Europa y Ortega y Gasset. Félix Duque remonta la mirada a uno de los pensadores clave para entender los orígenes de nuestro proyecto europeo.
ORTEGA: EUROPA COMO METÁFORA[1]
FÉLIX DUQUE
Estar en lo libre apunta a estar
prendido en aquello que libera y crea.[2]
Juan Manuel Navarro Cordón, en homenaje al cual se escriben
–no sin lamentable premura- estas páginas europeístas,
sabe mucho mejor que yo que a la hermenéutica le están vedados tanto el
ejercicio nostálgico (laudatiotemporisfacti)
como toda pretensión de aprender de la historia para corregir los errores del
presente (historia magistra vitae),
escarmentando por así decir en cabeza pasada, tornada más bien por ello mismo
en caput mortis. Pues no hace falta
ser conocedor de Hegel (bien que Navarro Cordón lo sea, y de modo rigoroso)
para saber que: “Aquello que la experiencia y la historia enseñan es que ni los
pueblos ni los gobiernos han aprendido nunca nada de la historia, ni obrado
conforme a enseñanzas que hubieran sido extraídas de ella.”[3]
Y sin embargo, todo estudioso del pensamiento de Heidegger
(y el homenajeado lo es también) sabe distinguir con cuidado entre aquello que
los pueblos y sus gobernantes pudieran aprender
del pasado (a saber: nada),y aquello de lo que un pensador deba dejar
cumplida constancia (por más vox
clamantis in deserto que sea la suya, como en el caso palmario de
Ortega)respecto de los haberes del ser-sido de una comunidad de
hombres-en-sociedad, es decir de aquello en lo que ellos están prendidos¸ de modoque, si se resolvieran a ser eso (si se soltaran de la carga del pasado muerto, del Es war), sería esa misma proyección la que podría hacerlos libres,
dejarlos en franquía para existir. Pues no es lo mismo desde luego
hacer de la historia el precipicio del pasado (entendido como Vergangenheit) que considerarla como
reserva y custodio de la cualidad deser-sido
(die Gewesenheit). En efecto: “el
pasado es aquello de lo cual decimos que ha dejado de ser. Lo sido, en cambio,
es un modus del ser, la
determinación-destino del modo y manera en que el Daseines en cuanto existente.”[4]
Heidegger no entiende la historia como una mera proyección
del presente en el porvenir, sino
como la apertura del pasado desde el futuro, el cual, en su estar
por venir, despliega-la-esencia (“madura”: west)
de lo en ese pasado sido: algo, por
cierto, patente en la desafiante inversión que el pensador hace del famoso dictum (por otra parte, bien
anticiceroniano) del historiador Leopold von Ranke, según el cual: “Se ha
confiado a la historia (Historie) la
empresa de darle una orientación al pasado, de adoctrinar (belehren) a los contemporáneos a fin de quelos años venideros sean
de provecho; a tan altas empresas no se arriesga el presenteensayo: pretende
mostrar simplemente cómo las cosas propiamente han sido (wie es eigentlichgewesen).”[5] Por
el contrario, como se afirma en Ser y
tiempo: “Es siendo propiamente
advenidero comoel Daseinespropiamente
sido (ist …eigentlichgewesen).”[6]Y es
que las cosas en que se empeña el Dasein(ya
se plasme éste en un individuo o una communitas,
ligada interesadamente a la societas
y obligada legítimamente a la res publica)
sólo llegan a ser (sólo llegan a su ser)
si lo que hemos sido (lo que venimos siendo-sido) viene a darse desde aquello
que, viniendo, deja ser del pasado en cada caso lo sido: pues lo sido viene yectado sólo en aquello que colectivamente
se proyecta.
Adelantemos ahora lo agazapado tras tan tortuosa meditación,
sólo en apariencia abstracta: tengo para mí que España sólo llegará a ser
(llegará a su ser)cuando deje de ser
sólo España (por no hablar más por menudo de Catalunya o de Euzkadi) y acabe
por afianzarse en una plural Europa en la que, sin embargo, España nunca ha
dejado de estar-ahí, digamos virtualmente, ansich. O visto desde el
otro respecto: ¿cabe acaso proyectar Europa como futuro desde lo en España, y
no sólo en ella, sido? Repárese en que no se trata de preguntarse por el futuro
de Europa desde lo que España -y las demás naciones que integran aquélla- ha sido, sino de lo que en ellas pueda estar siendo sido desde una Europapor
venir, o más precisamente: desde Europa
como porvenir, evitando así que esta nuestra Unión Europea llegue a ser cosa del pasado en una suerte de
naufragio provocado por sus propias tensiones internas, antes siquiera de
haberse hecho valer en el proceloso mar de la globalización. Europa como porvenir / Europa como naufragio.
Sólo que, ya se sabe: eso no son más que metáforas.
Claro que: “También podría decirse: nada menos.”[7]
El filósofo que tan abruptamente he traído ahora y aquí a
colación es Don José Ortega y Gasset, que mucho sabía del uso de metáforas y de
la teoría sobre la metáfora. De lo primero, bien cabría decir –y más, a la
vista de los acontecimientos de estos últimos años- que, como tal y de manera
ejecutiva, no existe Europa. La actual Unión Europea –a la que no pertenecen países tan
conspicuamente europeos como Noruega o Suiza-
es poco más que una liga de naciones interesadas
(más que interesantes),mal que bien trabadas por una moneda común (y eso,
sólo con respecto a la llamada Eurozona) y por la cada vez más capitidisminuida
libertad de tránsito de personas, mercancías y capitales (algo, de nuevo,
restringido tan sólo al Espacio Schengen), pero sin unidad fiscal y con un
Banco Central Europeo que sólo ahora empieza tímidamente a supervisar las
políticas económicas de aquellos estados miembros merecedores de ser tildados
poco menos que de eso popularizado por Bush, Jr.: de ser roguestates, o estados fallidos (entre ellos, cabe contar desde
luego al Reino de España, y quizá, muy pronto, a la República Italiana;
añadamos a ello la parte europea de Chipre, y tendremos una clara confrontación
del norte de Europa contra su flanco sur, con la adición de Irlanda, decidida a trasladarse simbólica y
duraderamente al Mediterráneo). Pero si no existe Europa, sí se va forjando
desde luego en estos últimos años –en buena parte, a base de fallos,
frustraciones y amenazas de quiebra- la difusa imagen de una Europa que tardará mucho tiempo en configurarse como realidad jurídica y política, pero que ya hoy va
sedimentándose trabajosamente, con lo que acabará por fraguarse en idea, al
cobrar peso y objetividad mediante los usos.[8]
Y precisamente ese paso indeciso y
fluctuante de imagen a idea es lo que puede considerarse como metáfora. En este sentido, bien puede
hablarse de “Europa” como una verdad metafórica. Pues en efecto, según
señala con precisión Navarro Cordón: “El ser metafórico significa un sercomo, un modo de ser que ciertamente
no es el ser real, sino un ‘como-ser’, un ‘cuasi-ser’.”[9] No es
necesario por demás insistir a este respecto en la relevancia de la teoría
orteguiana sobre la metáfora.[10] Por
lo que hace a Europa (término metafórico que, por comodidad, usaré sin comillas),
bien puede decirse que su ultranza de
naufragio a entidad supranacional es la metá-phoràpor
excelencia, pues que su ultrarconsiste
precisamente en: “ir al universo”[11], si por esto último entendemos una metáfora
aún más rotunda y definitiva, a saber: la Cosmópolis,
como tendencia utópica de un mundo formado por una comunidad de naciones (no
necesariamente bien avenidas).
