sea ya un oscuro pasado, mas donde Europa seguirá viviendo en treinta libros muy antiguos, pero nunca anticuados: en los clásicos.”  Der WandererundseinSchatten.125. KSA 2, 608.
[26] “¿Hay hoy una conciencia cultural europea?” En: Europa y la idea de nación (= EIN). Revista de Occidente/Alianza. Madrid 1985, p. 25.
[27] Como apunta ácidamente José Luis Villacañas en su lúcido ensayo Europa hora cero: meditación europea de Ortega, éste, en sus últimos años: “siempre habla desde La rebelión de las masas.
Ese libro era su orgullo más perenne.” Ágora 24/2 (2005) 177-198; aquí, p. 179.
[28] EIN, p. 17.
[29] B. Croce, Ciò che è vivo e ciò che è mortodella filosofía di Hegel. Laterza. Bari 1907.
[30]Meditación de Europa. O.C. IX, 272. La idea se encuentra ya en el joven Ortega: “Un siglo llevamos trasplantando a España todas las tonterías de Francia, de Inglaterra, de Alemania, y ninguna de sus corduras; porque son estas corduras genuinamente francesas, inglesas o alemanas y, por tanto, intrasplantables. Lo que vale en esos pueblos es el carácter; las costumbres son diferentes.” Reforma del carácter, no reforma de las costumbres.  Artículo publicado enEl Imparcial, el 5 de octubre de 1907 (O.C. X, 20). Para paliar la impresión de “unidad de destino en lo universal”, recuérdese que, aun siendo ardua tarea, en Ortega sería posible reformar el carácter si existieran hombres egregios que así se lo propusieran y un pueblo dinámicamente dócil (“plástico”, diríamos) que aceptara  la metamorfosis. En todo caso, lo que no vale es importar costumbres foráneas, sin más.
[31] En lo siguiente, sigo de cerca el texto cit. supra, en nota 25: EIN, pp. 16-28.
[32] El mejor ejemplo lo daría la Casa de Austria (no la nación “Austria”), que habría conseguido mediante sabias combinaciones matrimoniales lo que otros países debían ganar mediante conflictos bélicos. De ahí el famoso dístico, falsamente adscrito a MatthiasCorvinus: Bella gerant alii, tu felix Austria nube. / NamquaeMarsaliis, dat tibi regnaVernus.
[33] En: Werke. Suhrkamp.Frankfurt/M. 1970; 7, 502.La frase final alude seguramente a la concepción dieciochesca de la Europa de Montesquieu, antes citada. Lejos estaba Hegel de pensar que en el curso del siglo XIX, y hasta la mitad del XX, la idea de un recíproco infligirse daño iba a alcanzar una virulencia hasta entonces insospechada.
[34]RM, p. 82 (cf. De Europa meditatioquaedam. En: Meditación de Europa. O.C. IX, 294).
[35]Una interpretación de la Historia Universal. En torno a Toynbee: “la idea del «espíritu nacional» fue, en rigor, pensada por vez primera en el siglo menos nacionalista de toda la historia europea, a saber, en el siglo XVIII, y dentro de él por el hombre más universalista que ha habido nunca, a saber: por Francisco Arouet, dicho Voltaire.” (O.C. IX, 236).
[36] Por ello, no resulta extraño que Ortega tilde a Constant de: “«retrasado» del siglo anterior [sc. del XVIII].” RM, p. 95.
[37] RM, p. 130.
[38] EIN, p. 16.
[39] De nuevo, es difícil no pensar en que Ortega está haciendo una tácita analogía entre los nacionalismos europeos y las díscolas “nacionalidades” internas al Estado español. En lo que sigue, repárese igualmente en la posible analogía entre una Europa desgarrada en 1937, a punto de entrar en la mayor guerra de la historia (1939-1945), y la contienda española (1936-1939).
[40] “En cuanto al pacifismo…”. En: RM, p. 385. Ortega recogerá el pasaje (recordando: “yo decía esto en 1937”) en: De Europa meditatioquaedam, de 1949.
[41]“La sociedad europea”, en: Meditación de Europa. O.C. IX, 326.
[42] “Hay hoy una conciencia cultural europea”. EIN, p. 24: “La estructura de la economía actual fuerza a nuestros pueblos, quieran ellos o no, a adoptar acuerdos formalmente constituidos que limiten la soberanía de cada uno, subordinándola a poderes supranacionales, y Europa como tal adquiere figura jurídica.”
