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lunes, 25 de julio de 2016

Por una Ilustración semoviente. Del profesor Félix Duque.




Con gratitud y reconocimiento publicamos este ensayo del profesor Félix Duque.


Por una Ilustración semoviente

Félix Duque


Para José María Ripalda, en intermitente diálogo ultramarino.


1.- Buscando desde dentro una Ilustración superior

Las cautas precisiones que, al ponerlo en su sitio, sitian el mayúsculo sustantivo del título indican ya a las claras la pretensión de este ensayo de adscribirse a la retórica del alegato, dado que intentará la defensa y pertinencia, hoy, de una actitud o  “toma de conciencia” (como se decía antes) intelectual que, de presentarse en la radical desnudez de declararse uno, sin más, Por la Ilustración, o bien suscitaría la vaga aquiescencia de quien aprueba o tolera algo que a nada compromete, o bien incitaría a sonreír ante el anacronismo de quien se empeña en defender un proceso histórico bien determinado que naufragó en el tormentoso piélago de sangre de la Revolución Francesa, y que luego, dando travestidos botes por el no menos agitado mar decimonónico, acabó por encontrar amarga metamorfosis (o cumplimiento, según las querencias de cada cual) en el Gulag stalinista.

Con respecto a la aquiescencia descomprometida (análoga a la respuesta de si uno es o se siente, por caso, “demócrata” o acepta el “Estado de derecho”, etc.), cabe recordar el caso de una oposición a Cátedra de Filosofía celebrada años ha en una universidad del extrarradio madrileño y ganada –como suele acontecer “en las mejores familias”- por el heredero de la Casa: un resultado ante el cual el frustrado pretendiente dio en propagar, iracundo, la denuncia de que allí había sido humillada y vulnerada la Causa ilustrada (a la cual, por negación de la negación, se adscribía él, agrupando de paso en ella a cuantos sus denuestos apoyaran), mientras que, por su parte, uno de los miembros nombrados por la Casa denunciaba a su vez al calumniador y exigía respeto para una institución tan ilustrada como sin duda lo era en general un Tribunal académico de composición “mixta”, y como también lo era, en este caso particular, por lo que hacía a miembros tan notoria y conspicuamente ilustrados como los componentes de la digna Mesa. Nihil novi sub sole (cf. Le malade imaginaire: Mihi a docto doctore…). La mínima escaramuza no parecía sino una doméstica y capitidisminuida repetición –menos sangrienta, a la verdad- de la querella entre los republicanos ilustrados de la segunda mitad del siglo XVIII en Francia y los absolutistas no menos ilustrados de la primera mitad, anclados en los ideales “ingleses” (por simplificar personalizando: piénsese en la polémica entre Rousseau y Voltaire).

Por cierto, más difícil sería la defensa de la Ilustración (que no de gente “ilustrada”, sin más determinación) para quien se empeñare en defender precisamente un proceso histórico fomentado por philosophes como Voltaire, para quien el pueblo llano (la populace) no era sino la canaille, algo así como esa “gente” a la que les honnêtes gens d’esprit no podían sino despreciar[1] (algo que, en cuanto se rasca la epidermis democrática y biempensante, sigue saliendo a la luz en la crema hodierna de la intelectualidad), mientras se aprestaban a esclarecer a vuela pluma (o soplando al oído) a l’Infâme (el poder principesco y sacerdotal) para que dejara de serlo tras escuchar –y premiar- sus racionales consejos. Un poder tan esclarecido, sin ir más lejos, como el ejercido por Federico II de Prusia, el cual había emitido el 16 de octubre de 1777 una Kabinettorder convocando la siguiente Preisfrage para el año 1780: De si es úil engañar al pueblo, cuestión a la que él mismo –como Juan Palomo, y desde luego de manera afirmativa- respondió bajo pseudónimo, y por la que se llevó (¿cabría dudarlo?) el Premio de la Academia de Ciencias de Berlín.[2]  Por lo demás, tampoco el Gran Kant, ese nuestro filósofo de cabecera tardoilustrado que sirve todavía de enganche a pensadores tan poco sospechosos como Michel Foucault[3], se privó de “poner en su sitio” (uno de los sentidos de aufheben, menos terminante que el de “suprimir”) al gemeines Volk o “pueblo llano”, advirtiendo del peligro constante de que éste volviera a hundirse en la masa del “populacho”, por buen nombre: ignobile vulgus.[4]

Tan poco amable denominación permite ahora, por cierto, acercarse a ese adjetivo (“semoviente”) que sirve más de precisión atenuante que de especificación. Y digo que lo permite porque  algo podría tener que ver esa descalificación del pueblo como “canalla” o “vulgo innoble” con una determinación tan rotunda  como la de “semoviente”. Recordemos, para empezar, la acepción que de ese término presenta el Diccionario de la Real Academia Española en segundo lugar, a saber: “(Bienes) Ganado de cualquier especie.” Leyendo tal definición, lo primero que le viene a uno a las mientes cuando la remite a la noción de Pueblo y a la de Ilustración es una terrible fábula de George Orwell, Rebelión en la granja (1945).[5] En la novela, como es sabido, todo gira en torno al ganado y a lo con él ganado, comenzando por el humano Mr. Jones (encarnación del Zar ruso), el cual se aprovecha naturalmente de los animales de su granja, vendiéndolos o matándolos para obtener beneficio de ello. Old Major (= Lenin), un viejo jabalí (boar), dirige al principio la rebelión de los animales (ovejas dóciles y sumisas, caballos nobles e incansables como el percherón Boxer, perros guardianes como Jessie, Bluebell y Pincher y, en fin, cerdos, de entre los cuales destacan Napoleón -trasunto de Stalin- y Snowball -correlato animal de Trotski-), promulgando siete mandamientos que culminan en el precepto supremo, culmen del pensar revolucionario: All animals are equal. Por desgracia, muere tres días después, así que son Napoleón y Snowball los encargados de culminar el proceso, escribiendo al efecto en la pared los Siete Mandamientos, como una suerte de Constitución ilustrada. Boxer, el noble y leal caballo stajanovista, va más allá de lo explícitamente ordenado y adopta para sí la máxima: I will work harder, complementada tras la acusación de traición a Snowball y la consiguiente purga de sus partidarios por la más contundente: Napoleon is always right. Al final, en el film de 1954, los seis primeros mandamientos son borrados de la pared; y al igual que en la novela, lo que cuenta es el último, modificado: All animals are equal, but some animals are more equal than others. Los rasgos de los cerdos, autoproclamados “raza superior”, empiezan entonces a asemejarse cada vez más a los de los hombres, con los cuales traban relaciones a fin de “salvar” a los dos mundos (el animal y el humano) de la opresión.

Esta siniestra repetición stalinista del proceso revolucionario francés (Jacobinismo-Terror, Reacción termidoriana, Imperio) pone desde luego de un lado límites a todo intento de resucitar -para la “salvación” de las clases oprimidas- procesos totalitarios cuyos inicios apenas pueden disimular (si es que siquiera lo quieren) su aprendizaje en las fuentes de la religión, especialmente la cristiana (el Sexto Mandamiento reza: No animal shall kill any other animal). Es verdad que Orwell no ataca al proceso revolucionario en sí (las intenciones de Snowball-Trotski son puras, y sus instrucciones hacen aumentar la eficiencia de la granja y la prosperidad de los animales), sino a la falta de control, ingenuidad e indiferencia del pueblo cuadrúpedo o alado, convirtiéndose así la prometida Utopía en una bien real distopía. Pero, a pesar de ello, y por otro lado, es imposible dejar de recordar que los animales semovientes son ganados -ganados para la Causa-, y acaban por ende por volver a ser lo que eran al principio: ganado, o sea conversión en productos no sólo de las cosas, sino también de los productores mismos. Una fuerza de trabajo semoviente, sí, pero de movimientos controlados y planificados racionalmente (o, con mayor exactitud: al ras del entendimiento matemático e industrial) hasta hacer de la granja-mundo un modelo de utilidad: la noción fijada ya admirablemente por Hegel en la Fenomenología del Espíritu como el ser de lo ente propio de la Ilustración.[6] Por eso, cuando se trata de la Ilustración y sus consecuencias cunde el desánimo; pues, aunque fuera evitable la perversión distópica, o al menos resultara viable enderezar esa indeseable situación por una contrarrevolución como la intencionadamente expuesta al final de la versión fílmica animada (contra el escepticismo de la novela), difícilmente cabría escapar a esta ontopragmatología denunciada por Hegel y por Orwell, y con evidente fundamentum in re, como veremos.

¿Es posible entonces escapar al binomio Ilustración = Imperio de la conversión del mundo en Fábrica (paso del ganado de granja a lo ganado en la máquina), como reductora ocasión de ganancia para el homo oeconomicus, hasta que él mismo acaba siendo un engranaje dentro del Mercado? Pues aunque Snowball (Trotski) hubiera triunfado contra Napoleón y establecido duraderamente una justa distribución de pienso y tareas, esa ilustración -propia de bienes “semovientes”- no podría basarse al cabo más que en una concepción de lo político como un: “compartir aquello que nos es común”, según ya apuntara y despreciara Aristóteles en la Ética a Nicómaco, o sea: “por el hecho de pacer en el mismo lugar”[7], ya que, como se apunta en ese pasaje, tal actitud es, justamente, propia del ganado.

A fin de evitar la probable perversión del primer lado (la utopía revolucionaria como distopía dictatorial), y de paliar en lo posible la característica propia del segundo (que el ser de la Ilustración consista en la utilidad), conveniente será entonces acudir de nuevo al DRAE y atender allí a la primera acepción del adjetivo “semoviente”, a saber: “Que se mueve por sí mismo”. Por cierto, una definición ésta que enlaza el sentido primigenio, etimológico de “semoviente” con lo característico de la actitud, del éthos ilustrado latente ya en el período histórico denominado “Ilustración”, aunque no haya de ser exclusivo de éste, tal como propugnó para nuestra “ontología del presente” Michel Foucault. Para este híbrido de filósofo e historiador, la actitud ilustrada no debiera estar centrada tanto en la lógica de la producción, antes mentada, cuanto en la crítica permanente de nuestro ser histórico.