Mientras
tanto, la Europa-por-venir constituye
un cuasi-ser “suplente”, como compete al oficio propio de la metáfora. Bien es
verdad que Europa, como toda metáfora: “Es una realidad escurridiza que se
escapa a nuestra tenaza intelectual.”[12] Por
no por ello deja de ser un medio absolutamente necesario de intelección en vista de la realidad
radical de la vida, en general (también pues, y sobre todo, de la vida
colectiva, de la convivencia)a saber:
en vista de lo que ella, la vida, aún no es, pero a lo que tiende para superar
una circunstancia adversa (con tanta mayor fuerza cuanto dramática sea la
situación), y en virtud de los posibles que
el propio proyecto vital saca a la luz, que pro-duce
al detectar en el pasado las semillas del futuro. Tales semillas (otra
metáfora) constituyen eso que, con Heidegger, venimos denominando lo sido. Y para esa producción resulta
indispensable la función metafórica, ya que es en ella donde: “el término
adquiere la nueva significación a través y por medio de la antigua, sin
abandonarla.”[13] Ortega ha precisado con
claridad meridiana el proceso dialéctico subyacente a esa función: “Al pensar que A es B, se le
fuerza a corregirse y pensar que A no es B; pero apenas se ha trasladado a esta
nueva opinión tiene que volver a la primera, y así perennemente.”[14]Concretando:
en virtud de una analogía de proporcionalidad, pensamos que la Unión Europea es
Europa por tener muchos de los ciudadanos que componen aquélla una clara conciencia cultural de su común pertenencia a este viejo Cabo de
Asia. Pero, dado que ese fondo común no agota ni con mucho la realidad
ejecutiva que podría llegar a ser Europa, nos volvemos al punto de nuestra
apresurada opinión identitaria, pasando pendularmente a la constatación de que
la Unión no es Europa, lo cual puede constituir un motivo para recaer en el nihilismo europeo o, al contrario,
tornarse eo ipso en acicate para
hacer de necesidad virtud, proponiendo
entonces ad hoc una nueva identidad imaginada que, forzosamente, ya no podrá
corresponder a la anterior (aunque, al menos prima facie, no por ello habrá de ser la imagen necesariamente más
alta que la precedente; que los retrocesos son desde luego posibles lo muestran
las sucesivas crisis por las que el proyecto viene puesto a prueba, y como se
aprecia contundentemente en la actual, ya denominada por algunos analistas como
megacrisis).
La
pregunta, ahora, es tan obvia como pregnante: ¿cómo salir del momento actual de
depresión (económicamente hablando: de recesión) generalizada, para avanzar
hacia un estadio más alto y complejo, que, en el caso de Europa, pasa
necesariamente, en estos mismos momentos, por el establecimiento de una unión
bancaria y fiscal para la zona del euro y, más adelante, por la modificación
radical del Parlamento de Estrasburgo, de modo que éste se transforme en una
verdadera cámara legislativa? En terminología española, la pregunta podría
concretarse así: ¿cómo ir avanzando hasta la consecución de una España
entendida –al igual que los demás miembros- como Comunidad Autónoma Europea?
Para
aventurar los prolegómenos a una posible respuesta filosófica, podemos prestar atención a las sugerencias conjuntas de
Heidegger y Ortega respecto a ese bucle primordial del porvenir y lo sido, sólo
de cuyo entrecruzamiento cabe entender el presente? A su manera, el filósofo
madrileño recoge esta idea de retroalimentación
en espiral mediante el par ordenado
de invención y repetición, siendo ésta -la repetición-
la que, como una verdadera petición del
principio, es la sola capaz de responder -si incitada- a cuanto viene
requerido en toda situación de naufragio.
Y la situación actual de Europa lo es, y con creces. Por cierto que, extremando
la metáfora hasta retorcer el famoso apotegma de Pompeyo, bien cabría suponer que
Ortega estaría de acuerdo en que navegar
no es necesario: naufragar es necesario.
Y ello -cargando de nuevo contra Pompeyo- no desde luego porque vivir no sea necesario, sino al
contrario: porque vivir es naufragar.
Con toda contundencia: “La vida es en sí misma y siempre un naufragio.
Naufragar no es ahogarse [...] La conciencia del naufragio, al ser la verdad de
la vida, es ya la salvación.”[15] Si esto es así, entonces la aparente
contradicción entre “Europa como porvenir” y “Europa como naufragio”[16] se
ha de resolver en el fondo, o sea: en
el fondo de la conciencia europea,en
la que se adunan porvenir y naufragio como siendo la verdad de ambos. Una verdad ya de siempre sida, o lo que es lo mismo: una verdad esencial.