[43] Esto es algo por demás parecido al dilema en que de siempre se han encontrado los diversos movimientos deudores del marxismo, oscilantes entre el voluntarismo (p.e. de un Lukács, en Historia y conciencia de clase) y el necesitarismo (p.e. de un Engels, con su formulación de las leyes del materialismo histórico, de inexorable cumplimento). En el caso de Ortega, podría paliarse un tanto la dificultad acostando más el decisionismo a la vida del individuo (tanto más egregio cuanto más decidido) y adscribiendo en cambio el fatalismo más bien a las naciones y su evolución histórica (que es como decir, en lo esencial, la evolución histórica de Europa y su destino). Sobre esta polaridad, el editor de RM remite (en p. 172, n. 213) a Meditación de nuestro tiempo y al curso ¿Qué es filosofía?, de 1928 y 1929, respectivamente. El pasaje de la cito siguiente es de noviembre de 1929. 
[44] RM, 1ª parte, V., p. 172
[45] EIN, p. 28.
[46] RM, p. 172.
[47] RM, p. 173.
[48] Es difícil no estar de acuerdo con J.L. Villacañas cuando dictamina: “Creo que el fondo profundo del pensamiento de Ortegareside en el asunto de la nacionalidad, una especie de nación en sí, que requiere de laelite formadora, capaz de formar una nación para sí.” (art. cit. en n. 27: p. 182, n. 13).
[49] Al rechazar tajantemente, y con razón, que un Estado (o sea, “la soberanía del Poder Público”) deba su formación a la sangre o a la lengua, Ortega atribuye esa formación a “la previa unificación política” (RM, p. 324; subr. mío). Pero pocas páginas después, afirma (y es uno de sus leitmotive): “No lo que fuimos ayer, sino lo que vamos a hacer mañana juntos nos reúne en Estado.” (RM, p. 329; subr. mío). De esta polaridad sólo cabe salir, creo yo, si atendemos al ya mencionado bucle del porvenir y lo sido. Y en efecto, en De Europa meditatioquaedam (no sin echar mano a su teoría de las élites), afirma: “sólo hombres capaces de vivir en todo instante las dos dimensiones sustantivas del tiempo –pasado y futuro- son capaces de formar Naciones.” (O.C. IX, 283). Parece que Ortega estuviera secularizando la idea del kairós y depositándola en las manos de ignotos hombres egregios del futuro.
[50] De los hombres egregios, responsables de todo proceso formador de naciones, y de su más alto resultado en el próximo futuro: la formación de la ultra-nación que será Europa, se nos dice que han sido formados por el “imperativo de la ejemplaridad.” (De Europa… O.C. IX, 285). Pero cuando nos preguntamos de dónde proceda esa ejemplaridad, se nos dice –muy en la línea  tradicional- que de los modelos antiguos, los cuales serían a la vez normativos e imitables: de este modo, “tradición” y “espíritu de empresa” desembocarían, a través de la acción decisiva de élites retrospicientes, en la formación de la Nación. Sólo que ello parece chocar con la idea primordial de Ortega: la primacía del futuro. La idea de ejemplaridad ha sido revitalizada recientemente por Javier Gomá: Ejemplaridad pública. Taurus. Madrid 2009. 
[51] La Déclarationde Robert Schuman puede ser considerada el acta de nacimiento de la Unión Europea; se apoya ejemplarmente en dos polos: el de un pasado terrible que no debe ser repetido (la guerra) y el de un futuro común, en base a la regulación de la producción de los pilares de la industria pesada: el carbón y el acero, garantizando la péréquationde los precios, la creación de un fondo de reconversión y la libre circulación de materiales y mercancías entre los países adherentes: desde el 18 de abril de 1951, el Benelux, Francia, Alemania e Italia. Y como preconizaba Ortega, todo ello queda expresamente orientado, en cuanto “les premièresassisesconcrètes” a “une Fédérationeuropéenne indispensable à la préservation de la paix.” Así pues, la economía queda aquí subordinada al plano político (la Federación europea) y al ético-jurídico (la consecución de un paz perpetua, al menos entre las naciones de Europa: Ver el texto íntegro en: fr.wikipedia.org/…/Déclaration_du_9_mai_1950.
[52] Escribo estas líneas el 15 de junio de 2012, dos días antes de las decisivas elecciones gubernativas en Grecia, y una semana después del rescate, con condiciones todavía sin precisar –mas en todo caso de temer- de la llamada “Banca mala” española.
