Wikipedia

Resultados de la búsqueda

viernes, 6 de octubre de 2017

KANDINSKY Y RUTTMANN: ARTE Y ABSTRACCIONISMO EN LA REPÚBLICA DE WEIMAR



El triángulo se mueve despacio, apenas perceptiblemente hacia adelante y hacia arriba; donde hoy se halla el vértice más alto, mañana estará la próxima sección. Es decir, lo que hoy  es comprensible para el vértice más alto y resulta un disparate incomprensible al resto del triángulo, mañana será contenido razonable y sentido de la vida de la segunda sección.”

 WASSILY KANDINSKY, “De lo espiritual en el arte”.




Wassily Kandinsky y Walter Ruttmann,  dos personajes en los que germinó la semilla de la abstracción; ambos depositarios de un lenguaje que disolvía la realidad en formas primigenias, geométricas, que acontecen en el tiempo, pues tienen movimiento, en el que los colores reverberan en nuestra alma como las notas musicales.

Compartieron contexto histórico; el periodo de entreguerras en el que el viejo mundo había sido consumido por el fuego y el acero, y la paz tenía un sabor de tierra y sangre en la boca.  No obstante, sus caminos fueron distintos. El lenguaje de Kandinsky fue pictórico, lideró el movimiento vanguardista Der Blaue Reiter. Un movimiento degenerado para el nuevo régimen del 33, que iba a brotar de las cenizas para guiar a Alemania por los designios de la providencia. Walter Ruttmann, en cambio, abrazó un lenguaje –el cinematográfico- mucho más definido por la técnica; aunque él mismo podría haber firmado el manifiesto de Kandinsky “De lo espiritual en el arte”. Sin duda, la obra que lo define y por la que ha pasado a la historia es por la inmensa “Berlín, sinfonía de una ciudad”; pero sus abstracciones cinematográficas, hipnóticas  y bellas, recogen y expresan la esencia de aquellas vanguardias.



Hasta que la técnica, deudora de su lenguaje artístico -más adecuado para el consumo de masas-, y la nueva ideología le acercaron a otro gran -y oscuro- genio de la época: Leni Riefenstahl. Lo demás es historia; El triángulo se había desplazado, el vértice ya se encontraba en una nueva sección y Ruttmann muere realizando un documental propagandísitico en el frente del Este en 1941.

viernes, 18 de agosto de 2017

LOS CUERPOS Y EL COSMOS


 

“¡Ven en mi ayuda! Sé carne y osamenta,

Sé mi forma, mis ojos, mi lengua, mis tendones.

Sé para que yo sea. ¡Sé para ser!” PAUL VALÉRY

 



El cuerpo, al igual que la metafísica, es un campo de batalla. Ha sufrido modificaciones y alteraciones en todas las culturas: Tatuajes, cirugía, pigmentaciones, extensiones, apéndices, prótesis, dilataciones, reducciones, ampliaciones, amputaciones, perforaciones, clonaciones, ha sido cubierto y destapado; encogido y aumentado… El cuerpo comprendido como espacio físico, topos, que nos define dentro de una cultura que se da inserta en un Cosmos (un orden, una imagen del mundo). Se diría que el díctumSer-en-el-mundo” todavía trae una vieja reminiscencia del dualismo cartesiano en la preposición “en”; pues parece que acontecemos en el mundo de la misma manera que lo hacemos en nuestro cuerpo: “¿Pero acaso lo más extraño no es que haya un Adentro y un Afuera?”.

Es fundamental la morfología en la relación óntica que establecen Platón y Aristóteles; especialmente el segundo, como criterio de individuación. La imagen, la forma de los entes o del cuerpo en nuestro caso: Son los límites que contienen nuestra alma en el mundo por sí indeterminado de la materia. Es la esencia que nos individualiza y nos define ontológicamente: Lo que somos, lo que potencialmente podemos llegar a ser y lo que no. Por cierto, estrictamente en ese sentido, ¿no sería más adecuado que se relacionasen los rasgos faciales con la expresión “partes íntimas” antes que con los genitales –la cara como espejo del alma-? Y preferentemente en el contexto de una cultura o educación clásica, donde el Cosmos representa el orden humano y divino -en el espacio y el tiempo- conquistado al Caos; pues aquí la Eugenesia tiene sentido; un cuerpo malformado desafía y atenta a la visión de orden, armonía que pertenece al Cosmos. 