Como es sabido, Ortega enumera tres actitudes vitales
(vitales, digo: no nihilistas) de
respuesta a todo naufragio: la primera, más extensa (como que sin ella sería
literalmente imposible la vida… humana), pero menos efectiva, es la de quien
agita desordenadamente los brazos para no ahogarse, con lo que puede lograr lo
contrario de lo pretendido. Muy significativamente, Ortega adscribe esa primera
actitud a la de quien “habla de la decadencia europea como de una realidad
inconcusa”. Cuando a ese tal se le piden las razones de ese diagnóstico –sigue
Ortega- se le verá comportarse como todo náufrago, a saber practicando: “esa
agitación de brazos hacia la rotundidad del universo, que es característica de
todo náufrago. No sabe, en efecto, a qué agarrarse.”[17]
Tan desesperado manoteo, que correspondería
a la manera más primitiva y radical de vivir, puede ser sin embargo seguido por
una elemental atención a los posibles puntos de referencia que permitan
orientarse en la apurada situación. Esa atención, ese enlace del náufrago con boyas y señales por otros preventivamente
dejadas, constituye la cultura. Pues:
“Cultura es lo quesalva del naufragio vital, lo que permite al hombre vivir sin
que su vida sea tragediasin sentido o radical envilecimiento”.[18] En
tercer y último lugar se hallaría en fin la actitud propia del “hombre de
cabeza clara”. Del hombre, diríamos, que no utiliza la cultura (anquilosada en
fórmulas pret à porter, pero ya
obsoletas, catalogadas y archivadas en
virtud de eso que Nietzsche llamaría historia
de anticuario[19])
para impulsar su vida y la vida comunitaria hacia horizontes apenas
entrevistos, sino que emplea el acervo cultural (la Kultur, no la Bildung)
como “un telón fantasmagórico donde todo está muy claro. Le trae sin cuidado
que sus «ideas» no sean verdaderas; las emplea como trincheras para defenderse
de su vida, como aspavientos para ahuyentar la realidad.”[20]
Frente a esa estéril posición se alza la tercera y más alta actitud, la del
hombre de “mirada trágica, perentoria, absolutamente veraz”, que “le hará
ordenar el caos de su vida. Éstas son las únicas ideas verdaderas: las ideas de
los náufragos […] El que no se siente de verdad perdido se pierde
inexorablemente; es decir, no se encuentra jamás, no topa nunca con la propia
realidad.”[21]
Sin embargo, esa actitud heroica (más bien un tanto patética, a la verdad) no puede, no debiera poder surgir de la cabeza del
genio creador como Minerva de la cabeza de Júpiter, con lo que también ella se
atendría a una idea anquilosada y prêt à
porter: lista para ser obedecida por el político y cosí via, siguiendo una cadena de mando. El mejor Ortega ha
matizado sobremanera esa peligrosa idea del Führerprinzip,
al insistir en que eso que he denominado tercera actitud no podrá lograrse
cabalmente sin una precisa -y preciosa- atención a la cultura en cuanto Bildung. Ésa sería la función –realmente
egregia- de los clásicos. En un gesto que recuerda al que luego difundirá la
hermenéutica gadameriana, prescribe en efecto Ortega como comienzo de toda
curación: “es preciso citar a los clásicos ante un tribunal de náufragos.”[22] Tal
sería el sentido cabal de repetición,
como antes se señaló.[23] No
hay pues invención, innovación, sin
repetición… de lo sido, no del mero pasado.[24] Pues
bien, aquello que en Europa sigue siendo
sido, y que ante todo está recogido en las obras de los clásicos[25],
viene intrersubjetivamente plasmado en la idea de una conciencia cultural europea. Es precisamente esa conciencia -que
Ortega, con razón, cree “que ha existido siempre”, a pesar de que no haya “existido
nunca una unidad europea en el sentido que hoy tiene esa expresión”[26]- la
que permite utilizar como principio regulativo
(por decirlo con Kant) la metáfora “Europa” como orientación hacia una
futura entidad supranacional. A
este respecto, tengo para mí que no ha de cargarse a cuenta
del mero azar el hecho de que, tras la Segunda Guerra Mundial, en: De nación a provincia de Europa,
recordara Ortega y Gasset algo ya anunciado antes de la guerra, en: La rebelión de las masas,[27] a
saber: “que los pueblos de Europa sólo podían salvarse si trascendían esa vieja
idea esclerosada poniéndose en camino hacia una supra-nación, hacia una
integración europea.”[28]
Obviamente, la pregunta es si ese “salto” de más de veinte
años (de 1930 a 1953) puede ser todavía válido para nosotros hoy, orientándonos
de algún modo en el pensamiento y en la acción, sesenta años después de las
conferencias del último Ortega. La respuesta, en mi caso, no puede ser sino un
cauteloso “sí y no” (Jein, como dicen
los alemanes). El problema es que, a mi ver, no es posible deslindar
cuidadosamente “lo vivo y lo muerto” en Ortega, por aplicar a su pensamiento
aquella distinción de carnicero que
Croce ensayara con Hegel[29].
Pues aquello que podría resultar más sugerente, hoy, a saber: la idea de Europa
como entidad supranacional, está lastrado con la aplicación, tan omnímoda como
equívoca, de la Idea de Nación a la propia Europa por venir, como si se tratara
de un paso olímpico, deportivo (Altius,
Citius, Fortius), que cambiara la cosa en extensión (una Europa unificada)
y en número de “provincias” (los antiguos Estados nacionales), pero sin cambiar
su esencia. Y en verdad que a las veces pareciera que Ortega está cayendo en un
craso esencialismo, como cuando
define a la nación como si se tratase de una realidad anterior a la
constitución consciente de un nosotros.
Al respecto, su posición se asemeja a una indigestión de un mal entendido
hegelianismo. Y así, afirma de la nación: “No la hacemos, ella nos hace, nos
constituye, nos da nuestra radical sustancia.”[30]Pero,
por otra parte (coherente, con todo, con la idea de que la invención implica repetición),
ha de aceptar que, hasta 1900, había “un poder público europeo y había un
Estado europeo.”[31]
Ya resulta extraño el que Ortega, tan dispuesto siempre a
exaltar la realidad individual de mi vida,
personal e intransferible, subyugue al individuo bajo la Nación, y a ésta –al
menos hasta el siglo XX- bajo el Estado-Europa(el
cual, aunque no sea así mentado por juristas y políticos, debe sin duda ser
llamado de ese modo por parte de “los historiadores, más interesados en las
realidades que en los formalismos jurídicos”). Más llamativo es que considere
como “poder público europeo” lo que los ilustrados llamaban entente cordialey las potencias decimonónicas
balance of power. Y más lo es aún
que, siguiendo tácitamente un proceso dialéctico triádico y pseudo-hegeliano,
pretenda hacer pasar el final de una historia del ser europeo por algo más
predecible y forzoso que el advenimiento de la sociedad sin clases en el
catecismo marxista. En efecto, parece que hasta los albores del siglo XX, y al
menos desde la Edad Media, y gracias al fértil humus de Roma, habría habido una genérica “nación europea” (Ortega
oscila al respecto entre Estado y Nación), encarnada con diferentes estilos por
los prototipos nacionales, los cuales añadirían a su condición de “pueblo” (a
saber: una colección de manías y usos tradicionales enquistados, hasta formar
lo que llamaríamos una superestructura o,
si se quiere, un Super-Nosotros) la
Idea que distinguiría a los pueblos europeos de todos los demás, a saber:la de
una manera excelente “de ser hombre”. Eso sería el constitutivo esencial de la
“Idea de Nación”. Es verdad que cada nación estaría en “lucha agonal” (de
nuevo, el ideal deportivo: la emulación, la competitividad y el esfuerzo) con
las otras, forjando así “un programa de vida hacia el futuro.” Un programa que
delinearía así el perfil ideal de ese Estado Europeo avant la lettre.