Y es que fue precisamente en la Ilustración cuando surgieron a la vez:
a) las plurales direcciones de filosofías nacionales, más allá del fondo “clásico” grecorromano; b) la filosofía de la historia, fundada en el agudo sentimiento de la irreversibilidad del tiempo histórico y de la propia historicidad del individuo, del universo y de la razón, y c) la autonomía y emancipación de la literatura moderna respecto a los modelos clásicos de la preceptiva literaria. Al cabo, el examen de los procesos históricos y de su conciencia desvela, à la Gadamer, que la historia no nos pertenece, mas también que no estamos prescritos por la Historia Universal ni inscritos en ella, sino que más bien pertenecemos a una historia nunca completamente determinada, entreverada como está de muchas narraciones. Y si a esta ilustrada conciencia de examen añadimos el examen de conciencia propio de la crítica permanente a toda cómoda sensación de estar morando ya en una era ilustrada (êthos significa a la vez carácter y morada), quizá podremos entrever entonces la posibilidad de una ilustración semoviente, orientada en todo momento a la posibilidad de rebasar los límites de la “morada” mediante la generación de “comportamientos” individuales, tendentes a intentar escapar de lo acuñado en una impronta (chárakter es en griego la acción y el efecto de sellar y acuñar, dado que toda morada o nicho tiende a modelar a sus habitantes).

Comportamientos, pues, en principio y por principio imprevisibles y ajenos por tanto a toda utilidad y ganancia, en perennemente exigible reinvención del « sí mismo », como nos exhorta el propio Foucault en una sorprendente (y seguramente no conocida) repetición del sentido original de lo semoviente. El pensador exige en efecto de nosotros, y se exige a sí mismo: “una prueba histórico-práctica de los límites que podemos rebasar, en cuanto trabajo, pues, de nosotros mismos sobre nosotros mismos como seres libres.”[8] Queda así abierta la posibilidad de una lectura inversa de la interpretación acostumbrada del famoso dictum heraclíteo:  êthos anthropôi daímon (Diels-Kranz 22B78): no el êthos morada (la Granja, la Fábrica o la Patria) que, en cuanto tal, configura al hombre, al sujeto, sujetándolo de este modo al genius-carácter (daímon) del súbdito semoviente, sino al revés, exhortación a que, a tenor de la voluntad del sujeto, y en función de los posibles de una situación histórica, social y política determinada, la actitud resuelta, o sea el genio, la determinación del individuo acabe por crear –surco abierto a golpes- un carácter distintivo, como una suerte de bucle de retroalimentación entre la “determinación” en el doble y fecundo sentido dialéctico del término: estar determinado en el origen y, justo por ello y como reacción contra ello, determinarse a configurar el propio destino. Algo que se halla también –y no es en vano que esa coincidencia terminológica se dé a la vez epocalmente- en el doble sentido de “sujeto”: estar por un lado sujeto a un conjunto de determinaciones que le “marcan” a uno, imprimiéndole “carácter” (lógica de subsunción, por el que todo suceso se presenta como casus datae legis), y ser por otro lado sujeto de las propias acciones, que, como predicados de ese sujeto, “dicen” de él lo que él va siendo, en cuanto quijotesco hijo de sus obras (lógica de inhesión, por el que todo proceso acontece como autoconstrucción y autoexposición: praedicatum inest subjecto).
El punto de inflexión, pues, para realizar un viraje radical de la Ilustración como conducción de un ganado semoviente a la Ilustración como trabajo del sujeto semoviente, se hallaría ya ab initio en esa señalada ambigüedad del éthos/êthos como felix culpa: confusión semántica, et pour cause, de dos pares de términos aparentemente homónimos mas ligados en profundidad: êthos qua daímon, por un lado, y por otro: Subject/subdite (lo propio del absolutismo ilustrado) y a la vez Sujeto individual de inhesión (en la estela ilustrada de Leibniz, Rousseau y Kant). Un doble doblez, si queremos, recogido lapidariamente también por Foucault: “la razón, a la vez como despotismo y como luz [ilustrada]” (la raison à la fois comme despotisme et comme lumiére).[9] Y así fue, tanto en el período denominado “Ilustración” por excelencia (donde, al menos hasta que en su tramo final despotismo y luces desembocaran en el Terror, la ilustración política fue ejercida como absolutismo ilustrado) como todavía hoy, oscilando como está la actitud dizque ilustrada entre la sujeción a la tiranía de la opinión común (la corrección política como rigidificación del êthos como estancia convertida en granja más o menos bien aprovisionada) y el irresistible despotismo de las “luces” (la transparencia de luz y taquígrafos, que deja fuera eo ipso a quien se atreva –como antes Heidegger y ahora Zizek- a cuestionar por ejemplo la “democracia”, ya sin los adjetivos de “liberal”, “popular” u “orgánica”), convertida en inmutable Shibboleth que, mientras agrupa a unos (los que están en el secreto y saben pronunciar correctamente ese nombre), separa a todo discrepante, tachándolo de “oscurantista” (sea de la vertiente nazifascista o de la leninista, que aquí eso tanto da: se trata simplemente de dar de lado a todos aquellos que -en otro giro, ahora hitchcockiano- empiecen a sospechar que toda característica-consigna-morada es en verdad un MacGuffin).
De este modo, la oscilación de ese doblez de despótico Shibboleth y de lo compartido como evidente MacGuffin por todo aquel que no quiera ser tildado de “persona de pocas luces”, puede llegar a obturar el doble y fecundo sentido de “semoviente”, de éthos y de “sujeto”: ese sentido anceps reivindicado por aquel poeta que, pasando a través de la Ilustración y su Terror, se negó a engrosar las filas de la reacción, exigiendo a cambio –y exigiéndose a sí mismo, como en nuestros días lo hiciera Foucault- una “ilustración más alta, superior” (eine höhere Aufklärung)[10]. Y ello implica, no una Instauratio Magna (como en Bacon, cuyo programa recogiera notoriamente Kant como exergo de la Crítica de la razón pura) empeñada en fijar el presente como “criterio” en que resuena la voz de la razón para valorar y enjuiciar de una buena vez el pasado y canalizar el futuro, sino un proceso de “transformación indefinida” (dado que en cada momento de transformación se liberan posibilidades hasta entonces inéditas): la renovada reinvención, pues, de una noche cuyo pasado no ha de ser jamás cerrado (como una cicatriz que cerrara en falso la herida del tiempo) y de un día cuyo futuro ha de ser continuamente reabierto. Como exhorta Hölderlin a Heinze, su amigo revolucionario:

Pugna también el fuego divino, de día y de noche,                 
por  irrumpir. ¡Ven pues!,  ven a que veamos lo Abierto
y a que busquemos un ser propio, por lejos que esté.[11]

Y es que para Hölderlin, si tenemos “ciencia, arte, religión” (Wissenschaft, Kunst, Religion), ello se debe a que: “El hombre quería habérselas con las cosas de un modo mejor a como se las encontró” (der Mensch es besser haben wollte, als er es vorfand). Y los hombres se aplican a sí mismos esa disciplina para mejorar su situación, haciéndolo justamente: “porque a ellos lo actual no les basta” (weil ihnen das Gegenwärtige nicht genügt), como si el poeta hubiera barruntado ya el hodierno doblete Shibboleth-MacGuffin y luchara contra él. Hölderlin reconoce incluso que, en su precipitación revolucionaria por lograr una brusca “subversión” (Umwälzung) de la situación política, los hombres puedan arrojarse ellos mismos, atolondrados, “a la fosa de la naturaleza” (ins Grab der Natur): probable alusión a la Terreur de la Revolución Francesa.[12] Pero, como escribe a su hermano, haciéndose eco de la célebre interpretación moral que Kant da a la recepción de ese terrible “espectáculo” o Schauspiel en El conflicto de las Facultades[13], hasta esas sangrientas revoluciones “aceleran el curso del mundo” (beschleunigen den Gang der Welt).[14]

