“El
triángulo se mueve despacio, apenas perceptiblemente hacia adelante y hacia
arriba; donde hoy se halla el vértice más alto, mañana estará la próxima
sección. Es decir, lo que hoy es
comprensible para el vértice más alto y resulta un disparate incomprensible al
resto del triángulo, mañana será contenido razonable y sentido de la vida de la
segunda sección.”
WASSILY KANDINSKY, “De lo espiritual en el
arte”.
Wassily
Kandinsky y Walter
Ruttmann, dos personajes en los que
germinó la semilla de la abstracción; ambos depositarios de un lenguaje que
disolvía la realidad en formas primigenias, geométricas, que acontecen en el tiempo,
pues tienen movimiento, en el que los colores reverberan en nuestra alma como las notas
musicales.
Compartieron contexto histórico; el periodo
de entreguerras en el que el viejo mundo había sido consumido por el fuego y el
acero, y la paz tenía un sabor de tierra y sangre en la boca. No obstante, sus caminos fueron distintos. El
lenguaje de Kandinsky fue pictórico,
lideró el movimiento vanguardista Der Blaue Reiter. Un
movimiento degenerado para el nuevo régimen del 33, que iba a brotar de las cenizas
para guiar a Alemania por los designios de la providencia. Walter Ruttmann, en cambio, abrazó un lenguaje –el cinematográfico-
mucho más definido por la técnica; aunque él mismo podría haber firmado el
manifiesto de Kandinsky “De lo espiritual en el
arte”. Sin duda, la obra que lo define y por la que ha pasado
a la historia es por la inmensa “Berlín,
sinfonía de una ciudad”; pero sus abstracciones cinematográficas,
hipnóticas y bellas, recogen y expresan
la esencia de aquellas vanguardias.
Hasta que la técnica, deudora de su lenguaje
artístico -más adecuado para el consumo de masas-, y la nueva ideología le acercaron a otro gran -y oscuro- genio de la época: Leni Riefenstahl. Lo demás es historia; El triángulo se había desplazado, el vértice ya se encontraba en una nueva sección y Ruttmann muere realizando un documental propagandísitico en el frente del Este en 1941.