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domingo, 22 de junio de 2014

Hannah Arendt. La película.

Un muy interesante biopic sobre la filósofa hebrea de origen alemán Hannah Arendt. En concreto, la película trata  sobre el periodo en el que cubre el juicio al nazi Adolf Eichmann, para el Newyork Times, en Israel. La película me pareció en la línea de otras películas de Margarethe von Trotta como Rosa de Luxemburgo o Visión. La historia de Hildegard von Bingen; todas ellas con su actriz fetiche para estos papeles, Barbara Sukowa.

En Hannah Arendt, Barbara Sukowa logra un retrato bueno, serio y convincente de la filósofa alemana. En la cinta consigue transmitir pinceladas de fríaldad, altivez, displicencia... de lucidez, de amargura. Fiel a sus convicciones y alejada del pensamiento manido y convencional, el personaje, al igual que la propia filosofía, se enfrenta - a menudo con dolor e incomprensión- contra ese tipo de pensamiento.

En definitiva, me parece que Barbara Sukowa logra una interpretación excelente que mucho tiene que agradecerle a un guión logrado y consistente que introduce y gira en torno a la concepción del mal sobre el que meditó  Hannah Arendt a lo largo de su vida. Un mal que no se da por una voluntad expresa de llevarlo a cabo, como la figura dieciochesca de Mefistófeles, sino por omisión, por pusilanimidad, por desinterés e incapacidad para cuestionarse sus acciones; y es en la figura de Adolf Eichmann donde Hannah encuentra un paradigma de ese mal que se esencia a lo largo del S.XX: En un burócrata eficiente de las SS, cuyo único sentido del bien y de la responsabilidad no va más allá de la obediencia a sus superiores y del trabajo bien hecho: En este caso, hacer que los trenes partan puntuales hacia Auschwitz.

Otro aspecto que me parece interesante, y que trata de forma indirecta el fenómeno del Nazismo, pero desde la perspectiva de un personaje que, aunque en las antípodas del perfil  mediocre de Eichmann, también se enfangó con su oscura colaboración con el régimen Nazi. Me refiero al profesor y amante de Hannah Arendt, Martin Heidegger. Y digo interesante porque, que yo sepa, es la primera vez que se lleva al cine, aunque sea de una forma tan somera, la relación de ambos personajes entre ellos mismos y la política.

Para concluir, sólo me queda por hacer dos cosas: Una es que, al que no la haya visto, recomendarle vivamente que lo haga; y, otra, celebrar que todavía hayan salas comerciales con la valentía de proyectar este tipo de películas.

lunes, 16 de junio de 2014

La disyuntiva entre educación e instrucción.

En primer lugar y a modo de preámbulo, desde este escrito me gustaría revindicar el valor ético de la educación. El cual me parece indisociable de la educación misma. Por lo que me gustaría recordar los dos grandes modelos éticos que han servido y sirven de basa en el progreso del pensamiento ético en occidente y los fundamentos que los han motivado.

Someramente: la primera gran culminación del pensamiento ético se da en la filosofía clásica con Aristóteles. Para el cual, la ética es una guía que aspira a satisfacer la finalidad última del comportamiento humano. A saber: La felicidad. La otra gran piedra angular de la ética es Kant, que se sostiene bajo tres grandes preceptos que son: 

    «Obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal»...

    «Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio».

    «Obra como si, por medio de tus máximas, fueras siempre un miembro legislador en un reino universal de los fines».

Así que por un lado tenemos la búsqueda de la felicidad y, por otro lado, el deber hacia el prójimo comprendido como una superación de lo individual o particular y una búsqueda de la universalidad en nuestras acciones.  ¿Y acaso pueden ser estos valores enajenables de la educación? Pues depende. Si entendemos la educación como algo distinto de la instrucción, mi respuesta es que no, que tanto si entendemos la educación como deber moral o progreso en la búsqueda de la felicidad, es indisociable de la ética. Pero es ahí donde entiendo que radica el problema.

Si afirmamos que la educación actual sigue estando fundamentada en la  ética y que al mismo tiempo es una actividad ligada a la inserción laboral –y de esto sí que no cabe ninguna duda que lo es en nuestros días-, podemos llegar a la conclusión de que  la ética en la educación es una ética dirigida precisamente a la adecuación de un determinado modelo productivo. Entonces, tirando de ese racionamiento podemos inferir que un comportamiento guiado por la búsqueda de la felicidad y de los imperativos morales que guían el bien de la humanidad se encarnan en la formación de técnicos cualificados. Afirmación sorprendente, sin duda. Pero no hay más que seguir el hilo de las distintas reformas educativas o las declaraciones de los ministros y comisarios de Estrasburgo de turno para llegar a la curiosa – y descorazonadora- conclusión; que la felicidad del individuo consiste en convertirse, por ejemplo, en técnico informático. Y desde luego, no parece que ese sea el caso. Evidentemente, este sinsentido no se da porque, simplemente, la ética queda en otro plano. Y cuando ellos hablan de educación, a lo que realmente mientan es a la instrucción: Algo esencialmente distinto.