2. En los dominios del philosophe
Comparada con esta posición, la conciencia que el philosophe ilustrado tiene de su propia época y de su función en ella se muestra como algo paradójicamente intemporal, no situado y, en el respecto personal, forzando la paradoja, como una autoconciencia impersonal, de modo tal que por su boca hablaría una Razón Universal en sentido cosmopolita. En efecto, sus tópoi (y no sólo en el período histórico conocido como des Lumières) están todos ellos volcados al culto del presente y, en esa cumplimentación actual –o a lo sumo inminente- de los tiempos, a la identificación de la Ilustración y del Humanismo. ¿Quién no los conoce y, pese a todo, no los celebra? Son, entre otros: esprit d’examen / raison / experimentation / sens du plaisir et du bonheur / tolerancia / progreso / libertad:
¿Quién podría ir, en efecto, contra esas abstracciones? Sólo que, ¿de qué abstraen? La comprobación más superficial de su sentido permite dar –como antes ya se insinuó-  una respuesta inmediata: todas ellas son transformaciones laicas del mundo de lo sagrado y lo religioso: del credo, de los ritos cultuales, del ceremonial, etc., apuntando desde luego a una Iluminación divina “desde arriba”: pues sabido es que Dominus illuminatio mea. Como si, ahora, tradujésemos: Ratio universalis illuminatio mea.[15] Y, ¿a quién se dirigen? Hoy como ayer, esas abstracciones tienen una doble dirección: los príncipes o el poder político sensu lato, y la opinión pública incipientemente ilustrada (hoy las secretarías ministeriales, las consejerías autonómicas y otras variopintas asesorías gubernamentales, así como fundaciones y lobbies en general, por un lado, y medios de comunicación de masas, cuñas publicitarias, anuncios en autobuses o páginas web, por otro). Lo nuevo en efecto de la Ilustración (nuevo, relativamente, ya que el proselitismo supone la continuación y metamorfosis de la religión por otros medios) es la interacción entre filosofía, literatura y artes (incluyendo desde luego en ellas las diversas técnicas): es decir la utilización de la cultura como medio de persuasión y difusión: el afán obsesivo de conectar saber y poder, influyendo así en una opinión pública tendencialmente universal y, a la vez, introduciéndose en las esferas directas del poder político (baste pensar hoy en la continua interacción entre ciencias y artes y la divulgación científica en toda clase de soportes mediáticos).
Se cambia así de discurso y de prácticas, yendo de lo religioso a lo científico en un tiempo que no puede ser llamado siquiera “profano” (salvo por los nostálgicos del viejo régimen) ni tampoco “sagrado”. No se trata simplemente de una sacralización de lo profano, sino de la supresión o relevo de ambos extremos (en el sentido de la Aufhebung hegeliana) en el moderno tiempo de lo Humano (o mejor, personificado: de Humanus, ese Hombre por antonomasia glorificado por Goethe[16]), el sujeto de la nueva religio civilis o de la Civitas que ya no es ni de Dios ni del Diablo, porque ha alcanzado su nivel absoluto al hacer que su propio cuerpo colectivo reflexione, se combe sobre sí hasta constituirse en espíritu: el Estado, que acoge en sí el presente y sigue fielmente el camino real de la ciencia, frente al pasado, plagado de errores y que anda siempre amenazando con su vuelta.[17]
En esta difusión, en esta disfunción que precisa de su enemigo visceral para avanzar en la tendencia ecuménica de la Ilustración, el impulso viene tomado de la propia furia ciega del enemigo para volverlo acrecentado contra él, mediante una habilísima campaña de anónimos libelos difamatarios, sondeos a una población escogida, utilización de perióidicos, apelación a las capas ilustradas del poder, y en fin recogida de todo ello en un libro que guarde para siempre la memoria de la infamia y a la vez de su retorsión, hasta condenar a la condena misma (eso es lo que hizo Voltaire con ocasión del affaire Jean Calas, condenado a morir en la rueda en 1762, acusado de haber estrangulado a su hijo –que en realidad se ahorcó-, y que tuvo la fatalidad de ser un criptoprotestante en momentos de furor católico; todo ello dio como resultado la obra, desde su aparición convertida en un clásico, a pesar de la prohibición inicial: Traité sur la Tolérance à l'occasion de la mort de Jean Calas (1763)[18].
Pero es más: se puede reciclar incluso el pesimismo cósmico, y volverlo contra el mismísimo Dios, habida cuenta del fracaso de la teodicea, o contra la mismísima Unión Europea, habida cuenta a su vez del fracaso de la coordinación interestatal en materia de seguridad y tráfico aéreo.[19] No hay que esperar, pues, al romanticismo para obtener beneficio a partir del adagio “cuanto peor, mejor”, o más clásicamente: revelatio sub contrario. Sólo que aquí será el Hombre el que se levante contra Dios o la Naturaleza o el Soberano. La acción violenta de esta tríada, lejos de cimentar su auctoritas, no hace otra cosa sino incitar a las honnêtes gens a que intervengan urgente y públicamente en la sociedad.[20]
Es digna de nota esta obsesión por la honestidad, que parece corresponder y a la vez sustituir a la honra antigua: pues mientras esta última descansaba en la propiedad ligada a la tierra y a la sangre (las leyes de la herencia exigían absoluta seguridad respecto a la paternidad), así que su locus naturalis es la familia: el buen nombre del pater familias depende en última instancia de la fidelidad de la esposa (siendo ésta, en cuanto madre,  la “máquina reproductora”); por el contrario, la honestidad pertenece ya al ámbito de la confianza entre socii dedicados a la industria y el comercio: su lugar natural es la sociedad civil (siendo su “máquina reproductora” el philosophe, que poco tiene que ver con el teórico al uso, perdido en sus abstracciones), como se aprecia a las claras en el ensayo Le philosophe de César Chesneau du Mersais: “El filósofo es una máquina humana como cualquier otro hombre; pero es una máquina que, por su constitución mecánica, reflexiona sobre sus propios movimientos.” [21] Veinte años después, una variante de este texto apareció como artículo homónimo en la Encyclopédie. Aquí cabe observar todavía con mayor precisión la conexión ilustrada existente entre esa máquina, el hombre honesto y la sociedad: “La sociedad civil es para él [sc. para el filósofo, F.D.] por así decir una divinidad sobre la tierra; la ensalza, la honra por su probidad […] y por un deseo sincero de no ser un miembro inútil o molesto de ella. […] como ama extremadamente a la sociedad, le importa mucho más que al resto de los hombres disponer todos sus recursos en orden a no producir sino efectos conformes a su idea del hombre honesto.”[22] Como se ve, la Ilustración fue vista como un mecanismo de producción de individuos honestos, según el modelo del philosophe-machine, al igual que antes lo fuera la Iglesia o el Ejército, instituciones identificados por lo demás en su función productora de modelos por nuestro Calderón de la Barca, para quien:
en buena o mala fortuna
la milicia no es más que una
religión de hombres honrados.[23]

3. El entendimiento: instrucciones de uso
Y bien, es justamente en vista de esa mecanización de la sociedad civil para producir en cadena “hombres honestos” como nos resulta posible establecer un denominador común de todos los movimientos ilustrados, a pesar de su muy diversa coloración en los distintos países europeos (no es exagerado añadir que fue precisamente la Ilustración, al hilo además de la sustitución de la teología por la filosofía de la historia, el primer movimiento que, siendo paneuropeo, sin embargo muestra ya muy diversas variaciones nacionales en intereses y objetivos), a saber: el desideratum último es que la adquisición de capacidades vaya simbólicamente de la mano con la lucha por la libertad; como si dijéramos, por la técnica maquinista a la autonomía moral.[24] Significativamente, la exacerbación ecuménica del ideal de la máquina utilitaria[25] ha llevado a la sustitución de la ética por la política (tecnocrática) en esta cumplimentación de la Historia como itinerarium hominis fabri ad Humanitatem: hoy es la intensificación de las reglas de la habilidad (por decirlo con los términos kantianos) la que produce un salto cualitativo en los consejos de la prudencia (más crudamente conocidos como relaciones de poder), de modo que es la Tecnología el eje en torno al cual giran los restos de las antiguas Críticas kantianas: las relaciones con las cosas (el saber científico), con uno mismo (el obrar ético) y con los demás uno mismo (la acción política). Y así, la tecnociencia se enlaza perfectamente con la tecnocracia, oficiando de terminus medius el “hombre auto-operable”.[26]
Con todo, de la fragilidad de ese terminus medius: el individuo (antes, representante de la Humanidad en su persona; hoy, ektypus de la técnica absoluta en su cuerpo) da ya sin embargo fe la propia filosofía ilustrada, en las figuras señeras con las que se  inicia y culmina el movimiento moderno: Bacon y Kant. Y ello, en un mismo texto, no por azar extraído de la Instauratio Magna. El pasaje ha alcanzado notoriedad universal gracias a Kant, que lo colocó de exergo en la segunda edición de la Crítica de la razón pura (1787), y trata de la conveniencia de que nosotros, personas honestas e ilustradas, anulemos nuestra singularidad (De nobis ipsis silemus), a fin de que los demás hombres se den cuenta de que la cosa que nos ocupa (De re autem, quae agitur) no es una mera opinión, sino una obra (ut homines eam non Opinionem, sed Opus esse cogitent), destinada a echar los cimientos de la utilidad y la dignidad humanas (utilitatis et amplitudinis humanae fundamenta moliri)[27]. Es el entero programa de la Ilustración lo que viene expuesto en este texto ejemplar: en él, las sectas religiosas (non SEctae nos alicuius) son sustituidas por el collegium philosophicum, la “cosa” (res: literalmente, aquello de que se habla) se convierte en la “obra” (aquello que hacemos entre todos), y la contemplación de la sagrada catena entium (en cuyo culmen se alza el ens summum) es preterida en favor de la actividad dirigida a la utilidad y dignidad propias de la sociedad de los hombres (ya no la Societas Jesu, la orden prohibida precisamente durante el período álgido de la Ilustración).
Bien está. Y sin embargo, la no menos famosa divisa de Contestación a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?, publicada por Kant en el Berliner Monatsschrift tres años antes, exhorta así al lector: “Sapere aude! Ten el coraje de servirte de tu propio entendimiento” (Habe Muth, dich deines eigenen Verstande zu bedienen).[28] Aquí es la Ilustración misma la que, utilizando como portavoz al filósofo, apela a la decisión y firme voluntad del individuo para que no se deje guiar por nadie y se sirva (como si de un instrumento, de una máquina se tratase) de su propio entendimiento (es el mismo Kant el que subraya el término eigenen). ¿Debe pues anularse en pro de la Obra común (Opus hominis) o, al contrario, poner de relieve la subordinación de la inteligencia a la voluntad? Adviértase que el objetivo sigue siendo, ahora desde el respecto subjetivo, la traslación del plano ontológico de la theoría a la práxis. Sólo que, ¿de veras se trata de una liberación del individuo con respecto a toda guía, es decir de una exhortación an-árquica, o más bien de un cambio de amo? ¿Para qué o más bien para quién ha de utilizar valerosamente el individuo su entendimiento, como si de un instrumento se tratase? También aquí basta un punto de reflexión para apreciar la coherencia entre los dos textos, el instaurador de Bacon y el exhortador de Kant. Ambos aluden –sin muchos tapujos- a la autoridad antigua del pater, ya lo sea de una secta religiosa, ya del pater familias (bajo cuya patria potestad se hallan los hijos) o del Padre de la Patria (el Princeps, la cabeza bajo cuya tutela se hallan los súbditos). Y en efecto, de “tutela” habla el texto kantiano, por vía negativa (Un - mündigkeit).[29] Que el filósofo está pensando desde luego en estos dos poderes ancestrales (el espiritual y el temporal, ambos descendientes del mismísimo Dios, según la teoría medieval de las dos espadas[30]) queda de manifiesto en otro texto no menos famoso; tanto, que puede considerarse el alma de la era crítica: “Nuestra época es, propiamente hablando, la era de la crítica, a la que todo ha de someterse. Pero la religión a causa de su santidad y la legislación a causa de su majestad pretenden de ordinario escapar a la misma. Sin embargo, al hacerlo, despiertan contra ellas sospechas justificadas y no pueden exigir un respeto sincero, respeto que la razón sólo concede a lo que es capaz de resistir un examen público y libre.”[31]
Sin embargo, adviértase hasta qué punto puede ser Kant aquí a la vez audaz y prudente. Pues, en efecto, en el texto no se afirma que esas antiguas potencias pretendan escapar siempre a la crítica (y por ende a la razón, como se ve por la última frase): se afirma tan sólo que de ordinario pretenden hacerlo, concesión que deja abierta la puerta a que tanto una determinada confesión religiosa[32] como una muy precisa “legislación” (Gesetzgebung), o potestad para la promulgación de leyes, encarnada desde luego en Federico II el Grande, el Rey de Prusia facultado para ello en cuanto: “primer servidor del Estado”, dado que, en vez de arrogarse la legitimidad por designación divina, dejó sentado que el origen del poder soberano sólo se encontraba sea en la sucesión, sea por haber sido elegido por los habitantes de sus dominios, sea en fin por conquista debida a guerra justa, aunque esta última fuente de legitimación es la más baja, y debe en definitiva ser rechazada.[33] Este Soberano, que aduna en sí las dos primeras fuentes (la segunda, se supone, indirectamente inferida a partir del afecto de su pueblo por) es notoriamente celebrado por Kant en ¿Qué es la Ilustración? (1784; el Viejo Fritz murió en 1786) como “un único Señor en el mundo” que, en lugar de impedir el uso público de la razón.[34], lo fomenta, con tal de que en definitiva se le obedezca.[35]
Al respecto, Kant utiliza -no sin ironía, me parece- el galicismo räsonieren, es decir: el Soberano ilustrado nos permite –o más bien nos impulsa- a “razonar” por razonar[36], hilando unos argumentos con otros sin que sea para ello absolutamente preciso saber la dirección ni tener un fin preciso, y a la vez nos exige que obedezcamos sin más, sin indicar tampoco el área en que debamos hacerlo, como si esta doble orden ocultara una cláusula condicional afirmativa, a saber: sólo aquel que está en principio dispuesto a obedecer al superior en general por lealtad al Estado en general, jerárquicamente encarnado en una Autoridad particular, encauzando así el uso privado de su razón singular, podrá luego razonar en cada caso singular, sobre esto y aquello y lo de más allá, y, por ende, investido como está en particular por delegación de la Autoridad, podrá hacer uso público en general de su razón: sea mediante la enseñanza, la magistratura, la medicina o la prédica (las cuatro Facultades fredericianas), sea mediante publicaciones sobre temas diversos; y ello, de modo que, en un bucle de retroalimentación, el Estado (el factor general o universal) se convierta mediatamente en “fábrica” productora de individuos libres… por introyección de la Ley, mientras que los dos individuos distinguidos que están al extremo de la cadena: el Soberano y el Filósofo, influyan uno en otro y se vayan modificando recíprocamente; el primero, exigiendo lealtad a su Gesetzgebung y obediencia a los preceptos emanados de esa legislación, de arriba abajo (von oben herab); el segundo, formando a la opinión pública (estudiantes y lectores), para que a su vez influyan con sus intereses razonables sobre las autoridades hasta llegar al Soberano, de abajo arriba (von unten hinauf).

