Dado que actualmente resulta harto difícil
hablar de educación sin pasar por alto el debate sobre la idoneidad de la escuela
pública frente a la privada; y dado que es un debate que genera unas posturas
tan encontradas y distanciadas; máxime cuando se percibe lo instrumentalizado
que puede llegar a tornarse por idearios religiosos o humanistas que no son
representativos de una sociedad en su conjunto, entendemos que para darse un
debate sincero y abierto sobre la educación, es necesario afrontarlo tomando cierta distancia y con un
espíritu crítico, abierto y sincero. Es decir, dejando a un lado las posturas
que conciben la educación meramente como un engranaje de su ingeniería social.
No somos ajenos al hecho de que detrás de
cualquier proyecto educativo haya algún determinado proyecto sociológico; de
hecho, aunque estamos lejos de pretender postular o decantarnos por alguno,
entendemos que para tratar de comprender cómo inciden en los alumnos no es
posible afrontar este debate sin lanzar una mirada a los proyectos educativos que
están en la base de la realidad docente de hoy en día; ya que, de no hacerlo
así, tampoco podríamos preguntarnos qué carencias tienen los estudiantes y qué
metodología debemos emprender nosotros mismos, lo cual sería tanto como
pretender separar el efecto de sus causas.
Lo primero que constatamos, una vez entrados
en materia, es que existe un gran ruido distorsionador de fondo, del cual se distinguen
dos claras posturas enfrentadas y agrupadas en ideologías que difieren en lo
tocante a la administración y esfera de lo público frente a lo privado. En ese
sentido, una propone un modelo de educación mayoritariamente público; mientras
que la otra es partidaria de salvaguardar la esfera privada frente a lo público
o estatal. De la primera premisa que partimos en este debate es que los alumnos
son un reflejo de estos dos modelos de entender –y proyectar- la sociedad; ya
que, inevitablemente, estos modelos, nos guste o no, trascienden lo meramente
educativo y abarcan la totalidad del ámbito ciudadano.
Así pues, sea como sea, cuando volvemos la mirada
al proyecto sociológico (y ontológico) que propugna el estatismo, nos
encontramos, ante todo, con un proyecto en el que predomina una voluntad de
igualdad y de justicia social, pero donde la libertad individual y la libre
expresión se ven con desconfianza y recelo en el momento en el que el individuo
conserva la suficiente autonomía para pensar al margen de la ideología
dominante. En definitiva, de un modo o de otro, su idiosincrasia tiende a
subsumir al individuo en grupos despersonalizados –de masas o de cuadros
técnicos- plegados a esferas de poder que los trasciende. Aunque hay que
admitir, por otra parte, que esta situación es muy común en el capitalismo
tardío, en la dinámica interna de las grandes corporaciones y colectivos
empresariales. En cualquier caso, la historia también nos ha enseñado que ambos
proyectos sociológicos pueden llegar a intercambiar praxis y morfologías que, a
priori, uno diría que son incompatibles.
En cuanto al otro modelo predominante,
generalmente identificado con el liberalismo y con las escuelas económicas que
beben y han bebido de sus fuentes desde el S.XVIII hasta el presente, comparten
la vocación de corregir las deficiencias del modelo anterior limitando la
acción estatal y mostrando un gran optimismo en las capacidades del individuo;
hasta el punto de creer, como Adam Smith, que la codicia individual servía de
argamasa para cohesionar la sociedad. De hecho, es tanta la fe que depositan en
el individuo aislado frente al Estado que apenas le prestan atención al aspecto
esencial que tiene para los seres humanos su vida en común y colectiva. Tanto
es así que allí donde el poder del liberalismo no encuentra un fuerte
contrapeso, la inercia de su ideología tiende a comprender la sociedad como un
inmenso mercado donde nuestras relaciones se convierten en mercancías
cuantificables; creyendo que, en cualquier caso, la justicia social está
asegurada por las propias leyes inherentes al mercado, simplemente por su
propia dinámica; o, lo que es lo mismo, el Mercado se pone en el mismo lugar
que Luis XIV y afirma: La justicia social soy yo. Frente a esta ideología, creo
que no es necesario recurrir a los teóricos detractores de esta teoría social,
nada más locuaz que la aún reciente –por sus consecuencias- que la caída de Lehman Brothers y la consiguiente crisis económica; donde no sólo el mercado se mostró incapaz de regular
absolutamente nada sino que fue causa de un extraordinario enriquecimiento de
una minoría frente a un empobrecimiento drástico y generalizado en la economía y una pérdida sin parangón de derechos
sociales y civiles para los demás. Por no hablar de la fuerte inversión de
dinero público destinado a sostener a grandes corporaciones financieras.