De dónde haya tomado Ortega esta idea parece claro. En
primer lugar, se halla en el cap. XVIII de L’Esprit des Lois, de
Montesquieu: “L'Europe n'est plus
qu'une nation composée de plusieurs […] et l'État qui croit augmenter sa
puissance par la ruine de celui qui le touche s'affaiblit ordinairement avec
lui.”Tan prudente
concepción se tornará en optimismo tras la Guerra de los Siete años, hasta
alcanzar su punto máximo en la lección inaugural de Schiller en Jena, en mayo
de 1789 (¡dos meses antes de la toma de la Bastilla!), sobre el sentido y
culminación de la Historia Universal como conversación culta entre las
naciones europeas (o sea, entre las dinastías reinantes, estrechamente
emparentadas entre sí, y los intelectuales encargados de justificar la
distribución familiar).[32]En
la misma línea, pero con una mayor cercanía a la ulterior concepción de Ortega,
se expresa Hegel (o su editor, Gans) en el Zusatzal §339de la Filosofía del Derecho, una vez pasada la
tormenta napoleónica: “Las naciones europeas constituyen una familia, de
acuerdo al principio general de su legislación, sus costumbres, su formación
cultural (Bildung), y de este modo su
comportamiento en el seno del derecho internacional (völkerrechtlich: el iuspublicumeuropaeum, F.D.) viene a modificarse dentro de una situación bien distinta
a aquélla en que dominaba el infligirse daño unas a otras.”[33] Casi como un eco, insiste Ortega un siglo más
tarde en que Europa era: “una sociedad, una colectividad [que] manifiesta todos
los atributos de tal: hay costumbres europeas, usos europeos, opinión pública
europea, derecho europeo, poder público europeo.”[34] Por
cierto, esta imagen orteguiana del Concierto
de las Naciones sólo me resulta medianamente comprensible si se acepta una
tácita y bien jerarquizada escala metonímica de “Individuos” señalados (otra
vuelta de tuerca al ideal platónico del filósofo que renuncia a ser rey porque
su métieres más alto), y que, en el
caso de l’Europe des Lumières(a la
que parece referirse Ortega), comenzaría axiológicamente en el Individuo
egregio –por ejemplo, Voltaire[35]-
capaz de forjar culturalmente, junto con otros de su prosapia, una idea común
de Europa y de influir después en el Príncipe respectivo -Individuo segundo, o vicario- para que éste
encarne en su persona a la Nación -Individuo tercero-. Por debajo quedarían
quisicosas como el incremento de las posesiones mediante guerras de Kabinett, el fomento de la industria y
el comercio de la incipiente burguesía, y, en fin, el cuidado bondadoso de los
súbditos: individuos por delegación o en “calderilla”.
Si tan engrasada scalaentiumhubiera
existido alguna vez en Europa, entonces, dentro del iuspublicumeuropaeum, serían efectivamente intercambiables las
afirmaciones: L’Étatc’estmoi y Je suis la Nation. Pero no parece que
tan armoniosa imagen (por más que Ortega hable de una concordia discors)se haya dado nunca en Europa, a menos que
confundamos pro domo una
bienintencionada “promoción cultural” con la realidad política y económica.
Pues tras el humanismo renacentista, el antiguo amor a la libertad política
cantado por Rousseau y luego por BenjaminConstant (ya se sabe: “Se canta lo que
se pierde”)[36], se tornará tras la Paz
de Münster (y en el plano filosófico, con el muy influyente Patriarchade Robert Filmer, en 1680, pace Locke y Spinoza) en lealtad al
monarca incluso en el ámbito religioso (Cuius
regio, eius religió), de modo que “patria” no significará entonces (y en
algunos lugares, desde entonces)sino
aquello que reza su mismo nombre, a saber: que cada país es res patrum, o sea una comunidad política
fundada sobre el poder de los Padres (incluso la Revolución Americana, en sus
albores, podría verse como una extensión republicana de la idea romana de los patresconscripti).
Sea como fuere, la supuesta paxeuropaease habría roto por el auge decimonónico de los nacionalismos, esa enfermedad
degenerativa de las nacionalidades, que habrían acabado por transformar
subrepticiamente la “vieja democracia”, todavía templada –ahora parecemos oír
de nuevo a BenjaminConstant-: “por una abundante dosis de liberalismo y de
entusiasmo por la ley”, a cuyo amparo “podían actuar y vivir las minorías.” En
su lugar se habría instaurado una “hiperdemocracia en que la masa actúa
directamente, sin ley.”[37] El
resultado habría sido catastrófico: las naciones, faltas de porvenir, que es el
“órgano principal y primario de la vida humana”[38], se
habrían clausurado, excluyentes,
dentro de sí mismas y endurecido sus fronteras[39],
hasta desembocar en esa contienda duradera y fratricida que hoy venimos en
llamar “guerra civil europea” y que Ortega, mirando de lejos nuestra propia
guerra, barruntaba ya en 1937: “La pura verdad es que, desde hace años, Europa
se halla en estado de guerra, en un estado de guerra sustancialmente más
radical que en todo su pasado.”[40] A
pesar de todo, unos cuantos intelectuales egregios habrían conservado esa “conciencia cultural europea”, a través de la
cual, y tras la guerra, se urgiría a la creación de unasuerte de supranación,
la Europa de las naciones, cantada y alabada con sonoras palabras que hoy a
muchos se nos antojan algo huecas. Ortega nos incita en efecto a:“avanzar hacia la
unidad de Europa, sin que pierdan vitalidad sus naciones interiores, su
pluralidad gloriosa en que ha consistido la riqueza y el brío sin par de su
historia.”[41]
El
problema de tan altisonantes estas afirmaciones “proféticas” no estriba sólo en
la escasa base histórica y concreta que pudiera justificarlas, ni tampoco en
ese deseo de que no “pierdan vitalidad” las naciones unificadas, poco
compatible con el reconocimiento de
pérdida de soberanía por parte de esas naciones[42],
sino en una
dialéctica(dicho sea esto
con buena voluntad) interna al propio
pensamiento orteguiano, oscilante entre el decisionismo
y el fatalismo.[43]
Por lo que hace a lo primero (el lado más conocido, por ser distintivo –aunque
no exclusivo- del pensamiento orteguiano) puede elegirse este pasaje,
especialmente contundente: “Vivir es sentirse fatalmente forzado a ejercitar la libertad, a decidir lo que vamos
a ser en este mundo. […] Inclusive cuando desesperados nos abandonamos a lo que
quiera venir, hemos decidido no decidir.”[44]
Pero la decisión parece esfumarse cuando se trata de lo segundo, o sea: del
destino de Europa y su ineluctable unificación: “A ella se irá –repito,
en una u otra forma-, aunque no exista la voluntad espontánea, el deseo de ir a
ella. Ese género de estructuras históricas depende mínimamente de las
voluntades particulares y máximamente de las necesidades o forzosidades.[45]
Ahora bien, si, de acuerdo con el sombrío diagnóstico de
Ortega para los años treinta (un panorama que, en su opinión, no habria
cambiado en demasía tras la guerra): “En nuestro tiempo domina el hombre-masa:
es él quien decide”[46]; y
más aún: si, por nuestra parte, creemos que en la actualidad sigue teniendo
desgraciadamente validez lo que opinaba Ortega del gobierno español de
entonces, a saber: “que su actuación se reduzca a esquivar el conflicto de cada
hora; no a resolverlo, sino a escapar de él por el pronto, […] aun a costa de
acumular con su empleo mayor conflictos sobre la hora próxima”[47]; si
todo ello es así, entonces: ¿cómo a partir de tan febles y corruptos mimbres se