4. Pero di una sola Palabra (“¡Comercio!”) y nuestra [calidad de] vida quedará a salvo.
He aquí el contrato original, típicamente ilustrado, entre el absolutismo y la razón: el uso público de la razón autónoma ha de ser la mejor garantía de la obediencia de los ciudadanos al Estado, siempre y cuando el principio político al que obedecen esté en conformidad con el examen libre y público de la razón, y pueda por ende exigir un “respeto sincero”. De este modo, el orden pragmático (política y educación) se subordina al orden moral. Ahora bien, basta un punto de reflexión para darse cuenta de que tan original contrato es la “traducción” al plano laico, o sea la secularización del mensaje cristiano (cf. Mateo 21, 14s.) sobre la curación en el Templo de cojos y paralíticos por parte de Jesús, maravilla ante la cual los sacerdotes del viejo Orden se indignaron. Ahora, el Templo-Estado desaloja a los detentadores del poder (a saber: l’Infâme) en virtud de la palabra del Filósofo, que sana y eleva así al bajo pueblo (la canaille) ilustrándolo en general, o lo que es lo mismo: haciéndolo útil para la lógica de la producción.
Sí, porque esa palabra ostenta un doble poder: se dirige técnicamente a todo campo del saber y lo ordena políticamente a la Ley, representada por el Soberano y cuya fuerza emana de él. La disciplina prodigiosa en la que se encarna esa nueva taumaturgia se llama: economía política. Ella es la que promete a los ciudadanos el disfrute inmanente de los bienes del mundo, la conversión de las cosas en objetos, y luego en productos que apuntan a su causa eficiente: los útiles generadores de otros útiles, ad infinitum). Esta reorientación de los intereses y gustos del público ilustrado, antes de formación clásica (en cuanto perteneciente al estadio agropecuario y poseedor por tanto de bienes así en la tierra como en los cielos) puede ejemplificarse en el siguiente parangón: en 1685, cuatro años antes de la publicación de los Principia newtonianos, Marc-Antoine Charpentier escribe su Idyle en musique: Les arts florissants. Esas artes son la Música, la Poesía, la Arquitectura y la Pintura. Ellas son las encargadas de poner fin a la Discordia, proclamando la Paz.[37] En 1787, el año de la Crítica de la razón práctica kantiana, André Chénier publica  L’Invention, poema didáctico al estilo del Lucrèce Newtonien de George Louis Le Sage (1784), que debiera haber constituido el prólogo de dos epopeyas: una, cantando la evolución de la naturaleza y la humanidad; la otra, el desarrollo científico y el progreso. Y él, el poeta revolucionario, se veía a sí mismo desbancando a los vates antiguos :

Torricelli, Newton, Kepler y Galileo,
más doctos y felices en su potente esfuerzo,
sus tesoros abrieron a todo nuevo Virgilio.
Unidas están todas las artes: las ciencias humanas
no pueden de su imperio extender los dominios
sin ensanchar también la carrera del verso.[38]

De hecho, no deja de constituir una suerte de mala conciencia de la Ilustración esta improbable propuesta de cooperación entre las ciencias, la poesía y la política (Chénier subió al cadalso en 1794)[39], a juzgar por los trenos (no demasiado creíbles, por lo demás) de un Voltaire:
expulsados han sido los demonios y las hadas;
las gracias, sofocadas por la razón,
a la insipidez entregan nuestros corazones;
tristemente el razonar gana crédito;
se corre ¡ay! de la verdad en pos:
¡ah! creedme; tiene su mérito el error.[40]
De todas formas, se trata seguramente de una furtiva lagrima. Es la economía política la que enlaza indisolublemente honestidad, probidad y propiedad. Ella el fundamento y destino de la razón y de la ciencia, garantía y promesa de la ulterior globalización. Bien pueden haberse marchitado les Arts Florissants. En su lugar, y gracias a les Arts Mécaniques, se alzan las “naciones florecientes”. Oigamos los ditirambos del Abate Raynal (el primero que, no por casualidad, se ocupara de la historia de la “liberación” del Nuevo Mundo en nombre del progreso): “Viendo a mis pies esos bellos países en que florecen las ciencias y las artes, ocupados durante tanto tiempo por las tinieblas de la barbarie, me he preguntado: ¿Quién ha excavado esos canales?, ¿quién ha desecado esas llanuras?, ¿quién ha fundado esas ciudades?, ¿y quién ha agrupado, vestido y civilizado a esos pueblos? Y entonces, las voces todas de los hombres ilustrados (hommes éclairés) que existen en ellos me han respondido: es el comercio, el comercio.”[41]
No es extraño que, a la vista de tantas maravillas, esa panacea universal ilustrada haya sido utilizada para justificar la dominación, tendencialmente mundial, del Imperio Británico entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX. Adviértase cómo, en lirismo, Winston Churchill no le va a la zaga al Abate Raynal. Pues, al igual que el Bálsamo de Fierabrás, el imperialismo vale para todo y todo lo sana. Sirve: “para pacificar a las tribus en guerra, administrar justicia donde todo era violencia, arrancarle las cadenas al esclavo, extraer las riquezas del suelo, sembrar las primeras semillas del comercio y el aprendizaje, incrementar en pueblos enteros sus capacidades para el placer y disminuir sus ocasiones de sufrimiento.[42]

