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jueves, 15 de marzo de 2018

RAZÓN PURA Y METAFÍSICA EN KANT

"Tan extraño como un pueblo para quien se hubieran hecho insensibles su Derecho político, sus inclinaciones y sus hábitos, es el espectáculo de un pueblo que ha perdido su Metafísica, un pueblo en el cual el espíritu ocupado de su propia esencia no tiene en él existencia actual ninguna."

 

G.W. HEGEL, CIENCIA DE LA LÓGICA


Mucho se ha dicho a lo largo de estos siglos sobre el pensamiento kantiano. Mucho nos ha dejado como herencia el pensamiento del filósofo prusiano, tanto que algunos lo consideran, junto a Platón o Aristóteles, el mayor pensador de todos los tiempos.
Al margen de estratificaciones en la escala de lo mejor o lo peor es indudable que su pensamiento es inconmensurable y que abre una nueva perspectiva en todos los campos filosóficos posibles. A este respecto, hace poco leí en un estudio preliminar a su Crítica de la Razón Pura que se le podía considerar el último filósofo moderno, porque toma los problemas que se discuten tal y como se discuten en la modernidad filosófica; y el primer filósofo contemporáneo porque aporta una solución radicalmente novedosa y abre un nuevo ámbito de cuestiones. 

Entre estas cuestiones encontramos si es posible la metafísica como ciencia. Ante este problema Kant se propone iniciar un nuevo corpus filosófico que pueda dar validez de ciencia a la metafísica, al estilo de las matemáticas y la física. Entonces, ¿podemos afirmar que Kant fue un antimetafísico?¿Podemos afirmar que Kant, siguiendo a Hume, rompe con la posibilidad de la metafísica de una vez por todas dejando a la filosofía sin su raíz más importante?
Mucho se ha hablado de ello, e intentaré ser prudente, pero creo poder afirmar que no. No hay un intento de cercenar la metafísica en el pensamiento kantiano, sino más bien todo lo contrario. Existe la posibilidad de la metafísica para Kant, y además es una posibilidad inevitable porque la metafísica es una intención natural del hombre en cuanto que hombre. Es decir, la metafísica no puede ser cercenada porque pertenece a la propia naturaleza del hombre en cuanto este piensa sobre las cuestiones morales: DIOS, INMORTALIDAD Y LIBERTAD. Otra cuestión es si la metafísica es posible como ciencia. Para ello, debe poder preguntarse por los juicios sintéticos a priori. Pero este no es el problema que establecerá Kant de entrada, el problema versará sobre los propios juicios sintéticos a priori, sobre los cuales se preguntará si son posibles y en caso afirmativo cómo son posibles, esta última cuestión es el problema propio de la razón pura. 

Para ello, lleva a cabo el famoso giro copernicano. Kant ve una brecha en la metafísica que representa el racionalismo, doctrina filosófica a la que estuvo adscrito durante mucho tiempo, y es que la metafísica se vuelve dogmática bajo el paraguas racionalista. Esto es debido a que se intenta dar respuesta desde el conocimiento a cuestiones que, Kant considerará siguiendo a Hume, de entrada están más allá de la posibilidad del conocimiento. No negará la importancia de la experiencia en el proceso cognitivo, más bien la hace suya desde el principio. El conocimiento es conocimiento de experiencia, no puede estar al margen de ella, pero no sólo tenemos conocimiento de experiencia, sino que él se dará cuenta de que existe otro tipo de conocimiento que no sólo proviene de la experiencia, sino que la trasciende, este es el pensamiento práctico para Kant, el ámbito NATURAL de la metafísica. 