Dejando su talón de Aquiles al margen, en
nuestra opinión, el principal peligro de esta ingeniería social se encuentra en
la sobrestimación de las facultades atribuidas al mercado y, esto es
fundamental sobre todo para entender la deriva pedagógica que subyace en este
modelo, en su incapacidad para entender que el Hombre es, ante todo, un ser
social –más allá de ser un mero productor-consumidor-; y mientras que el liberalismo no hace más que
dar tumbos entre el individuo y el Estado, olvida que lo que realmente
constituye al hombre es el pensamiento y el lenguaje; el habla y el ser con los
otros y para los otros. Por supuesto, que nadie nos malinterprete, dista mucho
del debate que aquí lanzamos el cuestionar la idoneidad de la propiedad
privada. Simplemente queremos recordar los orígenes de la ilustración burguesa
del S. XVIII, de donde emana buena parte del pensamiento y la teoría liberal,
para intentar comprender el modelo de libertad cuantitativo (basado en el
capital y el fetichismo de la mercancía) frente a otro posible modelo más cualitativo
(basado en una autonomía real de palabra y pensamiento ajeno al dominio de los
medios de comunicación) que, quizá, pueda ser postulada desde la pedagogía. En definitiva,
una apuesta por la persona frente a otros proyectos ontológicos que postulan
individuos y/o técnicos cualificados.
Y ahora, si bajamos de las nubes de la
abstracción teórica y volvemos de nuevo la mirada al aquí y ahora, en concreto
a los alumnos que van a tratar con nosotros esta misma tarde para observar sus
problemas y carencias, podemos decir que aquellas que con más frecuencia observamos
cuando llegan a esta Academia, y en las cuales nos gustaría centrarnos en este
escrito, porque entendemos que son nexo y consecuencia de las dos teorías
sociológicas predominantes, solemos localizarlas en sus hábitos de trabajo. A
saber, su tendencia a competir de forma negativa entre ellos (anulándose
mutuamente) y una gran intolerancia hacia el error propio o ajeno. En general,
todo esto se trasluce en hechos más o menos comunes, dependiendo del alumno, lógicamente,
como la incapacidad inicial para establecer dinámicas grupales y colaborativas
o actitudes competitivas que pueden llegar a desembocar en la falta de
honestidad, la crueldad o la agresividad; generando, a su vez, en su entorno de
compañeros, una mayor cerrazón y una mayor acentuación de dichas actitudes
negativas. Probablemente, en muchos casos, como una actitud de autodefensa.
Pero, ¿por qué entendemos que dicha
incapacidad para colaborar y construir lazos que trasciendan el mero
utilitarismo es extrapolable de los dos grandes modelos educativos –y sociológicos-
imperantes? Pues respecto al modelo que emana del Estatismo, que considera que la educación debe de estar
en manos de un cuerpo funcionarial, observamos la tendencia a subsumir a los
individuos –profesores y alumnos- en grupos que deben plegarse a directrices
impuestas por departamentos u otras instituciones que representan la razón de
Estado. Todo esto se traduce en un funcionariado que transmite el temario
exigido por el departamento de educación sin tener en cuenta que nunca se
forman grupos homogéneos plegados a una misma dinámica de trabajo cuando, precisamente,
esta dinámica los trasciende y no ha sido creada por el propio grupo. ¿Cuál es,
entonces, grosso modo, la
consecuencia de todo esto? La formación de grupos capaces de adaptarse a un
determinado ritmo de trabajo, por un lado, y alumnos que se quedan al margen
del grupo principal, actualmente ubicados en subgrupos de “diversificación”;
para los cuales la respuesta es una diminución en la exigencia de contenidos,
ya de por sí bastante devaluados. Por nuestra parte, retamos desde aquí, a
quien realmente le interese este problema, que conozca y evalúe las capacidades
de esos alumnos y juzgue por sí mismo si la raíz de su fracaso escolar reside
en la dificultad de los contenidos.
En cuanto al otro modelo –digamos privado-,
ya mane éste del liberalismo o de algunas opciones religiosas ávidas de
conservar su esfera de influencia, en general no es capaz de concebir al alumno
de un entorno grupal más allá del corporativismo; todo lo demás es
competitividad. Y resulta para nosotros palmario y evidente que pretender
extrapolar la competitividad al entorno educativo no aporta más que resultados
pobres en la formación de los alumnos, no tanto de conocimientos técnicos para
su integración al mercado laboral, que en muchos casos también, sino en la
formación de futuros “seres sociales”. Aunque esta es una característica que,
de otro modo, también se le puede reprochar a la otra opción ideológica; ya
que, de un modo u otro, ambas propuestas terminan desembocando en la llamada
sociedad de masas, ya sea para servir al Estado o al Mercado.
En referencia a esto último y entroncando con
el análisis que nosotros hacemos de la situación actual y en relación con la
metodología que queremos proponer aquí, en Minerva, nos gustaría recordar las
palabras de Hannah Arendt que nos advierten que el Hombre, al ser
necesariamente un ser social, tiene la necesidad de compartir su vida con otros
hombres; pero es cuando pierde su Mundo, aquello que nos es común, cuando surge
la sociedad de masas. Nosotros entendemos que aquello que nos es común se
fundamenta, como ya hemos expresado en otras ocasiones, en la palabra y el
Pensamiento; y nuestra propuesta, metodológica; así como la
invitación al debate que desde aquí lanzamos.