5. Buscando desde dentro una Ilustración semoviente
¿Cómo se ha podido llegar a esto? Partíamos, siguiendo a Kant, de la exhortación a salir de todo tutelaje, de la sujeción al cual cada uno de nosotros habría sido culpable, y se acaba sometiendo a tutela a pueblos enteros y enseñando a éstos a ser felices (ya que por sí mismos parecerían ignorar hasta los sentimientos básicos, no ya del hombre, sino de cualquier animal: obtener placer y evitar el dolor). En medio, desde luego, la consigna: “extraer las riquezas del suelo” (entiéndase: del suelo ajeno, ya que el propio ha sido suficientemente esquilmado) y “sembrar las semillas del comercio”. ¿Cómo es posible tal inversión? ¿Cómo es posible que el raisonner tristement s’accrédite, cuando era precisamente este räsonnieren el que había de protegernos contra las órdenes del Militar, el Consejero de Finanzas o el Sacerdote? Aventuro una respuesta: el exhorto real a “razonar” y a la vez a “obedecer” recoge y cohesiona aquellas tres órdenes, las pone administrativamente al servicio del Estado al mismo tiempo que éste reconoce no tener otro motivo de existencia que el basado en el pliegue del Ejército, las Finanzas y el Clero sobre el pueblo, al cual se exige –por medio del Filósofo-Funcionario- que obedezca, y que encima lo haga atendiendo a razones. “¡Razonad!” es la consigna que subordina al pueblo bajo el “Único Señor del Mundo”. ¿Acaso no repetía Kant con su Monarca que se podía razonar sobre lo que se quisiera y cuanto se quisiera? Sobre todas las cosas, en efecto, salvo sobre el sentido mismo del “razonar”: algo que, de tan evidente que es, se da por sobreentendido.
A esto, desde luego, bien se le puede llamar “Ilustración” (puesto que, entre muchos otros, Voltaire y Kant así lo consideraron). Pero difícilmente cabría calificar ese movimiento de “semoviente”. Para que lo fuera, sería necesario que, lejos de pretender que basta subordinar los poderes fácticos de la sociedad civil a la Palabra imperativa apoyada en una Razón de la que cada uno puede hacer luego uso, como si fuera un instrumento neutro, se atendiera a las razones que brotan de la existencia y funciones del Ejército, de las Finanzas y del Clero como vinculación intermedia entre el Poder político y el Pueblo. Para que lo fuera, preciso sería reflexionara sobre los bordes impuestos por esas instancias y sobre aquello que dejan por ello fuera como lo desechable impensado. Una genuina Ilustración semoviente debiera pues no sólo criticar a la razón, sino sobre todo a su presuntamente evidente aplicación por medio del entendimiento a una experiencia que descansa de un lado en una ciencia mecanicista y reductora, que remite en último término a la Voluntad omnímoda de Aquel que no tiene deberes, sino sólo derechos, y del otro al Preussisches Landesrecht de Carl Gottlieb Svarez, como si bastara con “razonar” desde fuera sobre Dios y sobre Prusia para justificar a ambos y, de paso, a la propia Razón.
Pero entonces, ¿qué hacer? Bien, para empezar, reflexionar desde dentro, desde la historia efectual en la que estamos todos im-plicados, en esa tan “evidente” imposición, examinando en cómo y a través de qué procesos históricos hemos llegado a reconocernos hoy como sujetos dizque “libres” de nuestro obrar, pensar y creer. Y ello presupone una reflexión de la democracia sobre sí misma; si queremos, una hermenéutica de la Ilustración enderezada a la crítica de la primacía del comercio y su necesaria consecuencia: el aumento en la calidad de vida. Pues bien podría ser -recordando lo que dijimos antes del ganado semoviente- que si esa ganancia (en caso de que la hubiere) revierte en alguna parte sobre los ciudadanos ello se deba a que el democrático votante racional se haya convertido en “ganado”, obediente a las “razones” por las que preferimos peores opciones políticas, perjudiciales para el público en general, pero beneficiosas para ciertos grupos de interés que se lucran de las restricciones al intercambio voluntario y pacífico.[43] Y en segundo lugar, convendría reflexionar sobre esa “evidente” retroductividad ilustrada, esa fábrica de individuos libres y autoconscientes, literalmente “distinguidos” (pero, ¿quién va a distinguirlos, salvo el Mercado y el Poder, de consuno). Una fábrica que, habiendo fagocitado en su provecho la distinción burguesa entre lo público y lo privado, promociona ahora la “liberación” de los márgenes y desechos resultantes de la inscripción anterior para instaurar un nuevo “orden de las cosas” más permisivo, en donde la consigna sería: Marketize cuanto queráis y sobre lo que queráis, pero obedeced al imperativo del Consumo. Nuevos mecanismos, más refinados, de control, articulación, clasificación y sujeción para impedir el trabajo del sujeto sobre sí mismo, para explorar lo reprimido, para moverse en suma por sí mismo, y no por la atracción fascinante y obligatoria (“¡Obedeced!”) de la conversión de la privacy en imágenes públicas (hasta llegar al espectáculo de la exigida confesión de corrupción por parte de gobiernos nacionales, a fin de escapar al control de los Mercados; un cortocircuito que, a su vez, refuerza el poder globalizador del Mercado mundial: lo único libre que nos queda. Al final tendría razón el buen Abate Raynal: “Es el comercio, el comercio”.
¿En qué se sostiene ese movimiento de retroalimentación? El propio genitivo lo declara: se sostiene sobre sí mismo, como un cansino y siempre desequilibrado piétiner sur place. ¿Es posible intentar el desmantelamiento, siquiera teórico, de ese movimiento como de vórtice? Y si lo es, ¿desde dónde? Obviamente, desde los desechos últimos que se niegan a ser reciclados (o al menos que no son vistos como suficientemente valiosos para serlo). Esos desechos aparecen como de soslayo cuando Kant se ve obligado a postular la existencia de Dios como garante de la conexión entre la Naturaleza y la Virtud. Ahora bien, ¿para qué podría ser necesaria esa conexión, sino para satisfacer el ansia inextinguible de felicidad de los cuerpos humanos en su trajín, uso y desgaste con los otros cuerpos y con los cuerpos en general, a saber: precisamente esos “cuerpos” que presuntamente habrían sido convertidos en útiles y en objetos de consumo por parte de la Ilustración? ¿No apunta acaso la aquí también postulada Ilustración semoviente a esos derechos de los desechos?
El modo de acercarse a esa reivindicación reprimida no es fácil, ya que se trata justamente de conjurar lo apartado por toda lógica de la producción (incluso y sobre todo, de la producción de signos). Se trata de exhumar las reglas implícitas que, según el triple eje: económico, social y cultural, han determinado lo pensable en cuanto aquello que, en un libre räsonnieren, no admitiría contradicción: como si esa primera regla no fuera de suyo una contrdictio in actu exercito, puesto que abandona eo ipso como impensable la participación directa, de abajo arriba, del ciudadano en el ámbito político como condición sine qua non de toda ulterior representatividad (por no hablar del sujeto detentador de la soberanía. Se trata, pues, de cuestionar los supuestamente intocables tópoi ilustrados-democráticos, a saber la coyunda entre el Poder y la Ley, que pretende hacer pasar por evidente la compatibilidad entre igualdad y justicia, dependiente suo modo de la díada metafísica por excelencia: el par ordenado identidad / diferencia, que remite “naturalmente” al fundamento.
Sólo que no es tan claro, ni mucho menos, que exista un fundamento que no sea a su vez el resultado del perenne desequilibrio entre la igualdad y la justicia, entre una identidad siempre presupuesta y una diferencia siempre pospuesta… en nombre de una Ley que no hace sino expresar el irresoluble problema.
Ahora bien, si, tras la operación de desentrañamiento de los mecanismos y dispositivos del Poder (el Soberano) y la Verdad (el Filósofo) que han dado origen y sentido a esta democracia (con sus relatos sobre la igualdad natural, el contrato social, el iusnaturalismo, la autoposición del sujeto o la voz del pueblo), lo que resulta liberado es precisamente la falta de un fundamento último de la Ilustración y de la Democracia más allá del movimiento de ocultación de esa misma falta, ¿qué cabe entonces hacer? ¿Buscar acaso un Fundamento más fuerte, por ejemplo en una renovada Religión que vuelve al venerable exhorto crede ut intelligas, exorcizando así el ilustrado consejo: “Obedece para que puedas razonar”? Sólo que eso no sería ya, claro está, Ilustración (Auf-klärung: esclarecimiento que empuja hacia arriba) sino “Deslustración” (Aus-klärung: remisión del esclarecimiento a la Lux Mundi: Dominus illuminatio mea). Sólo que no es posible ya ni regresar, en una enésima y siempre fracasada Restauración a este Antiguo Régimen, que ponía las Bellas Artes al servicio de la Religión y ésta al del Poder Político), ni menos progresar, en una enésima y siempre fracasada Toma de conciencia del Pueblo (a menos que entendamos por ello: hacer que el Pueblo tome conciencia de la bondad de aquello que se le dicta), al Socialismo como pródromo de la era de verdad ilustrada, poniendo las Bellas Artes (o su divulgación cultural) al servicio de la Big Science, y ésta al del Mercado Libre.
¿Otra Ilustración es posible? Sí, lo es. Y lo es aceptando justa y audazmente esa misma falta de fundamento que el desarrollo dialéctico de la Ilustración y la Democracia han puesto palmariamente de manifiesto, ya desde Montesquieu.[44] Lo es si buscamos comparative a priori (por decirlo con Kant) las causas generales que rigen las diversas y en definitiva inconmensurables historias de las agrupaciones humanas (de los asentamientos a las póleis, de éstas a las ciudades, a las naciones y a los Estados, y de éstos en fin, de nuevo, a asentamientos mepolitanos[45]),  a partir de la correlación empírica de fuerzas de cada caso y de su plasmación en leyes e instituciones. Lo es si, venciendo la tentación de buscar a todo trance un fundamentum inconcussum veritatis, entendemos que son las relaciones mudables y recíprocas que enlazan las legislaciones con la realidad social las que producen el esprit général, evitando de este modo la antitética volonté générale rousseauniana, esa máquina generadora de principios que permitirían juzgar a las instituciones existentes y condenarlas en nombre de una nueva vuelta de tuerca de la teología política: ahora, la réligion civile.[46]