Pero, primero debemos establecer con claridad el giro copernicano. Hasta el momento de Kant se había entendido que los objetos se daban en el conocimiento tal y como se daban en el mundo. Es decir, los objetos se hacían patentes al conocimiento, y éste establecía las impresiones o ideas de dichos objetos (siguiendo al empirismo de Hume y Locke); o más bien, nuestra razón hacía patente los objetos, pero teniendo como base no la “patenticidad” de los objetos como tales, sino nuestra propia certeza de que pensamos, (siguiendo al racionalismo de Descartes y Leibniz). Kant le da un giro a esta forma de entender cómo se da la posibilidad del conocimiento de los objetos, con la cual, además, consigue establecer una síntesis clara entre racionalismo y empirismo, la cual refleja su propia evolución filosófica.  Kant nos dirá, ¿y si en lugar de poner a los objetos en el centro y hacer que el conocimiento gire sobre ellos, hacemos que los objetos giren alrededor del conocimiento?

Es decir, y si en lugar de entender que los objetos se hacen patentes al conocimiento, es el conocimiento el que hace patente dichos objetos. Pone, de este modo, en el centro de su teoría del conocimiento al sujeto cognoscente, haciendo que el sujeto pase de ser pasivo a ser un sujeto activo, participante del proceso de conocer los objetos desde los datos que nos proporciona la experiencia.  Participante porque es necesario el entendimiento para conocer los objetos, y este es parte de la razón cognoscente incluso antes de que se le den los objetos, por tanto, para Kant, se da a priori. 

Así establece Kant que es posible en nuestra razón un conocimiento a priori, por el cual podemos conocer los objetos de la experiencia.

Se pregunta ahora Kant: ¿Entonces, es sólo posible el conocimiento de los objetos de experiencia?

“El análisis metafísico divide el conocimiento puro a priori en dos elementos muy heterogéneos, a saber: el conocimiento de las cosas como fenómenos y el de las cosas en sí mismas.”[1]

Por tanto, por un lado tenemos la posibilidad de conocer los fenómenos (la cosa tal y como se la conoce); y por otro lado los noúmenos o cosas en sí (los entes de razón, algo que puede ser pensado pero no experimentado). Se produce una doble relación en el proceso cognoscente: conocemos los fenómenos a través de los sentidos, de hecho afirma Kant que las cosas percibidas por los sentidos son reales en tanto que fenómenos, es decir, son válidos para todo hombre. Pensamos los objetos, los colocamos mentalmente dentro de un concepto, estos pueden ser a priori o a posteriori.

“Merced a la Critica de la Razón Pura se ha probado suficientemente que no puede haber en absoluto un conocimiento teórico más allá de los objetos de los sentidos; y, dado que, en ese caso, todo debería ser conocido a priori por conceptos, no puede haber un conocimiento dogmático-teórico; y esto, en verdad, por la sencilla razón de que a todos los conceptos ha de poder serles referida alguna intuición mediante la cual se les procure realidad objetiva y, sin embargo, toda nuestra intuición es sensible. Esto quiere decir, con otras palabras, que no podemos conocer nada en absoluto de la naturaleza de los objetos suprasensibles, de Dios, de nuestra capacidad de libertad y de nuestra alma.”[2]

Entonces, está claro que si no podemos conocer los objetos suprasensibles y la metafísica es la inclinación natural del ser humano a preguntarse por ellos, no es posible la metafísica. Pero, ante esta posibilidad Kant introducirá una novedad más: los objetos de la metafísica, en tanto que objetos suprasensibles, no pueden llegar a ser conocidos a través de la razón especulativa. Pero sí pueden ser pensados. Es decir, establecerá Kant la distinción entre conocer y pensar. La razón especulativa conoce  los objetos tal y como se dan en el mundo, pero no puede conocer las cosas en sí que hay en cada uno de los objetos, porque la razón especulativa está limitada por los objetos de la experiencia. 

“La Crítica de la Razón Pura es el tratado del método que bosqueja el contorno de toda ciencia, tanto en lo que se refiere a los límites, como también a su completa articulación interior. La razón pura especulativa debe y puede medir su propia facultad; puede y debe enumerar completamente los diversos modos de proponerse problemas y así tratar el croquis entero de un sistema de metafísica.” [3]

Es decir, la razón especulativa o la razón pura establecerá el método, los límites y el contenido del sistema metafísico que intenta construir Kant, dándole así validez de ciencia. Por tanto, encontramos una clara intencionalidad metafísica en el pensamiento kantiano, de hecho establece la Crítica de la Razón Pura como el método de la metafísica como ciencia, porque sólo conociendo los límites de nuestro conocer, cómo podemos conocer, y qué conocemos, podemos darle legitimidad científica a la metafísica. Pero, ¿es, entonces, la razón especulativa el tema de la metafísica? Evidentemente no.