[53] De acuerdo con la vieja idea de que no hay como una agresión externa para reforzar –o incluso crear- la cohesión social de una colectividad, Ortega apunta como detonante (für es, diríamos: para la propia Europa) de lo que ya existe virtualmente: Europa como sociedad de naciones (ansich, o sea: füruns, los intelectuales), una ocasión cualquiera: “por ejemplo, la coleta de un chino que asome por los Urales o bien una sacudida del gran magma islámico.” (RM, p. 84). Pero ahora son los chinos, con su ingente capacidad crediticia y su sorprendente producción mundial de baratijas, e incluso los musulmanes de Turquía o del Maghreb (que, guste o no, son indispensables para el mantenimiento de la Europa actual, y están ya con todos los derechos –o así debiera ser- dentro de ella), los que en buena medida apuntalan desde fuera y sostienen desde dentro este edificio de 27 plantas, ya resquebrajado antes de su terminación.  En cambio, no deja de ser significativo (y hasta un sí es no es escandaloso) que sólo una vez en toda su obra (¡y en una nota!), cite Ortega a Edward Gibbon (cf. Del Imperio Romano. O.C. VI, 180 n.), que en su celebérrimo Decline and Fall of RomanEmpirehabía señalado la molicie, la degradación de las costumbres y la corrupción interna como causas de la descomposición del Imperio… y propuesto a sensu contrario al entonces flamante Reino Unido una violenta reacción contra esa patología, coadyuvando así intelectualmente a la formación de esa “formidable realidad que es la British Commonwealth of Nations”, saludada por Ortega como:  “El fenómeno jurídico más avanzado que seha producido hasta la fecha en el planeta.” (RM, p. 373s.). Sólo que, al apoyarse de un lado en el Principio Balfour de 1926 («es preciso evitar el refining, discussingordefining”), y del otro en el Principio «del margen y de la elasticidad»”, enunciado por Austin Chamberlain en 1925 (“«la unidad del Imperio Británico no está hecha sobre una constitución lógica. No está siquiera basada en una Constitución»”) (RM, p. 374), Ortega, aun siendo coherente con su concepción de la política como “puro dinamismo” (RM, p. 375), está enunciando justamente la contrario de lo que la Unión Europea viene pretendiendo al menos desde Masstricht (1991-1993): el criterio de una generalizada y continua concordia discors(Principio de transacción y negociación, como método de equilibrio de disensiones) y el establecimiento de una Constitución Europea, de la que es pálida sombra el Tratado de Lisboa, de 2007. Y no es tampoco en absoluto extraño que hoy sea precisamente el Reino Unido (sin descartar los Estados Unidos, a pesar de las declaraciones de buena vecindad del presidente Obama) el que en buena medida esté obstaculizando el afianzamiento de la moneda única en la Unión Europea, a fin de proteger la doble primacía de la City y Wall Street.  
[54]Mirabileauditu, una cierta luz podría venir (aunque más por conveniencia propia que por solidaridad) del propio Reino Unido, también él atribulado por la crisis. Véase si no el artículo de su Minstero de Economía, George Osborne, titulado significativamente como: La hora de la verdad (EL PAÍS, 15 de junio 2012, pp. 33-34).
[55] En: La pedagogía social como programa político(Bilbao, marzo de 1910). O.C. I, 520.
[56]El famosísimo apotegma, con su consecuencia de recíproca salvación, apareció por vezprimera, como es sabido, en las Meditaciones del Quijote (1914). De esa expresión dice Ortega: “que condensa en último volumen mi pensamiento filosófico, [y que] no significa sólo la doctrina que mi obra expone y propone, sino que mi obra es un caso ejecutivo de la misma doctrina.” (“A una edición de mis obras” (1932), O.C., VI, 347).
[57] Véase, de Joseph Nye, el art.: Smart Power, en TheHuffington Post, 29 de noviembre 2007 (accessible en la Red).
[58] La Sixth East Asia Summit se ha celebrado en Bali, Indonesia, el 18 y 19 de noviembre de 2011.  Véanse, en la Red, lasrespectivasDeclaraciones: Chairman’s Statement of the 6th East Asia Summit. Bali, Indonesia (http://dfat.gov.au/asean/eas/cs-eas.PDF), Declaration of the East Asia Summit on the Principles of Mutually Beneficial Relations (http://dfat.gov.au/asean/eas/eas-principles.pdf), y Declaration of the 6th East Asia Summit on ASEAN Connectivity (http://dfat.gov.au/asean/eas/declaaration-on-connectivity.PDF). 
[59]Meditación de Europa (O.C. IX, 258). Me temo que este renovación de la metempsicosis (o, por decirlo con Geoffrey Chaucer: echar el nuevo vino en odres viejos) no valga ya para el mundo globalizado.
[60]España como posibilidad. En: Europa, 27 de febrero de 1910;  O.C., 138.