Lo es, en definitiva, si yendo más allá de Kant empezamos a pensar que no es el factum de la libertad lo que después genera personas morales que luego se reúnen pragmáticamente en sociedad gracias a su sabia utilización de una razón técnico-práctica, sino que es la eclosión misma de una democracia ilustrada la que funda la experiencia de la libertad. Pues no todas las democracias son ilustradas, es decir: semovientes. Lo sería más bien aquella democracia (seguramente no existente) en la que los ciudadanos se reconocieran a sí mismos como sujetos de derechos y deberes a partir del reconocimiento de que la conciencia de la democracia jamás coincide con la democracia de las conciencias, pues que siempre es “demasiado tarde” para captar el momento fundacional de ese bucle, por más que pretenda ser fijado mediante una constitución. Siempre es demasiado tarde para fijar las condiciones de la convivencia, ya sea por decreto divino, por la tradición, por la autoridad o por el afecto de los pueblos al poder soberano (si se permite tirar aquí de ironía). Y es que la democracia es es un campo abierto por las mismas tensiones e incertidumbres que lo generan, lo sostienen y, eventualmente, lo destruyen. Por eso, como apunta certeramente Rosanvallon, no es un defecto sino un mérito el que la democracia nunca haya podido ser sometida a una deducción categorial definitiva.[47]
Por cierto, una lectura pro domo del propio Kant podría esclarecer este elogio de la falta de fundamento, más allá del movimiento de recomposición flexiblemente orientada de las fuerzas sociales en liza. En efecto, y como una nueva corroboración de la dificultad de pensar lo político fuera de lo teológico, Kant alude al carácter ambiguo del origen y constitución del Estado Nacional como si se tratase -interpreto- de una suerte de tra-ducción laica del parto divino de la Virgen (en este caso, la Nación), concebida sin pecado (¡faltaría más!) por el Espíritu Santo (el Volksgeist o Espíritu del Pueblo) al inocular éste en ella la fecunda semilla de la Constitución, la cual, a su vez, procede tanto del Padre (los patres conscripti, The Founding Fathers) como del Hijo (el Pueblo libre), pues ya se sabe que Spiritus a Patre Filioque procedit. Sólo que ahora, en el Tiempo Nuevo (o mejor: en el comienzo ilustrado de la cumplimentación de los tiempos) son en definitiva los hijos los que, a través de los padres (sus representantes), engendran a su propia madre. No creo haber forzado en demasía el texto kantiano. Véase, si no, el extraño modelo de génesis inversa que él propone: “Los hombres que constituyen un pueblo pueden representarse, según la analogía de la procreación [o sea: en cuanto naturales: el cuerpo de la nación, F.D.], como los naturales del país (Landeseingeborenen), procedentes de un tronco paterno común (congeniti), aunque no lo sean; sin embargo, en un sentido intelectual y jurídico [o sea: como ciudadanos del estado de derecho con constitución republicana, F.D.], en cuanto nacidos de una madre común (la república) constituyen por así decir una familia (gens, natio), cuyos miembros (ciudadanos del Estado: Staatsbürger) son todos de igual condición.[48]
También podríamos decir lo mismo de otro modo, menos erótico-religioso, a saber: la democracia es el régimen en que lo político se instaura, se pone a sí mismo siempre de manera tentativa, flexible y como propuesta de un estatuto de convivencia digno de confianza. Por ello mismo, pace Carl Schmitt, el problema del sujeto de la soberanía no reside en quién sea el que decida del estado de excepción[49], sino más bien en cómo salir una y otra vez de ese estado siempre amenazante, siempre inminente. Y ello sólo parece posible  mediante la promulgación de una constitución en la que los redactores de la misma (los representantes de un pueblo nonnato) engendran por una Escritura -que es compromiso y promesa- la posibilidad de que haya Pueblo, a la vez que ipso facto se someten ellos mismos a su propia “creación”, engendrando así el Estado de Derecho y, con él, al Pueblo soberano, el cual, por serlo, goza de una abierta posibilidad de cambio. La constitución establece así un extraño bucle de sujetos que se sujetan a lo que ellos deben ser y todavía no son, en una palmaria declaración de autonomía contra natura.
El problema, ahora, consiste en cómo conjugar los éxtasis del tiempo: pues una Ilustración semoviente ha de ser a la vez respetuosa con el pasado (nunca acaecido, siempre sido) en que, a través de la Constitución, se funda la Nación (y con ella, los “naturales del país”), de un lado, y con el pliegue histórico de un futuro que está volviendo constantemente sobre el pasado y lo dota de sentido (instaurando así el Estado de los Ciudadanos), por otro lado. Se trata así de hacer jugar al presente en base al entrecruzamiento del pasado y del futuro, sin caer ni en el esencialismo ni en la creencia en el progreso indefinido. Mayor cuidado suscita esa delicada proyección de retroferencia hoy, cuando han dejado de coincidir sin más la Nación y el Estado, abiertos como están los países económica y políticamente al extranjero: por arriba, hay que contar con entidades (¡manes de Hegel!) compradoras de deuda pública, inversores, multinacionales y fuerzas del mercado; por abajo, con la inmigración y, en ciclos estacionales, con el turismo.
No andaba pues descaminado Kant cuando situaba a la cabeza de su estudio sobre el Derecho de gentes el ya citado parágrafo sobre la índole naturalmente incongruente de la República. Hoy, el derecho internacional  se introduce irremediablemente en el derecho civil y penal, desde la obligación de sujetarse a normas económicas internacionales (como se sufre hoy en España y en los otros países “bajos” de la Unión Europea) y a convenios bilaterales sobre inmigración, hasta el deber de colaborar a que se juzguen crímenes contra la humanidad cometidos en su seno (tal el caso de Serbia… y de la propia España; pues ya se sabe: hay que mirar al futuro).
Hoy, el ritmo democrático implica una continua interacción entre el estado de la Nación (la constitución como efectiva Verfassung: sea permitido usar aquí de la dualidad terminológica alemana) y el documento que hace de esa nación un Estado (la Konstitution), o sea entre la Historia y la Carta que el Pueblo se dirige a sí mismo, explicándola y explicándose en ella, hasta que la disparidad entre ambas exija un nuevo cambio de paradigma que lleve incluso a denunciar la Konstitution en nombre de la Verfassung (tal sería el caso de la posible independencia de Cataluña o de Euskadi), sin que ello deba comportar estado de excepción alguno, desde el momento en que toda Constitución ha de inscribir dentro de sí la posibilidad de su propia abolición.
Según esto, el objetivo final de una actitud ilustrada semoviente sería lograr (no sin trabajo de Sísifo) una posibilidad de compaginación entre:
1) la emancipación personal (la libertas ex, la liberación de lo natural como atadura al pasado) en virtud de la Carta Magna (garantía de apertura del futuro), en vistas a la consecución –nunca del todo alcanzada- de una autonomía individual garantizada por el derecho (como si dijéramos, apelando a la lógica de inhesión: praedicatum inest subjecto, vale decir, que es la ley la que construye al individuo ciudadano, y
2) el proyecto de participación en el poder social (libertas ad: son los sujetos mismos quienes, al volver sobre sus condiciones de posibilidad, descubren en los márgenes desechados por esas condiciones oportunidades inéditas de transformación, permitiendo así la creación ex novo de instituciones sólidas y duraderas).
O dicho de otro modo: la Ilustración no es algo que ocurrió en la historia y que ha dejado huellas en la misma, sino que, moviéndose a sí misma, constituye nuestra propia historia. Y nosotros correspondemos a ella con una actitud de conjugación cambiante de los tiempos (por decirlo con términos de Heidegger, en cuanto proyecto yecto), y de plasmación siempre precaria de una ficción útil para la vida colectiva, llamada democracia. Ficción, sí, de abajo arriba, ya que, a través de estrategias de generación de lo público, convierte simbólicamente un conjunto disgregado de espacios en un paisaje político, haciendo así de un grupo social heterogéneo y conflictivo una comunidad de ciudadanos. Ficción, también, de arriba abajo, porque, funcionando como si la existencia de la razón, encarnada en el Estado de derecho –el principio regulativo de la convivencia- fuese la razón de la existencia misma del Estado, dicta reglas universales para generalizar las tensiones de la sociedad civil (es decir, para convertirlas en abstractas, haciéndolas por tanto discutibles), e intentar resolverlas mediante mecanismos de consenso, tales como el Parlamento y la Judicatura.
Y en fin, esta doble tensión de una ficción configuradora viene a inscribirse en la historia retroductiva-proyectiva de los marcos de referencia en que se reformulan una y otra vez los tres ejes de la vida en común (el eje social, político y cultural), en una labor difícil de exploración y reelaboración de lo colectivo que se mueve a sí mismo:
ego certe, domine, laboro hic, et laboro in meipso, factus sum mihi terra difficultatis et sudoris nimii.[50]