va a elaborar el enser de la unidad
de Europa? ¿A dónde han ido a parar “la riqueza y el brío sin par” de la historia de las respectividades
nacionalidades? ¿No habría que haber escudriñado primero la evolución de éstas,
sin limitarse –en el caso de España- a describir los males de la patria -por excelencia, los nacionalismos-, sino a preguntarse por la raíz de aquello sido que sigue envenenando el presente?[48]
¿No es acaso un ejemplo de un cierre arbitrario a parte ante la atribución del “proceso formativo” de las naciones
a una élite formadora?[49]
Y si ello ya resulta problemático para las distintas naciones europeas (valga
la redundancia, en Ortega): al fin, vástagos más o menos avenidos del Imperio
Romano, ¿dónde, y con qué fuerzas, y desde qué países, se formaría la nueva
élite de la nueva Europa?[50]
No
obstante, y recordando la teoría orteguiana de la metáfora, en general, y la
imagen del naufragio, en particular (que, por lo que hace a Europa, valdría
tanto, mutatis mutandis, para los
años cincuenta como para esta recién pasada década del tercer milenio), quizá
podría modificarse un tanto esa exasperante polaridad de vaivén entre
decisionismo y fatalismo (entre la ligereza de lo que aún no es, y puede no
ser, y la gravedad del pasado, que ya no puede no ser), y buscar una salida más
o menos airosa de este atolladero, recordando que la “Europa por venir” no era
sino una metáfora incitante, y que,
como tal,su efecto habrá de basarse en la similitud
entre dos términos previamente conocidos, y no menos polarizados, que
apuntarían a una posible analogía de
proporcionalidad, a saber:
1)
mirando hacia atrás con cauta esperanza, vemos la Europa deshecha tras la
guerra, dejando en sus campos de 50 a 60 millones de víctimas, por no hablar de
los desplazamientos masivos de poblaciones enteras; pero también y como
reacción a esa inmane catástrofe, saludamos la creación de la CECA, en 1951: el
germen de la futura Unidad Europea, de acuerdo al llamado Plan Schuman;[51]
2) mirando hacia delante con mesurada nostalgia, vemos, como
consecuencia de la crisis de la deuda soberana europea,vemos que la llamada Eurozona está a pique de desgarrarse
definitivamente, tras las sucesivas intervenciones -por parte del Banco Central
Europeo- de Portugal, Irlanda, y sobre todo, y recurrentemente, de Grecia,
junto con el inminente rescate del Reino de España[52]; y
sospechamos además que la caída escalonada de los mal famados PIGS, puede
acabar arrastrando al abismo a la entera Unión Europea;[53] pero
también, y no sin la débil creencia en una revelatio
sub contrario, pueden avizorarse síntomas que, como los dolores del parto,
anuncian la creación de una verdadera Unión Europea, comenzando por la unidad
fiscal y bancaria, y siguiendo por el reforzamiento del Parlamento y de la
Comisión Europea (con detrimento, y ahí se encuentra el punctumdoliens, del actual Consejo de Europa, dirigido ya casi sin
tapujos por Alemania).[54]
Al respecto, mantener a pesar de todo la elíptica metáfora: Europa como naufragio y como porvenir
podría resultar útil, al menos como incitación (pues que es precisamente en tiempos de tempestad cuando hay que hacer mudanza),
dado que, como toda metáfora genuina, esa “Europa” en devenir (o sea: resultante del paso retroactivo y proyectivo de su
estar a punto de dejar de ser y de no
llegar a
ser aún), posee, como no podía ser menos (dada la enjundia hegeliana
de los términos recién empleados) una cierta capacidad de síntesis, si es
verdad que para la formación de metáforas es preciso dinamizar conocimientos que
parecían dormidos en el archivo de la memoria y, por ende, incapaces de mover a
reflexión, y menos a la acción.
Sólo que, al contrario de lo que con cierta plausibilidad
podría ser válido para la postrada España de principios de siglo, a saber que:
“España era el problema y Europa la solución”[55],
cien años después no lo puede ser ya: ni Europa es algo externo que podría
salvarnos de nuestra propia desidia, ni España puede gloriarse (mal que les
pese a algunos gobernantes) de haber llamado en su ayuda a unos nuevos “Cien
Mil Hijos de San Luis”, transmutados por arte económica en “Cien Mil Millones
de Euros”. Pues la relaciónesencial (por
decirlo de nuevo en términos hegelianos) entre Europa y España no es ya
siquiera la mecánica del todo y las partes, ni la dinámica de la fuerza y su
externalización, sino la realmente efectiva de lo interno y lo externo:
España, como los demás miembros de la Unión es la manifestación externa (das Aeussere) de su propia esencia
interna (das Innere). No vale ya el
tan citado apotegma: “Yo soy yo y mis circunstancias”[56], con
ese redoblado Yo solar que, integrándolo, reduce el mundo a cosa
“circunstancial”, o sea: el campo de las fazañasdel
sujeto. Sería como si tildáramos, hoy, a la Unión –o peor aún, a Alemania- de
“Sol de Europa”, con los demás miembros como planetas (y algunos, incluso, como
satélites), dejando si acaso a las díscolas Suecia y Reino Unido (los restos de
la EFTA) como cometas del Sistema. Pero esto no así, sencillamente no es así.
Europa, no es, ni probablemente será nunca, una nueva gran nación, ya sea ultra- o supernación, porque lo que resulta obsoleto en la nueva era de la globalización es precisamente el
Estado-Nación. Europa es, está siendo
sida más bien una retículade
desplazamientos y condensaciones, en los que la soberanía común -si tal cosa al
fin se logra- será algo semejante al cantar de Atahualpa Yupanqui: algo que “no
es de naide y es de tóos”, por ser el resultado de continuos flujos y
variaciones, no sólo económicas y políticas, sino también culturales
(recuérdese otra poderosa metáfora reciente: la del Smart power, de Joseph S. Nye[57]), en
flexible y no siempre amistosa combinación con otros Bloques, como el de
Norteamérica (el GATT), el Cono Sur latinoamericano (por ahora, en unión sólo
económica: el MERCOSUR), los subcontinentes China y la India; y todo ello,
dentro de una constante y amebáticaconexión
y desapegos heteróclitos (piénsese en la caracterización que el propio
presidente Obama ha hecho de su país como perteneciente al Área del Pacífico,
si es que no su potencia hegemónica, en directa rivalidad con China –sin
olvidar a Australia- para la dirección y reorganización de la Región
Asia-Pacífico).[58]
¿Quiere esto decir que ha pasado la hora de Europa? No lo
creo así. Creo que, precisamente en cuanto “Europa” (y no como una suma
mecánica de países, unidos –o más bien, desunidos- en el mejor de los casos por
intereses económicos), esa hora está por venir. Sólo que para ello hay que
desechar todo eurocentrismo (que hoy
sólo podría provocar una sonrisa de conmiseración… en las propias potencias
rectoras de la Unión) y desde luego todo esencialismo, al estilo del zócalo Europa: “que está ahí ya desde un
remoto pasado […] Lo que sí será preciso es dar a esa realidad tan vetusta una
nueva forma.”[59] No. Lo que es preciso,
creo yo, entender –a partir de incitaciones del propio Ortega… y de Heidegger-
es que no hay “realidades vetustas” (¡un verdadero oxímoron!), sino escogidas semillas de lo sido,que sólo desde los peligros y zozobras del programa (una expresión cara a Ortega)
son conocidas por vez primera (y por
tanto, no simplemente re-conocidas) en esta no tan extraña retroducción del
futuro.