“Esos principios con que la razón especulativa se atreve a salir de sus límites tiene por indeclinable consecuencia una reducción de nuestro uso de la razón; ya que ellos realmente amenazan con ampliar descomedidamente los límites de la sensibilidad, a que pertenecen propiamente, y suprimir así del todo el uso puro (práctico) de la razón.”[4]

Queda claro que el tema de la metafísica, para Kant, se encuentra más allá de la razón especulativa, más allá de los límites de la razón pura. El tema de la metafísica pertenece a la razón pura práctica, porque se ocupa de conceptos a priori de nuestro entendimiento, dotados de necesidad y universalidad, son: DIOS, INMORTALIDAD, LIBERTAD. Son los grandes temas de la moral kantiana.

En conclusión,  podemos afirmar que en Kant no se da una superación, o un abandono, de la metafísica, sino una legitimidad científica de la metafísica que la aleja del dogmatismo del racionalismo, y del escepticismo del empirismo. Siguiendo al profesor Marzoa, podemos decir que Kant establece una doble metafísica:

a)      La Metafísica de la Naturaleza, dónde se pregunta por la validez del conocimiento en sí, otorgándole un uso teórico a la razón. Metafísica en la que estipulará los límites del conocer humano, la forma del conocer humano, y el qué del conocer humano.

b)     La Metafísica de las Costumbres, donde la pregunta ya no va dirigida al conocer sino a la posibilidad de pensar aquellas cuestiones que nos damos por inclinación natural los seres humanos: DIOS, INMORTALIDAD Y LIBERTAD.


[1] I. Kant, Prólogo a la Segunda edición de la Crítica de la Razón Pura.
[2] I, Kant, Los progresos de la Metafísica desde Leibniz y Wolff.
[3] Prólogo a la segunda edición de la Crítica de la Razón Pura.
[4] Prólogo a la segunda edición de la Crítica de la Razón Pura.
 

sábado, 10 de marzo de 2018

COGITACIONES HEIDEGGERIANAS (HETERODOXAS)


Inicio el paseo matinal de mis animales; son dos perras: Elsa y Hannah. Ascendemos por un sendero abrupto y nevado hasta lo alto de la montaña y nos guarecemos en un claro de bosque apartado del camino principal que conduce hasta la ermita de San Pedro, a resguardo de otros caminantes que nos importunen. Ato a las perras junto a un enorme pino, saco mi libro de la mochila y me dispongo a leer. Pronto, una de ellas –Hannah- da rienda suelta a sus ladridos: Guturales, potentes y constantes. Esto me hace sentir una irritación que va en aumento; algo desentona, algo no va bien, ha acontecido una interrupción brusca; no en el entorno, sino en mí. La lectura me remonta a un estado enajenado de la naturaleza; pues en ella permanezco en la esfera de lo humano, donde aparece sustentada inefablemente por el pensamiento y la cultura. ¿Qué puedo discernir al respecto? Pues que hay discernimiento, hay lenguaje y una conciencia que forja categorías. ¿De qué puedo estar seguro? ¿En qué medida guarda mi discernimiento una relación real con la cosa? Lo desconozco, pero sé que acontezco. Acontezco en el lenguaje, la conciencia y las categorías; y que éstas, en la medida en que se dan, abren un mundo, que me circunda, en el que yo soy: ¡Soy en el mundo!

miércoles, 7 de marzo de 2018

ARTE Y TIEMPO: Una aproximación a los márgenes del arte



“La razón del acontecer nos sumerge en el abismo ontológico de una realidad humana, fuente no sólo de sus actos, sino de sus posibilidades mismas”

Xavier Zubiri



Lo fronterizo es siempre aquello que delimita lo que está dentro de algo frente aquello otro que no lo está.  Así pues, ésta pretende ser una de las posibles aproximaciones a los márgenes (o marginalidades) que delimitan el arte; es decir, a aquello que por su contexto temporal  entra en constante diálogo consigo mismo así como con el entorno en el que se circunscribe (y opone): La historia y el contexto social. 