[1] Voltaire, Questions sur l’Encyclopédie, « Blé » (1770) : «Distingue toujours les honnêtes gens qui pensent, de la populace qui n’est point faite pour penser. Si l’usage t’oblige à faire une cérèmonie ridicule en faveur de cette canaille et si en chemin tu recontres quelques gens d’esprit, avertis-les par un signe de tête, para un coup d’œil, que tu penses comme eux, mais qu’il ne faut pas rire. »  Cit. en Jean-Jacques Tatin-Gourier, Lire les Lumières (cit. en adelante como Lumières). Dunod. París 1996, p. 23.

[2] Hay que reconocer que el Premio se dividió ex aequo entre la respuesta negativa (digamos, “ilustrada popular”), ofrecida por Rudolf Zacharias Becker, y la positiva del Monarca (“ilustrada absolutista”). Ambos Preisschriften fueron publicados por la Academia en 1781. Ver: Adolf von Harnack, Geschichte der Königlichen Preussischen Akademie der Wissenschaften zu Berlin. 1900; I, 1: 372, 416-420 (hay reimpr. de la ed. de 1923 en BiblioBazaar. Charleston, SC, 2010). Cf. Arnold Beise, Soll man dem Volk die Wahrheit sagen oder lieber nicht? Die Preisfrage der Königlichen Preussischen Akademie der Wissenschaften für das Jahr 1780 (art. electrónico, accesible en google). Por cierto, Beise recuerda que ya en 1766 había declarado Federico II que: „El pueblo no merece ilustración alguna” (Der Pöbel verdient keine Aufklärung). Corriendo los años, al inicio del flamante Imperio Napoleónico, la respuesta negativa será depositada, nada menos, en los labios del mismísimo Dios, dándole así la vuelta a la célebre idea cartesiana según la cual Dios no era un génie malin que quisiera engañarnos. Ahora, como en el caso de Federico II, pero a lo divino, se dirá que sí nos engaña, pero que lo hace por nuestro bien: « Dieu nos trompe perpétuellement et veut que nous soyons trompés. Je veux dire qu’il nous donne perpétuellement des opinions à la place du savoir dont nous ne sommes pas capables … Il nous trompe pour nous guider, pour nous sauver … C’est l’éternel poète, si je puis user de ce mot, comme l’éternel géometre. » Joseph Joubert (carta a Molé de 30 marzo 1804), cit. en : Paul Bénichou, Le sacre de l’écrivain. 1750-1830. Essai sur l’avènement d’un pouvoir spirituel laïque dans la France moderne. José Corti. París 1973, p. 116.
[3] Ver Dits et écrits. IV: Qu’est-ce que les Lumières? [1983]. Gallimard. París 1994; págs. 562-578. El lector apreciará en qué medida se acoge el presente ensayo a la anchurosa sombra de la “genealogía arqueológica” de Foucault. 
[4] Anthropologie. § 10: “Los sentidos no presentan… reivindicación alguna; son como el pueblo llano, el cual, a menos de tratarse del populacho [Pöbel] (ignobile vulgus), se  somete gustosamente a su Superior, el entendimiento, pero quiere también ser oído.” (Die Sinne machen… keinen Anscpruch und sind wie das gemeine Volk, welches, wenn es nicht Pöbel ist (ignobile vulgus), seinem Obern, dem Verstande, sich zwar gern unterwirft, aber doch gehört werden will. En: Kants Werke. Akademische Textausgabe [= Ak.]. Berlín 1968; V, 145).
[5]Orig.: Animal Farm: A Fairy Story (hay varias trads. esp.: “Rebelión en la granja”; p.e. en Destino. Barcelona 2000). Para la trad. francesa, Orwell sugirió el título: Union des républiques socialistes animales, o sea: URSA (bear, “osa”) en transparente alusión a la URSS.- Existen dos versiones cinematográficas. La primera, en dibujos animados, de 1954, fue dirigida por el matrimonio Joy Batchelor y John Halas, y sigue siendo una excelente película, absolutamente ajena a la disneylandización generalizada, entonces y ahora, del cine de animación. Sin embargo, tras su revival actual en DVD por Home Vision Entertainment ha puesto lamentablemente en tela de juicio las intenciones originarias de la filmación (con independencia de sus resultados y de su recepción). La película fue producida y montada en la agonía de Stalin, y parece haber estado enmarcada dentro del diseño general anticomunista de la CIA norteamericana, que habría comprado los derechos de la novela a la viuda de George Orwell (a cambio, entre otras cosas, de que ésta lograra tener una entrevista personal con Clark Gable, su ídolo). Para disimular este encargo, propio del cine de (anti)propaganda en la Guerra Fría, el film fue realizado en el Reino Unido (¡el primer largometraje animado de la industria británica!). Cf. http://www.commondreams.org/headlines/031800-02.htm. Por otra parte, cabe recordar que el nombre original del director era János Halász, nacido en Budapest y emigrado luego al “mundo libre”. En 1999, John Stephenson rodaría otra versión para televisión (ahora también accesible en vídeo), esta vez con imágenes “reales” y utilizando animales, sustituidos animatrónicamente en algunas secuencias.
[6] Phänomenologie des Geistes, VI.B.II.a. Meiner. Hamburgo [Dusseldorf] 1980. Gesammelte Werke 9: 304ss.; trad. esp. de J. Gaos, FCE. México 1966, p. 330 ss.- Ver espec. 9: 305, esp. 331: “Como al hombre todo le es útil, lo es también él, y su destino consiste asimismo en hacerse un miembro de la tropa de utilidad común y universalmente utilizable.”
[7] Ética a Nicómaco. IX, 7; 1170b14. El verbo némesthai puede significar “comer juntos” y también, simplemente, “compartir” (cf. némein).
[8] Qu’est-ce que les Lumières? En : Dits et écrits IV. Gallimard. París 1984, pp. 562-578 ; aquí, p. 575 : «une épreuve historico-pratique des limites que nous pouvons franchir, et donc comme travail de nous-mêmes sur nous-mêmes en tant qu’êtres libres.»
[9] Op. cit.; IV, 768.
[10] Fr. Hölderlin, <Fragment philosophischer Briefe> (en otras ediciones: Über Religion). Sämtliche Werke und Briefe. Ed. M. Knaupp. Wissenschaftliche Buchgesellschaft. Darmstadt 1998; II, 55.
[11] Brod und Wein, vv. 40-42; 3ª estr.: “Göttliches Feuer auch treibet, bei Tag und bei Nacht, / Aufzubrechen. So komm! dass wir das Offene schauen, / Dass ein Eigenes [en la 2ª vers. de la elegía: ein Lebendiges, „algo viviente“, F.D.] wir suchen, so weit es auch ist.“ (ed. cit.; I, 374).
[12] Las citas de este párrafo remiten al Fragment citado en nota 11; II, 55.
[13] Cf. Der Streit der Fakultäten, 2ª sec., apdos. 5 y 6. En: Kants Werke. Akademische Textausgabe. de Gruyter. Berlín 1968; VII, 84s.
[14] Carta de 4 de junio de 1799; ed. cit. II, 769. En la 2ª versión de Pan y vino, Hölderlin cambia los citados versos 40 y 41 en un sentido claramente alusivo a ese “entusiasmo” suscitado por el signum prognostikon de la Revolución, pues ahora no se canta al fuego divino el que pugna por irrumpir en el tiempo de los hombres, sino al signo señero latente en las tempestades: “Signo señero cantamos también día y noche, / tempestades...” (Herrliches Zeichen auch singen, bei Tag und bei Nacht, / Witterungen). Ed. cit. II, 375. Adviértase que Witterung significa algo así como el lat. temperies (el cuajarse de los tiempos en un tiempo a la vez atmosférico e histórico; figuradamente, si la Witterung es extrema, en una catástrofe). Pero el término tiene otra acepción, subjetiva: el órgano del olfato, como cuando los perros ventean la caza. Así también los poetas barruntan en la época el signo de la tempestas (la 2ª versión de Brod und Wein está escrita bajo la honda impresión del “héroe” de la libertad de los pueblos: Napoleón, Primer Cónsul de la República Francesa).    
[15] También Hegel, en la Fenomenología, apuntó a este carácter especular, de anverso y reverso, de la “pura intelección” ilustrada y la “fe” religiosa. Cf. Phänomenologie des Geistes VI.B.I.b (GW 9: 286-292; tr. cit., pp. 319-324)
[16] J.W.F. Goethe, Die Geheimnisse: Ein Fragment (1816). En: Gedichte und Epen (Werke.Hamburger Ausgabe. C. H.Beck/dtv. Munich 1982; 2, 271-281). En ese poema, de fuerte impronta rosacruciana, el venerable fundador del monasterio románticamente perdido en las montañas, y del cual se espera, nada menos, la salvación de la Humanidad, se llama Humanus (cf. mi ensayo « Nimbada está la cruz, prieta de rosas ». Alquimia y ciencia en Goethe, de próxima aparición en: Goethe. Naturaleza, arte y verdad, Círculo de Bellas Artes. Madrid). También Hegel menciona -no sin ironía- a der Humanus como el “nuevo Santo” de la Edad Moderna, que recoge dentro de sí: “las profundidades y las alturas del ánimo humano en cuanto tal, lo universalmente humano en sus alegrías y penas, sus esfuerzos, hazañas y destinos.” (Vorlesungen über die Asthetik II. 3. Abschnitt, 3. Kap. C; ed. Fr. Bassenge. deb. Berlín 1985; I, 581; cf. también II, 425, donde Humanus es celebrado como “Héroe de la Historia Universal”).
[17] Con un doble sentido, también: la amenaza viene de un pasado que se niega a pasar, pero también y sobre todo viene del presente, pues es el Estado el que amenaza a los preocupados ciudadanos con la vuelta de ese pasado maligno; y ello, lo mismo antes que ahora: baste pensar en el Terrorismo del Estado francés respecto a la aristocracia, o en el terrorismo islámico, a cuya inminente amenaza acude una y otra vez, para asegurar poder y hegemonía, el gobierno de los Estados Unidos, o sea de esa Nación indispensable que surgió, pimpante y sin pasado interno, de la llama viva de la Libertad y la Ilustración
[18] Hay trad. esp. en Producciones Editoriales. Barcelona 1976.
[19] Piénsese respectivamente en el Terremoto de Lisboa, de 1755, que supuso la reconstrucción de Lisboa como Metrópoli Imperial laica, gracias al Marqués de Pombal, masón, y en la primavera de 2010, cuando la explosión imprevista de un volcán, sepultado bajo el glaciar islandés Eyjafjällajokull, impulsa la creación de una red unitaria del tráfico aéreo europeo.
[20] Para comprobar cómo se actualizan estos temas, se recomienda el Petit traité de manipulation à l’usage des honnêtes gens, de R.-V. Joule y J.-L. Beauvois. Presses Univ. de Grenoble, 2004. Ya advertía a principios del siglo XIX Joseph de Maistre, un fanático contrarrevolucionario altamente inteligente: “L’éxageration est le mensonge des honnêtes gens.”
[21] Le philosophe 3.  (recogido en: Nouvelles libertés de penser. Amsterdam 1743; ahora accesible en www.saltana.org/1/arg/641.htm; tr. de Genoveva Arcaute).
[22] Cit. en Lumières, p. 11.
[23] Para vencer a amor, querer vencerle. Comedia famosa [1650]. Valencia 1689.
[24] No estaría mal recordar aquí el anuncio de una entrañable academia técnica de Madrid: la Escuela Radio Maymó, que desde 1931 viene ofreciendo el sugestivo e ilustrado slogan: “Al éxito por la práctica.”
[25] En Italia, el automóvil es la macchina por antonomasia, mientras que en España nos decantamos por la sustantivación del adjetivo: el utilitario.