Por ello, más allá de Ortega, y con el propio Ortega, cabe
volver a proponer algo ya contundentemente anunciado por él hace poco más de un
siglo, a saber, que: “España es una
posibilidad europea. Sólo mirada desde Europa es posible España.”[60] Pero
hay que apresurarse a añadir que, sin la conversa, tampoco esa posibilidad es
viable. Digamos pues: “Sólo mirada
desdeEspaña es posible Europa.” Claro que, cuando ello suceda –si es que
sucede- los términos “España” y “Europa” seguramente tendrán a lo sumo una significación
levemente análoga respecto al uso
actual. ¿Qué importa? Mensnesciasortisfuturae. Y nosotros, al menos, habremos cumplido con lo que nos concierne e
im-porta, preparando el adviento de Europa desde los varios proyectos de
excavación de lo sido.
Y es que, si estamos
prendidos en aquello que libera y crea, es porque estábamos ya de antemano
prestos a liberarnos a nosotros mismos del “Así fue” del pasado, en franquía
hacia aquello que, viniendo, está siendo sido, o sea: hacia lo verdaderamente creador.
[1] El presente trabajo se
inscribe en el Proyecto de Investigación “Pensar Europa. Democracia y hegemonía
en la era tecnológica” (FFI 2009-10097).
[2] J. M. Navarro Cordón, Nietzsche: de la libertad del mundo. En:
J.L. Villacañas (comp.), La filosofía del
siglo XIX. Trotta. Madrid 2001 (Enciclopdia
iberoamericana de filosofía. 23), p. 196.
[3] G.W.F. Hegel, Vorlesungenüber die Philosophie der Geschichte. En: Werke. Suhrkamp.Frankfurt/M. 1970; 12,
17.
[4] M. Heidegger, Grundprobleme der Phänomenologie. 2. Teil, 1. Kap., § 20, c).
Klostermann.Frankfurt/M.Gesamtausgabe24,
411.
[5] Franz Leopold von Ranke, Geschichte der lateinischen und germanischenVölker. VorredezurerstenAusgabe 1824. En: SämtlicheWerke(Leipzig 1885). Reimpr. en
ScientiaVerlag. Aalen 1969; 33, 7.
[6] M. Heidegger, Sein und Zeit. 1. Teil., 2 Absch., 3. Kap., § 65. Max Niemeyer. Tubinga
1976, p. 326 (GA 2, 431).
[7] J. Ortega y Gasset, Las dos grandes metáforas (en el segundo
centenario del nacimiento de Kant) (1924). En: El espectador IV (1925). Obras completas (= O.C.). Alianza. Madrid
1983; II, 387.
[8] Sobre la posible imagen de
Europa, me permito remitir a mi edición de la obra colectiva: Buscando imágenes para Europa. Círculo
de Bellas Artes. Madrid 2006.
[9]J.M. Navarro Cordón, Metáfora e interpretación. Un giro
hermenéutico aislado. (En: J.M.N.C.(coord.), Perspectivas del pensamiento contemporáneo. Vol. I: Corrientes. Síntesis. Madrid 2004, p.
188.
[10] De entre los numerosos
trabajos sobre el tema, cabe citar –aparte del anteriormente citado- el
excelente estudio de Ricardo Tejada, La
metáfora del naufragio en Ortega y su pregnancia en algunos orteguianos. Revista
de Estudios Orteguianos 7 (2003) 139-172, que me ha servido de orientación en
este punto, así como:María José Rodrigo Mora, Metáfora y discurso en Ortega y Gasset. En: Atti del XX Convegnodell’Associazione di IspanistiItaliani. Andrea
Lippolis. Messina 2002, p.271 (accesible en la Red: http://dialnet.unirioja.es/servlet/libro?codigo=271506).
Cf. también: Fernando Lázaro
Carreter, De poética y poéticas(cap.7: “Ortega
y la metáfora”). Cátedra. Madrid 1990, pp.112-128; Jaime de Salas, La metáfora en Ortega y en Nietzsche. (En:
A.Domínguez, J.Muñoz, J.de Salas(coord.),
El primado de la vida. Cultura, estética y política en Ortega yGasset.
Ed.Universidad de Castilla-La Mancha. Cuenca 1997, pp.155-168). Es interesante
igualmente: Rosa Vázquez Recio, Las
metáforas: Objeto e instrumento de estudio. Aportaciones a la investigación
educativa. FQS 11 / 1, Art. 6, Enero 2010 (accesible en la Red: www.eumed.net<Revistas> CCCSS).
[11] J. Ortega y Gasset define
el sugerente verbo Ultrarcomo: “el
transcender por excelencia… el ir al universo.” Notas de trabajo. Epílogo. Ed. de J.L. Molinuevo. Alianza/Fundación
José Ortega y Gasset. Madrid 1994, p. 91, n. 91 (cit. en D. Hernández Sánchez, Estética de la limitación. La recepción de
Hegel por Ortega y Gasset. Ediciones Universidad de Salamanca 2000, p. 539).
[13]Ibid. II, 388.
[14]Ibid. II, 397.
[15]Pidiendo un Goethe desde dentro (= Goethe).O.C. IV,
397s.
[16] Como es obvio, sólo las
naves y quienes van en ellas naufragan. Esta relación entre nave y naufragio, y
su función metafórica para referirse, no sólo a los individuos, sino a esos
otros “individuos” que serían las Naciones, y por excelsa metonimia, Europa, es
algo sugerido en La rebelión de las masas,
donde utiliza Ortega la archiconocida imagen de la “nave del Estado”, como: “una metáfora reinventada por la
burguesía, que se sentía a sí misma oceánica, omnipotente y encinta de
tormentas.” Más problemático (pero
acorde con las ideas aristocráticas –del espíritu, no de la sangre- del
filósofo) es su afirmación de que “aquella nave […] había sido fabricada en la
Edad Media por […] los nobles, gente admirable por su coraje, por su don de
mando, por su sentido de responsabilidad. Sin
ellos no existirían las naciones de Europa.” (“El mayor peligro, el
Estado”, en: La rebelión de las masas (=
RM). XIII. Ed. de Domingo Hernández Sánchez. Tecnos. Madrid 2003, p. 260,
subr. mío).
[17] “¿Quién manda en el
mundo?”, en: RM. XIV.V, p. 296. Como
señala el editor en nota 408 ad loc.,
el cap. fue inicialmente publicado en El
Sol el 27 de abril de 1930. El texto tiene pues 82 años. Y goza de buena
salud.