El tiempo es arte
Siguiendo esta línea de aproximación, podemos entender el tiempo como generador de estructuras (esencias) que conforman la propia definición de arte; de lo cual, creo, que se pueden inferir las siguientes conclusiones: La primera es que el tiempo y el arte se retroalimentan; pues los nuevos tiempos generan nuevas expresiones artísticas (descomponiendo y formando, a su vez, nuevos márgenes,  nuevas estructuras); y, la segunda, que el arte es susceptible de generar, a la inversa, nuevos valores y nuevos tiempos en su diálogo permanente con el espíritu de la historia. Escribe Felipe Martínez Marzoa, al respecto, en “La soledad y el círculo”: 

Es irrelevante el que un lingüista se considere o no “estructuralista”, pues, en cualquier caso, sin la ruptura estructural o reducción estructural no pueden reconocerse entidades, ya que las variantes materiales, físicas, “reales” en sentido trivial, son por definición infinitas, que es lo mismo que no sean ninguna

¿Existe un “decir”, pongamos, que se dé bajo un criterio de excepcionalidad? Cabe preguntarse si es precisamente ahí donde radica su dificultad para definirlo: En su excepcionalidad; esto es, en la constante indeterminación de sus márgenes; y, por ende, en su exigencia de reformulación estructural, dada su cercanía –e incluso simbiosis- con el pensamiento. Simbiosis, por cierto, que al acontecer en el tiempo, debe fijar constantemente los límites de su interpretación e inteligibilidad, ya que ambos contienen una imagen o visión del mundo y de cómo éste acontece -salvo, quizás, en lo inefable-, convergiendo en el espacio al que dirigen su interrogar. Al respecto, es indudable que el díctum “Ser-en-el-mundo” encierra un profundo enigma; especialmente en la preposición “en”. Pero cabe oponerle que el gran abismo de nuestras vidas, mientras acontecemos en el mundo al que somos arrojados, se da en el origen de un tiempo y en su conclusión (aion). Pues, ante todo, la mera espacialidad es una mirada proyectada sobre el hombre; pero aislada de aquello que lo constituye en su existir más radical.

Como actividad humana es, por lo tanto, propio de la esencia del arte –o de su estructura- darse en el tiempo -en un tiempo-; y ser, a su vez, en su marginalidad, intempestivo. Parece, por lo tanto, que no puede haber creación artística sin una reformulación o cuestionamiento constante de “lo común o socialmente establecido”. Lo cual, a su vez, entra en contradicción con aquello que es propio y define a la vida en comunidad: A saber, poner en sincronía, en mayor o menor grado, el tiempo de cada ser con respecto al de los demás. Precisamente, en las sociedades totalitarias, allí donde se observa una mayor resistencia y oposición a nuevos planteamientos artísticos (o filosóficos), es donde existe una mayor voluntad de poner esos tiempos en sincronía anulando, así, el tiempo del sujeto, de la persona singular, al ritmo -entre otros- del paso de la oca. 

Y ahora que empezamos a otear lo esenciable de sus márgenes, podemos preguntarnos: ¿Cabe la posibilidad de trascender ese diálogo? ¿Es posible un arte en el que desaparezca “la mirada” del artista? Tal vez sea cierto que, de un modo radical, sea propio de su naturaleza el acontecer sin propósito alguno. De ser así, tal vez, también le sea propio el coqueteo constante con la figura del idiota: El ángel, a priori, sin mensaje. De ahí la inevitable perplejidad ante cualquier intento de establecer una definición que pueda abarcar o fijar los márgenes y su estructura; ya que el arte situado en la marginalidad es –todavía- para la sociedad, un ángel intempestivo que tiene puesta su mirada en lo venidero y lo que está por trascender.