[26] Remito al respecto a la sección dedicada a Peter Sloterdijk en mi: En torno al humanismo: Heidegger, Gadamer, Sloterdijk. Tecnos. Madrid 20062.
[27] Kritik der reinen Vernunft (1787; B II). Ed. R. Schmidt. Meiner. Haburgo 1956, p. 2 ( tr. esp. Alfaguara. Madrid 1978, p. 4).
[28] Beantwortung der Frage: Was ist Aufklärung?(= WiA?). Ak. VIII, 35.
[29] WiA? Ak. VIII, 35: “La minoría de edad es la incapacidad de servirse del entendimiento de uno sin la guía de otro.” (Unmündigkeit ist das Unvermögen, sich seines Verstandes ohne Leitung eines anderen zu bedienen). En la traducción usual se pierde un matiz importante, al verter Unmündigkeit como “minoría de edad”, perdiéndose así el sentido del prefijo negativo Un- (“condición de no estar ya bajo tutela”, la liberación de la misma). La raíz remite a Mund, la “boca”; por metonimia, la capacidad de hablar. Y en efecto, los pupilos tutelados son considerados como estando aún en la infancia (la raíz latina apunta a un significado análogo: no tener derecho a hablar), sea en el ámbito familiar o en el político (puesto que el Estado absolutista es visto como una gran familia).
[30] Ver al respecto mi ensayo: Europa. De la palabra imperativa a la ley comunitaria (en: F. Duque y V. Rocco, eds., Filosofía del Imperio. Abada. Madrid 2010).
[31] KrV. A XI, Anm. (tr., p. 9).
[32] Años después, Kant defenderá la validez y sentido de: La religión, dentro de los límites de la mera razón (1793). Por lo demás, esa religión (basada en una “fe racional”) se parece sospechosamente a la confesión evangélica, una vez “purificada” de algunos de sus componentes más groseros. Y por otra parte, ya en el Prólogo a la 2ª ed. de la Crítica advierte famosamente: “Tuve pues que poner en su sitio (aufheben) al saber, para que la fe recibiera su puesto” (KrV. B XXX (tr., p. 27). Por cierto, la trad. allí ofrecida: “suprimir el saber”, no es correcta: difícilmente podría suprimir Kant el objeto propio de la Crítica misma, buscado a través de la célebre pregunta: “¿Qué puedo saber?” [KrV A 805/B 833]; pues en ese caso tendría que haber respondido: “Nada. Yo mismo tuve que suprimir el saber”; por el contrario, afirma ad loc.  haber encontrado “una [respuesta] con la que ha de conformarse [mi razón] y con la que tiene incluso motivos para estar satisfecha mientras no atienda a lo práctico”; así, aufheben tiene aquí ya el sentido que Hegel hará luego célebre: “bajarle los humos” a un concepto, “ponerlo en su sitio” al quitarle sus pretensiones desmesuradas de validez y alcance, a través de su reformulación por integración en un contexto más amplio y preciso.   
[33] Así se expresa el autor de: Anti-Machiavel, ou Essai de critique sur le Prince de Machiavel, publicado anónimamente por Voltaire en Amsterdam 1741, p. 3: “Le Souverain, bien loin d’être le Maître absolu des peuples qui sont sous sa domination, n’en est que le premier Magistrat.” Sobre el triple origen de legitimación del Soberano, ver p. 4. La intención abiertamente ilustrada de este libelo anti-libelo viene abiertamente expuesta en p. 15: “peut-être est-ce [a saber: el hecho de que los hombres estén hoy más civilizados] une obligation qu’on a aux gens de Lettres qui ont poli l’Europe.” El texto original (en la 4ª ed.; la 1ª es de 1740) es accesible ahora en http://books.google.com. Cf. también, con algunas variantes mínimas, Oeuvres de Frédéric le Grand. Ed. J.D.E. Preuss. Berlín 1846; 8, 66.
[34] Como -según Kant- harían en cambio el Militar, que nos ordena: “¡Haced la instrucción!”, el Consejero de Finanzas, con su exigencia: “¡Pagad!”, o el Sacerdote, que nos conmina: “¡Creed!”.
[35] WiA?; Ak. VIII, 37: “(Sólo un único Señor del Mundo dice: ¡razonad (rässonirt) tanto como queráis y sobre lo que queráis, pero obedeced!).” Más adelante, Kant reconocerá que esa sentencia es paradójica, y que refleja un “extraño (befremdlicher) e inesperado curso de las cosas humanas”, de modo que “un estado libre” (ein Freistaat) no se habría atrevido a pronunciarla, cosa que sólo puede hacer “aquel que, siendo él mismo ilustrado (aufgeklärt) … tiene también a mano un ejército numeroso y bien disciplinado ejército como protección de la tranquilidad pública (der öffentlichen Ruhe).” Que Kant tiene bien en mente el pasaje antes citado de KrV se muestra en el párrafo anterior a este texto, ya que afirma allí que el Staatsoberhaupt no ve peligro alguno, “incluso en vista de su legislación (Gesetzgebung), en permitir a sus súbditos el hacer uso público de su propia razón.” (ibid.).- Por cierto, la paradoja consiste en que, según Kant, la restricción en el “uso privado” de la razón, o sea la imposición de un grado menor de libertad civil (especialmente en quienes, como Kant, son funcionarios y, por ende, servidores del Estado), “procura espacio para la expansión de todos los poderes del espíritu del pueblo.”
[36] El sentido habitual en esta época es el de la argumentación lógica, pero puramente formal, externa. Hegel será altamente crítico de este vacuo uso del pensar, habitual por entonces precisamente en el bando presuntamente opuesto, a saber el de los historiadores, incluyendo desde luego a los autores de manuales de historia de la filosofía. Véase p.e. el juicio que le merece Dietrich Tiedemann y su obra, cuyo título sería exactamente contrario a lo que de hecho ofrece: Geist der spekulativen Philosophie (1791-1797): “La obra en su conjunto es un triste ejemplo de cómo un erudito catedrático (ein gelehrter Professor) pueda ocupar toda su vida en el estudio de la filosofía especulativa sin tener en cambio la menor idea de especulación […] Hace resúmenes de los filósofos mientras sigan razonando (solange sie räsonierend bleiben); pero cuando se llega a lo especulativo, suele enrabietarse, interrumpe la exposición y declara que todo eso son vacuas sutilezas.” (Vorlesungen über die Geschichte der Philosophie. I [Ed. Irrlitz/Gurst a partir de Michelet, 1833]. deb. Berlín 1984; I, 107s.).      
[37] Hay una excelente versión de Les arts florissants a cargo de William Christie, dirigiendo el Ensemble homónimo, en el sello Harmonia Mundi. Arles 1982 (CD 1987).
[38] Cit. en Lumières, p. 72 : « Torricelli, Newton, Képler et Galilée, / Plus doctes, plus heureux dans leurs puissants efforts, / À tout nouveau Virgile ont ouvert des trésors. / Tous les arts sont unis : les sciences humaines / N’ont pu de leur empire étendre les domaines, / Sans agrandir aussi la carrière des vers. »
[39] Poco más de cien años después (en 1896), la ópera Andrea Chenier subiría a los altares del verismo gracias a Umberto Giordano. 
[40]Ce qui plaît aux dames,  1764 : « On a banni les démons et les fées; sous la raison les grâces étouffées / livrent nos cœurs à l’insipidité ; / le raisonner tristement s’accrédite ; / on court, hélas ! après la vérité : / ah ! croyez moi ; l’erreur a son mérite. » (cit. en Lumiéres, p. 77; subr. mío: adviértase cómo ya Voltaire celebraba y a la vez lamentaba la expansión omnímoda el ilustrado räsonieren del que luego hablará Kant).
[41]Guillaume-Thomas [Abbé] Raynal, Histoire philosophique des Deux-Indes. Introduction générale, (1770), Pallet. Genève 1780; Livre I., p. 3). C’est là enfin que, voyant à mes pieds, ces belles contrées où fleurissent les sciences & les arts, & que les ténèbres de la barbarie avoient si longtemps occupées, je me suis demandé : qui est-ce qui a creusé ces canaux ? Qui est-ce qui a desséché ces plaines ? Qui est-ce qui a fondé ces villes ? Qui est-ce qui a rassemblé, vêtu, civilisé ces peuples ? & qu’alors toutes les voix des hommes éclairés qui sont parmi elles m’ont répondu : c’est le commerce, c’est le commerce. Al respecto, imposible no recordar el lejano eco –y menos lírico- de tan lapidaria respuesta, cuando, en plena campaña electoral, Bill Clinton le espetó a Bush padre: It’s the economy, stupid!
[42] The River War (1899), p. 6 (hay versión digital en books.google.com).
[43] Cf. el esclarecedor libro (nada revolucionario, por lo demás) de Bryan Caplan, The Myth of the Rational Voter. Why Democracies choose bad Policies. Princeton Univ. Press. Princeton/Oxford 2007, sobre todo el Ch. 8, dedicado al Mercado y a la nueva consigna, propalada por Robert Kuttner: Marketize! (p. 183).
[44]  En efecto, cabría hallar un predecesor en el ámbito político de la Ilustración semoviente en Montesquieu, si intentásemos leerlo de otro modo, o sea si empezásemos a pensar su esprit général como un delicado y precario juego de equilibrios entre factores generadores de sociedades siempre cambiantes hacia dentro y diferentes entre sí hacia fuera, sin que exista un denominador común de todos ellas, y menos una fuerza predominante que redujera a las otras a su égida. Pues: “plusieurs choses gouvernent les hommes: le climat, la religion, les lois, les maximes du gouvernement, les exemples des choses passées, les mœurs, les manières ; d’où il se forme un esprit général qui en résulte. [...] à mesure que dans chaque nation une de ces causes agit avec plus de force, les autres lui cèdent d’autant.” (De l’Esprit des lois. II.; XIX, 4. Gallimard. París 1995, 2 vols; de esta misma edición (que recoge la de 1758) hay ed. electrónica en httpp://www.classiques.uqac.ca/…/montesquieu/…esprit_des_lois/de_esprit_des_lois_tdm.html).
[45] Remito al efecto a mi ensayo La Mépolis: Bit City, Old City, Sim City. En: Félix de Azúa (dir.), La arquitectura de la no-ciudad. Cuadernos de la Cátedra Jorge Oteiza. Universidad Pública de Navarra. Pamplona 2004, pp. 17-67.  Cf. también Habitar la tierra. Abada. Madrid 2008.
[46] Du contrat social (1762); V, 8. Rousseau olvida que es él mismo el que se ofrece como Sumo Sacerdote de esta “religión”al futuro pueblo libre de Ginebra, de Córcega o de Polonia, o sea como su nomothétes, como un  nuevo Platón “democrático”.
[47] Cf. al respecto Pierre Rosanvallon, Pour une histoire conceptuelle du politique. Seuil. París 2003, p. 14s.
[48] I. Kant, Metaphysik der Sitten. I,II, 2er. Abschnitt: Das Völkerrecht, § 53. Ak. VI, 343.
[49] Recuérdese el celebérrimo inicio de Politische Theologie (1922): “Souverän ist, wer über den Ausnahmezustand entscheidet.“ (Duncker & Humblot. Berlín 20048, p. 13.
[50] Aurelio Agustín, Confesiones. X, XVI, 25. Sustitúyase al respecto la invocación al Dios Cristiano por la apóstrofe a una República laica de improbable futuro (non Dominus, sed Res Publica Europaea).

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