[18]Misión de la universidad. O.C. IV, 321. Es extraño que, a pesar de
seguir utilizando dos años después, en 1932, el símil de la “agitación de los
brazos”, Ortega apunte (en Pidiendo un
Goethe desde dentro) que la idea subyacente aquí “es la cultura” (O.C. IV,
397), cuando por sus propias indicaciones pareciera más bien que la cultura
deba corresponder a una segunda actitud, más reflexiva.
[19] Fr. Nietzsche, VomNutzenundNachtheil der Historie für das
Leben. 3: “Cuando se osifica de tal modo el sentido de un pueblo, cuando la
historia (Historie) sirve a la vida
pasada de tal manera que socava la vida en su avance (das Weiterleben) y, precisamente, la vida superior, cuando el
sentido histórico no conserva ya la vida, sino que la momifica, entonces perece
el árbol gradualmente, de la copa a la raíz, hasta que al fin incluso la raíz
misma por lo común se arruina. La historia de anticuario degenera en el mismo
momento en que no anima ni vivifica ya la fresca vida del presente.” (UnzeitgemässeBetrachtungen II.-
KritischeStudienausgabe (= KSA). DTV-de Gruyter. Berlín/Nueva York 1988; 1, 268).
[20] RM. VII (ed. cit., p. 311). Adviértase
la cercanía entre la agitación desordenada de los brazos del náufrgo (primera
actitud) y los aspavientos de quien emplea la cultura para evitar enfrentarse
con la vida (corrupción de la segunda actitud).
[21]Ibid.
[22] Goethe. O.C. IV, 399.El título mismo de esta “Carta a un alemán”
recuerda no sólo a Goethe, sino a la actitud de Ifigenia en la tragedia
homónima: “Y largos días en la orilla estoy / buscando con el alma la tierra de
los griegos.” (Und
an dem Ufer steh‘ ich lange Tage / Das Land der Griechen mit der Seele suchend).IphigenieaufTauris. Acto I, escena 1ª, vv. 11-12.
[23] Seguramente la mejor
manera de entender la “repetición” orteguiana consistiría en repetir la “reiteración”, según Søren
Kierkegaard:“Reiteración y recuerdo son el mismo movimiento, sólo que en
dirección contraria; pues lo recordado ha sido ya, así que viene repetido hacia atrás (rücklings); en cambio, la
reiteración genuina (eigentliche: un
término que, a su vez, Heidegger reiterará, F.D.) se acuerda de la cosa hacia delante (vorlings).” Gjentagelsen(1843). Cito por la vers.
alemana: Die Wiederholung. Meiner.
Hamburgo 2000, p. 4.
[24] Intento de este modo
distinguir la actitud orteguiano-heideggeriana de la posición, más
conservadora, de Eugenio d’Ors, con su famoso apotegma: “Porque, todo lo que no
es tradición es plagio.” (‘Ethice,
riparógafo y grilo’ o los enemigos de la belleza. Publicado originalmente
en La Vanguardia, 28 de diciembre de
1943; recogido después en: Mis Salones.
Itinerario del Arte moderno en España. Aguilar. s.a. [1945], p. 200).
[25] Por citar de nuevo a
Nietzsche: “Es posible un estado superior de la humanidad en el que la Europa
de los pueblos sea ya un oscuro pasado, mas donde Europa seguirá viviendo
en treinta libros muy antiguos, pero nunca anticuados: en los clásicos.” Der
WandererundseinSchatten.125. KSA 2, 608.
[26] “¿Hay hoy una conciencia
cultural europea?” En: Europa y la idea
de nación (= EIN). Revista de Occidente/Alianza. Madrid 1985, p. 25.
[27] Como apunta ácidamente
José Luis Villacañas en su lúcido ensayo Europa hora cero: meditación
europea de Ortega, éste, en sus
últimos años: “siempre habla desde La rebelión de las masas.
Ese libro era
su orgullo más perenne.” Ágora 24/2 (2005) 177-198; aquí, p. 179.
[28] EIN, p. 17.
[29] B. Croce, Ciò che è vivo e ciò che è mortodella
filosofía di Hegel. Laterza. Bari 1907.
[30]Meditación
de Europa. O.C. IX, 272. La idea se encuentra ya en el joven Ortega: “Un
siglo llevamos trasplantando a España todas las tonterías de Francia, de
Inglaterra, de Alemania, y ninguna de sus corduras; porque son estas corduras
genuinamente francesas, inglesas o alemanas y, por tanto, intrasplantables. Lo
que vale en esos pueblos es el carácter; las costumbres son diferentes.” Reforma
del carácter, no reforma de las costumbres.
Artículo publicado enEl Imparcial, el 5 de octubre de 1907
(O.C. X, 20). Para paliar la impresión de “unidad de destino en lo universal”,
recuérdese que, aun siendo ardua tarea, en Ortega sería posible reformar el
carácter si existieran hombres egregios que así se lo propusieran y un pueblo
dinámicamente dócil (“plástico”, diríamos) que aceptara la metamorfosis. En todo caso, lo que no vale
es importar costumbres foráneas, sin más.
[31] En lo siguiente, sigo de
cerca el texto cit. supra, en nota
25: EIN, pp. 16-28.
[32] El mejor ejemplo lo daría
la Casa de Austria (no la nación “Austria”), que habría conseguido mediante
sabias combinaciones matrimoniales lo que otros países debían ganar mediante
conflictos bélicos. De ahí el famoso dístico, falsamente adscrito a MatthiasCorvinus:
Bella gerant alii, tu felix Austria nube. / NamquaeMarsaliis,
dat tibi regnaVernus.
[33] En: Werke. Suhrkamp.Frankfurt/M. 1970; 7, 502.La frase final alude
seguramente a la concepción dieciochesca de la Europa de Montesquieu, antes
citada. Lejos estaba Hegel de pensar que en el curso del siglo XIX, y hasta la
mitad del XX, la idea de un recíproco infligirse daño iba a alcanzar una
virulencia hasta entonces insospechada.
[34]RM, p. 82 (cf. De Europa
meditatioquaedam. En: Meditación de
Europa. O.C. IX, 294).
[35]Una interpretación de la Historia Universal. En torno a Toynbee:
“la idea del «espíritu nacional» fue, en rigor, pensada por vez primera en
el siglo menos nacionalista de toda la historia europea, a saber, en el siglo
XVIII, y dentro de él por el hombre más universalista que ha habido nunca, a
saber: por Francisco Arouet, dicho Voltaire.” (O.C. IX, 236).
[36] Por ello, no resulta
extraño que Ortega tilde a Constant de: “«retrasado» del siglo anterior [sc. del XVIII].” RM, p. 95.
[37] RM, p. 130.
[38] EIN, p. 16.
[39] De nuevo, es difícil no
pensar en que Ortega está haciendo una tácita analogía entre los nacionalismos
europeos y las díscolas “nacionalidades” internas al Estado español. En lo que
sigue, repárese igualmente en la posible analogía entre una Europa desgarrada
en 1937, a punto de entrar en la mayor guerra de la historia (1939-1945), y la
contienda española (1936-1939).