Sin embargo, no es el caso de una cultura como la cristiana; y aquí también se ve claramente, creo, la relación entre cuerpo y Cosmos. Por un lado, en esta cultura existe una correlación entre el placer, el pecado y los órganos genitales, que son tabú; y, por otro lado, el antiguo sistema geocéntrico de la edad media que situaba la tierra en el centro de su cosmovisión; y en el núcleo de ésta, el infierno. Así pues, aquella cosmovisión situaba al infierno en el centro del universo; por lo que su vocación era trascenderlo, aspirar a otra vida, que sólo podía ser la verdadera. Aquello se hizo patente en la aparición de figuras como el eremita o el monje asceta que despreciaban el cuerpo y abandonaban el mundo; de ahí también la relevancia especial de topos como el de la montaña, el desierto o el bosque. Espacios al margen de la civilización -imagen del mundo- que fueron abandonados progresivamente por el hombre del gótico, del renacimiento y, posteriormente, por el heliocentrismo que desplazó al hombre de su lugar en el Cosmos; del cual, se podría decir, que  pasó de estar-en-el-mundo a ser-arrojado-en-el-mundo.

En esta odisea de los cuerpos en el espacio, una vez abandonado el geocentrismo, los hombres –seres sociales y, por ende, culturales- se han resistido a la idea de tener que abandonar “el centro” del Cosmos, es un desalojo forzoso que no estaban dispuestos a asumir, todo lo contrario, se da entonces, con más fuerza si cabe, la época de los –ismos con el afán de reafirmarse con más fuerza en él. La historia de la edad moderna es la historia de la búsqueda de su ónfalos: Es la historia del humanismo, del antropocentrismo, el etnocentrismo... y el “Yo” único e irrepetible -no menos histérico- del liberalismo que, siguiendo la analogía del profesor Félix Duque, define su individualidad como un producto único, especial e irrepetible. “Hasta el infinito y más allá”: Como el muñeco Buzz Light Year  de “Toy Story”, héroe destinado a salvar la galaxia que se descubre a sí mismo reproducido en serie en una fábrica de juguetes. En definitiva, Ethos y estética difundidos  a través de los espacios de difusión cultural por excelencia: Endoculturización a parte, los media y las redes sociales como forjadores de ídolos –eidos, imágenes- para la forja de cuerpos.  

Así pues, aunque no sea en el sentido estricto en el que lo expresaron Platón y los órfico-pitagóricos (soma-sema), parece que estamos embarcados en un viaje a través del Cosmos y nuestro cuerpo:  

“¿Por qué no habría de llevarse un diario del cuerpo? ¿Osaría escribir "mi cuerpo"? ¿Todo lo que sé de él? No de mi cuerpo, el de los médicos, sino del que yo conozco. No sé nada más allá de él. Él es mi ciencia y, según creo, el límite de toda ciencia…”

martes, 25 de julio de 2017

EL HORIZONTE DEL DASEIN: "ZUM TODE SEIN"

El hombre no es un animal racional, 

ni tampoco un Dios -señor del ente-, 

sino el pastor del Ser”.



El pensamiento en Heidegger, al igual que el Dios délfico de Heráclito, quiere y no quiere ser finito, existencial, humanista...: “¿Cuándo llegan las cosas a ser cosas? No llegan por las maquinaciones del hombre. Pero tampoco llegan sin la vigilancia atenta de los mortales. El primer paso hacia esta vigilancia atenta es el paso hacia atrás, saliendo del pensamiento que se limita a representar, o sea a explicar, y yendo hacia el pensamiento que rememora.” Las cosas llegan a ser o devienen bajo “la mirada” del hombre; es decir, cuando el hombre les otorga sentido, cuando éstas acaecen en el lenguaje y son rememoradas en el pensar, pues "pensar es agradecer" (denken ist danken): El medio en el que se da el Ser, no entendido aquí como herramienta sino como abismo donde se emplaza el hombre, donde Existe.

No voy a entrar en el famoso dictum publicado en Der Spiegel: “Nur noch ein Gott kann uns retten”, por las disonancias que produce tal epítome de su pensamiento. Es evidente que nos encontramos al final de un recorrido, pero generalmente se carece de las coordenadas para ubicar el camino por el que ha transcurrido. Así que me limitaré a dar algunas pinceladas apuntadas por él en su periplo fenomenológico que culmina en “Ser y tiempo”. Omitiré, por lo tanto, al Heidegger hermenéutico y, sobre todo, omitiré a Hölderlin.

Estar en el mundo, ser-en-el-mundo y otorgarle un sentido a éste, se despliega fundamentalmente bajo el concepto de “Sorge”, el cuidado; aquello que esta salvaguardado por nosotros y lo hacemos crecer dotándolo de sentido dentro de un horizonte: “Zum tode sein”. Es decir, ser para la muerte. Horizonte o perspectiva a la que, por cierto, generalmente se le atribuyen tintes nihilistas “a la menière” de un Millán Astray desbocado. Es una malinterpretación común entre sus detractores; pues la muerte para Heidegger no está al final del camino, sino más allá del camino; pues vivimos, digamos, el morir pero no la muerte.

