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viernes, 18 de agosto de 2017

LOS CUERPOS Y EL COSMOS


 

“¡Ven en mi ayuda! Sé carne y osamenta,

Sé mi forma, mis ojos, mi lengua, mis tendones.

Sé para que yo sea. ¡Sé para ser!” PAUL VALÉRY

 



El cuerpo, al igual que la metafísica, es un campo de batalla. Ha sufrido modificaciones y alteraciones en todas las culturas: Tatuajes, cirugía, pigmentaciones, extensiones, apéndices, prótesis, dilataciones, reducciones, ampliaciones, amputaciones, perforaciones, clonaciones, ha sido cubierto y destapado; encogido y aumentado… El cuerpo comprendido como espacio físico, topos, que nos define dentro de una cultura que se da inserta en un Cosmos (un orden, una imagen del mundo). Se diría que el díctumSer-en-el-mundo” todavía trae una vieja reminiscencia del dualismo cartesiano en la preposición “en”; pues parece que acontecemos en el mundo de la misma manera que lo hacemos en nuestro cuerpo: “¿Pero acaso lo más extraño no es que haya un Adentro y un Afuera?”.

Es fundamental la morfología en la relación óntica que establecen Platón y Aristóteles; especialmente el segundo, como criterio de individuación. La imagen, la forma de los entes o del cuerpo en nuestro caso: Son los límites que contienen nuestra alma en el mundo por sí indeterminado de la materia. Es la esencia que nos individualiza y nos define ontológicamente: Lo que somos, lo que potencialmente podemos llegar a ser y lo que no. Por cierto, estrictamente en ese sentido, ¿no sería más adecuado que se relacionasen los rasgos faciales con la expresión “partes íntimas” antes que con los genitales –la cara como espejo del alma-? Y preferentemente en el contexto de una cultura o educación clásica, donde el Cosmos representa el orden humano y divino -en el espacio y el tiempo- conquistado al Caos; pues aquí la Eugenesia tiene sentido; un cuerpo malformado desafía y atenta a la visión de orden, armonía que pertenece al Cosmos. 

Sin embargo, no es el caso de una cultura como la cristiana; y aquí también se ve claramente, creo, la relación entre cuerpo y Cosmos. Por un lado, en esta cultura existe una correlación entre el placer, el pecado y los órganos genitales, que son tabú; y, por otro lado, el antiguo sistema geocéntrico de la edad media que situaba la tierra en el centro de su cosmovisión; y en el núcleo de ésta, el infierno. Así pues, aquella cosmovisión situaba al infierno en el centro del universo; por lo que su vocación era trascenderlo, aspirar a otra vida, que sólo podía ser la verdadera. Aquello se hizo patente en la aparición de figuras como el eremita o el monje asceta que despreciaban el cuerpo y abandonaban el mundo; de ahí también la relevancia especial de topos como el de la montaña, el desierto o el bosque. Espacios al margen de la civilización -imagen del mundo- que fueron abandonados progresivamente por el hombre del gótico, del renacimiento y, posteriormente, por el heliocentrismo que desplazó al hombre de su lugar en el Cosmos; del cual, se podría decir, que  pasó de estar-en-el-mundo a ser-arrojado-en-el-mundo.

En esta odisea de los cuerpos en el espacio, una vez abandonado el geocentrismo, los hombres –seres sociales y, por ende, culturales- se han resistido a la idea de tener que abandonar “el centro” del Cosmos, es un desalojo forzoso que no estaban dispuestos a asumir, todo lo contrario, se da entonces, con más fuerza si cabe, la época de los –ismos con el afán de reafirmarse con más fuerza en él. La historia de la edad moderna es la historia de la búsqueda de su ónfalos: Es la historia del humanismo, del antropocentrismo, el etnocentrismo... y el “Yo” único e irrepetible -no menos histérico- del liberalismo que, siguiendo la analogía del profesor Félix Duque, define su individualidad como un producto único, especial e irrepetible. “Hasta el infinito y más allá”: Como el muñeco Buzz Light Year  de “Toy Story”, héroe destinado a salvar la galaxia que se descubre a sí mismo reproducido en serie en una fábrica de juguetes. En definitiva, Ethos y estética difundidos  a través de los espacios de difusión cultural por excelencia: Endoculturización a parte, los media y las redes sociales como forjadores de ídolos –eidos, imágenes- para la forja de cuerpos.  

Así pues, aunque no sea en el sentido estricto en el que lo expresaron Platón y los órfico-pitagóricos (soma-sema), parece que estamos embarcados en un viaje a través del Cosmos y nuestro cuerpo:  

“¿Por qué no habría de llevarse un diario del cuerpo? ¿Osaría escribir "mi cuerpo"? ¿Todo lo que sé de él? No de mi cuerpo, el de los médicos, sino del que yo conozco. No sé nada más allá de él. Él es mi ciencia y, según creo, el límite de toda ciencia…”