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lunes, 4 de julio de 2016

La isla desnuda


“La isla desnuda”  fue estrenada en 1960  y dirigida por Kaneto Shindo. Y, a pesar de su reconocimiento internacional en distintos certámenes, es una película inusual, de esas que se dicen de arte y ensayo. Con esto no quiero decir que la película sea pretenciosa o pedante; porque no lo es en absoluto. Pero sí es cierto que pertenece a ese tipo de películas valientes que se alejan del cine más común y accesible; de aquellas en las que la obra intenta entablar un diálogo con el espectador y, por lo tanto, le supone una participación activa y no un mero dejarse llevar por una secuencia de sentimientos, precocinados de antemano, en el montaje de películas más comerciales y destinadas a un público más amplio.

Ante todo, es una película que retrata el mundo agrario, independientemente de que se centre en una familia de una zona litoral de Japón que, a priori, puede parecer que tiene pocos nexos en común con, por ejemplo, una familia también agraria del pirineo ribagorzano. Pero lo cierto es que el tratamiento que el director le da a la película sí que permite establecer esos puentes; porque uno de los aciertos y, probablemente, grandezas de este film es que la historia narrada gira en torno a tres elementos que abarcan a toda acción y condición humana: El tiempo, el trabajo y la relación con el entorno. De hecho, la cultura particular, que puede ser más identitaria o japonesa de dicha familia queda en un segundo plano; hasta el punto de que, sin ser una película muda, no existe ni un solo diálogo en todo el metraje. No hace falta: Sus gestos, sus miradas, sus actos son suficientemente expresivos para ser universales. Poco sabemos, además, de los personajes. Son casi arquetípicos, aunque el director nunca los idealiza: Son tiernos, duros, abnegados, crueles.., Humanos.

 En el film, el director prescinde casi hasta el extremo de cualquier elemento que sirva para definirlos, tan solo alguna pincelada básica, algunos rasgos generales. No le interesa su historia particular, su vida puede ser la de cualquier otro campesino. Cuando los filma se centra en su trabajo, su esfuerzo, la lucha casi titánica para poder sobrevivir al entorno; repitiendo casi obsesivamente planos y secuencias para dejar constancia de que su vida es labor en el transcurrir de las estaciones. No hay elección para ellos: El tiempo y la meteorología determinan su horizonte vital y, ante todo, la rutina que vuelve una y otra vez inexorable como signo de su existencia.

El color escogido para la película es el blanco y negro. Puede que ese sea el color de la metafísica; el que mejor permite a un autor tomar distancia frente a lo narrado, y así sucede en este film. El autor en ningún momento realiza una aproximación hacia la historia o los personajes, los muestra desapasionadamente. Sin juicios morales. Cuando aparecen planos subjetivos, lo hacen para mostrar la alegría, la tristeza o el esfuerzo de una existencia vital propia de un modo de vida. Pese a que la película narra la historia de una familia, la mirada del director siempre omite lo particular; de hecho, al concluir la película ni siquiera conocemos sus nombres.

Ese es su acierto, pues todo ese hastío, angustia, perseverancia, su relación con la creciente ciudad, las novedades del mundo moderno y el progreso… que imprimen esa dureza de carácter a esas gentes del campo, todas sus luces y sus sombras, son bien reconocibles entre las gentes de aquí. Esta también es su historia.

P.D.: Dedicado a una buena amiga que ayer cumplió años.

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