Así pues, la muerte no es una interrupción brusca, sino un corte que recoge y totaliza. Sólo en la muerte encuentra el hombre su completitud, aquello que le dota de sentido en su ser-ahí, en su ser-en-el-mundo; pues más que en el espacio, el hombre acontece en el tiempo. El hombre no decesa como los animales, pues tiene tiempo e historia (que rememora); ni vive eternamente como los inmortales –"mensajeros de lo sagrado"- sino que vive bajo el signo de la muerte; hallar el sentido de su vida en la muerte es su privilegio, pues hay ocaso (untergang) donde hay nacimiento: "La muerte es el cofre de la nada, esto es, de aquello que nunca, bajo ningún respecto, es algo meramente ente, pero que, sin embargo, esencia -despliega su ser-, incluso como el misterio del ser mismo. En cuanto cofre de la nada, la muerte alberga dentro de sí lo esencialmente del ser. La muerte constituye, en cuanto cofre de la nada, los albergues -la tierra- del ser".

Sólo al final de una vida, nos advierte también Aristóteles en su "Ética a Nicómaco", es posible saber si un hombre ha llevado una vida virtuoa y, por lo tanto, feliz.

lunes, 17 de julio de 2017

GOETHE: LA BÚSQUEDA DEL URPHÄNOMEN



Cuando nuestro conocimiento pretende reemplazar al misterio, el resultado suele ser una arrogante caricatura de la verdad”. Theodor Roszak.

Es la figura de Goethe, quizás, la del poeta por excelencia. Fue modelo para Nietzsche y Thomas Mann, y su proyección hacia un saber universal le llevó a adentrarse en  muchos campos del conocimiento y a recorrer las fuentes y los recovecos del espíritu. Compartió con Heidegger la necesidad de retornar a la “Physis” de los presocráticos –“dejar que las cosas sean”-, y entendía la ciencia como una búsqueda del “Urphänomen” (el fenómeno primordial); es decir,  la naturaleza buscada y pensada bajo la lejana luz del “arché”. 

Goethe, admirador de Spinoza, expresó su afán panteísta en su poema “Los misterios”: 

Nimbada está la cruz, prieta de rosas

Donde se dan al mismo tiempo el misterio de la cruz y la resurrección de la naturaleza; la primavera, la sagrada naturaleza que se alza contra la ruptura del mundo moderno, acontecida con Francis Bacon, Newton y… Descartes, que inaugura el pensamiento moderno escindiendo la vida entre el mundo de la objetividad y el de la subjetividad: Entendiendo el mundo objetivo como lo que obsta a la voluntad ilimitada del espíritu subjetivo, el alma, y que, por lo tanto, debe de ser dominada y superada. Es decir, se hace patente el antiguo dictum bíblico que exhorta a “dominar la tierra” y se extrapola a la metodología de las ciencias naturales: Dominar la naturaleza para comprenderla; la búsqueda incansable de su noumeno (la cosa en-sí del objeto, para decirlo con Kant) y objetivar los conocimientos en nuestro espíritu. Es decir, en lo subjetivo. Kant, en ese sentido, es muy explícito: “Cabe organizar observaciones y experimentos en favor de la experiencia posible y –digamos- sonsacar (abfragen) sus secretos a la naturaleza: Tortura (natur-tortur).
 
Conocer la naturaleza no tiene nada que ver con abrirla, perforarla o diseccionarla. Para Goethe, contra la concepción de la razón convertida en cálculo, enajenada del logos, es, en cambio, “intuición latente en todo juicio”.  En su ensayo sobre óptica, “La teoría de los colores”, escribe lo siguiente:

“Si al modo del sol no fuera el ojo,
¿Cómo podríamos contemplar la luz?
Si el poder propio de Dios no viviera en nosotros,
¿Cómo podría arrobarnos lo divino?

Las ciencias naturales, en cambio,  proceden de un modo parecido en la naturaleza a como lo hacen los hombres con Cristo. En ese sentido, escribió el siguiente epigrama, no exento de mordacidad e ironía:

Un estudiante me ha dicho: Todo viene bien explicado
Por las teorías que el maestro sabiamente nos enseña.
Una vez que habéis construido habilidosamente la cruz de madera,
Es evidente que, de castigo, queda bien colgar de ella un cuerpo vivo”.

Tal vez Nietzsche tenía razón cuando dijo que Descartes no había dudado lo suficiente, de la misma manera que los que no se dan cuenta de que la alienación y la crueldad no se dan porque sí, ni surgen de la nada: Vienen dadas por una cosmovisión que las avala. Pero no es la única, ni la primera: Queda esperanza, mientras nos quede la palabra y el pensamiento.