La palabra “educación” proviene del latín “educare”, que significa “sacar o extraer”. Es decir, el maestro es un guía que ayuda al alumno a descubrir aquello que es propio en él. En este caso, la labor del maestro consiste en ayudar a extraer, a alumbrar la potencialidad del alumno. Es un proceso que va de dentro hacia fuera y cuya finalidad es alcanzar la madurez moral e intelectual del alumno. En cambio, el proceso de la instrucción se orienta en sentido contrario; el alumno, en este caso, es un contenedor que acumula los datos que vierte sobre él una figura investida de autoridad. Es decir, desde el exterior. De fuera hacia adentro. No en vano, la palabra “instrucción” proviene de la palabra latina “instructo” y significa “adoctrinar, comunicar conocimientos”. Un ejemplo claro que ilustra la acción del instructor en un proceso formativo es la instrucción militar.

Otro tema que me parece preocupante dentro de esta metodología pedagógica es la obsesiva hiperespecialización de los estudios universitarios, cada vez más enajenados de cualquier conocimiento que se pretenda universal. Y esto no sólo en el caso de las licenciaturas que buscan una pretendida “salida laboral”, sino que ya lo padecen incluso aquellas que buscan un saber más universal (universalitas), las humanidades; e incluso en aquella disciplina, que es la filosofía, de la cual emanan todas las demás disciplinas y beben de ella para ajustar su método de trabajo (me remito, por ejemplo, a la excelente ponencia del profesor Félix Duque que está enlazada en este blog). Por no hablar del creciente desprestigio y arrinconamiento que está padeciendo desde hace algunos años a raíz de las diferentes reformas educativas.

La educación reglada convertida en instrucción orientada al mercado laboral; y un mercado laboral demandando empleados hiperespecializados en la última tecnología -y con, por cierto, una fecha de caducidad bastante breve- invita a reflexionar sobre algunas cuestiones que ya están sobre la mesa y no se pueden obviar. 

Desde un punto de vista práctico, esos técnicos cualificados tienen tanta validez para el mercado laboral como vigencia tengan las metodologías e instrumentos para los que han sido educados. Y es un hecho que la tecnología evoluciona a gran velocidad y que nadie, ninguna universidad ni ministerio, puede prever la tecnología de la que se servirá el trabajo a medio plazo. Otra perspectiva que creo que se debería de tener en cuenta es si realmente como ciudadanos estamos dispuestos a que se nos cercene el derecho a la educación en pos de la mera instrucción con lo que ello implica: La renuncia a ser ciudadanos éticos dotados de pensamiento crítico. Y, por último, tenemos que preguntarnos si eso es realmente positivo para el conjunto de la sociedad, la sociedad en mayúsculas; y ver si acaso una sociedad que renuncia a pensarse y cuestionarse no está abocada a la rigidez, al enquistamiento y al nihilismo.

En relación a esto, y para concluir, me gustaría traer a colación la división de saberes que muestra Aristóteles; porque creo que no está en la esencia de la civilización occidental un saber que no es capaz de pensarse a sí mismo ni de ir más allá de una pedagogía que solo aspira al conocimiento técnico.

Para Aristóteles, pues, existen tres grados diferenciados de saberes: Está en primer lugar el saber productivo. Éste es un saber técnico que emana fundamentalmente de las sensaciones sin tener demasiado en cuenta la razón, que se corresponde con el dominio inmediato de los objetos  o las cosas. Pero que no tiene por finalidad el ir más allá de sí mismo. El segundo de ellos, y más importante que el anterior, es el saber práctico. Más importante para Aristóteles porque es capaz de elevarse sobre las contingencias particulares de los hechos y es capaz de reconocer pautas que se repiten en un conjunto de casos. Este saber, por lo tanto, ya ha conseguido alzarse sobre el conocimiento meramente sensitivo e inmediato. Este saber práctico es el que crea pautas racionales en la conducta humana; es un saber político-ético. Finalmente, en tercer lugar, Aristóteles sitúa el pensamiento contemplativo o teorético como el más importante. Curiosamente, este conocimiento no tiene ninguna utilidad, ni responde a algún interés productivo o práctico; es el saber más abstracto. Y, precisamente por ser el más abstracto, es el saber más universal; el que se remonta a las causas generales de las cosas. Precisamente, en relación a ello Aristóteles ya advirtió que la filosofía era el saber más inútil pero el más importante de todos.

Y, nosotros, ¿todavía somos capaces de conceder algún valor al pensamiento en el aprendizaje? Y en relación con el tema aquí planteado: ¿Cuál debería de ser la deriva más deseable para la educación formal?