[40] “En cuanto al
pacifismo…”. En: RM, p. 385. Ortega recogerá el pasaje (recordando: “yo decía
esto en 1937”) en: De Europa
meditatioquaedam, de 1949.
[41]“La sociedad europea”, en: Meditación de Europa. O.C. IX, 326.
[42] “Hay hoy una conciencia
cultural europea”. EIN, p. 24: “La estructura de la economía actual fuerza a
nuestros pueblos, quieran ellos o no, a adoptar acuerdos formalmente constituidos
que limiten la soberanía de cada uno, subordinándola a poderes supranacionales,
y Europa como tal adquiere figura jurídica.”
[43] Esto es algo por demás
parecido al dilema en que de siempre se han encontrado los diversos movimientos
deudores del marxismo, oscilantes entre el voluntarismo (p.e. de un Lukács, en Historia y conciencia de clase) y el
necesitarismo (p.e. de un Engels, con su formulación de las leyes del materialismo histórico, de inexorable
cumplimento). En el caso de Ortega, podría paliarse un tanto la dificultad
acostando más el decisionismo a la vida del individuo (tanto más egregio cuanto
más decidido) y adscribiendo en cambio el fatalismo más bien a las naciones y
su evolución histórica (que es como decir, en lo esencial, la evolución
histórica de Europa y su destino). Sobre esta polaridad, el editor de RM remite
(en p. 172, n. 213) a Meditación de
nuestro tiempo y al curso ¿Qué es
filosofía?, de 1928 y 1929, respectivamente. El pasaje de la cito siguiente
es de noviembre de 1929.
[44] RM, 1ª parte, V., p. 172
[45] EIN, p. 28.
[46] RM, p. 172.
[47] RM, p. 173.
[48] Es difícil no estar de
acuerdo con J.L. Villacañas cuando dictamina: “Creo que el fondo profundo del
pensamiento de Ortegareside en el asunto de la nacionalidad, una especie de
nación en sí, que requiere de laelite formadora, capaz de formar una nación
para sí.” (art. cit. en n. 27: p. 182, n. 13).
[49] Al rechazar tajantemente,
y con razón, que un Estado (o sea, “la soberanía del Poder Público”) deba su
formación a la sangre o a la lengua, Ortega atribuye esa formación a “la previa
unificación política” (RM, p. 324; subr. mío). Pero pocas páginas después,
afirma (y es uno de sus leitmotive):
“No lo que fuimos ayer, sino lo que vamos a hacer mañana juntos nos reúne en Estado.” (RM, p. 329; subr. mío). De
esta polaridad sólo cabe salir, creo yo, si atendemos al ya mencionado bucle
del porvenir y lo sido. Y en efecto, en De
Europa meditatioquaedam (no sin echar mano a su teoría de las élites),
afirma: “sólo hombres capaces de vivir en todo instante las dos dimensiones
sustantivas del tiempo –pasado y futuro- son capaces de formar Naciones.” (O.C.
IX, 283). Parece que Ortega estuviera secularizando la idea del kairós y depositándola en las manos de
ignotos hombres egregios del futuro.
[50] De los hombres egregios,
responsables de todo proceso formador de naciones, y de su más alto resultado
en el próximo futuro: la formación de la ultra-nación
que será Europa, se nos dice que han sido formados por el “imperativo de la
ejemplaridad.” (De Europa… O.C. IX,
285). Pero cuando nos preguntamos de dónde proceda esa ejemplaridad, se nos
dice –muy en la línea tradicional- que
de los modelos antiguos, los cuales serían a la vez normativos e imitables:
de este modo, “tradición” y “espíritu de empresa” desembocarían, a través de la
acción decisiva de élites retrospicientes,
en la formación de la Nación. Sólo que ello parece chocar con la idea
primordial de Ortega: la primacía del futuro.
La idea de ejemplaridad ha sido revitalizada recientemente por Javier Gomá: Ejemplaridad pública. Taurus. Madrid
2009.
[51] La Déclarationde Robert Schuman puede ser considerada el acta de
nacimiento de la Unión Europea; se apoya ejemplarmente en dos polos: el de un
pasado terrible que no debe ser repetido (la guerra) y el de un futuro común,
en base a la regulación de la producción de los pilares de la industria pesada:
el carbón y el acero, garantizando la péréquationde
los precios, la creación de un fondo de reconversión y la libre circulación de
materiales y mercancías entre los países adherentes: desde el 18 de abril de
1951, el Benelux, Francia, Alemania e Italia. Y como preconizaba Ortega, todo
ello queda expresamente orientado, en cuanto “les premièresassisesconcrètes” a
“une Fédérationeuropéenne indispensable à la préservation de la paix.” Así
pues, la economía queda aquí subordinada al plano político (la Federación
europea) y al ético-jurídico (la consecución de un paz perpetua, al menos entre
las naciones de Europa: Ver el texto íntegro en:
fr.wikipedia.org/…/Déclaration_du_9_mai_1950.
[52] Escribo estas líneas el
15 de junio de 2012, dos días antes de las decisivas elecciones gubernativas en
Grecia, y una semana después del rescate, con condiciones todavía sin precisar
–mas en todo caso de temer- de la llamada “Banca mala” española.
[53] De acuerdo con la vieja
idea de que no hay como una agresión externa para reforzar –o incluso crear- la
cohesión social de una colectividad, Ortega apunta como detonante (für es, diríamos: para la propia Europa)
de lo que ya existe virtualmente: Europa como sociedad de naciones (ansich, o sea: füruns, los intelectuales), una ocasión cualquiera: “por ejemplo,
la coleta de un chino que asome por los Urales o bien una sacudida del gran magma islámico.” (RM, p. 84). Pero ahora
son los chinos, con su ingente capacidad crediticia y su sorprendente
producción mundial de baratijas, e incluso los musulmanes de Turquía o del
Maghreb (que, guste o no, son indispensables para el mantenimiento de la Europa
actual, y están ya con todos los derechos –o así debiera ser- dentro de ella),
los que en buena medida apuntalan desde fuera y sostienen desde dentro este
edificio de 27 plantas, ya resquebrajado antes de su terminación. En cambio, no deja de ser significativo (y
hasta un sí es no es escandaloso) que sólo una vez en toda su obra (¡y en una
nota!), cite Ortega a Edward Gibbon (cf. Del
Imperio Romano. O.C. VI, 180 n.), que en su celebérrimo Decline and Fall of RomanEmpirehabía
señalado la molicie, la degradación de las costumbres y la corrupción interna
como causas de la descomposición del Imperio… y propuesto a sensu contrario al entonces flamante Reino Unido una violenta
reacción contra esa patología, coadyuvando así intelectualmente a la formación
de esa “formidable realidad que es la British
Commonwealth of Nations”, saludada por Ortega como: “El fenómeno jurídico más avanzado que seha
producido hasta la fecha en el planeta.” (RM, p. 373s.). Sólo que, al apoyarse
de un lado en el Principio Balfour de 1926 («es preciso evitar el refining, discussingordefining”), y del
otro en el Principio «del margen y de la elasticidad»”, enunciado por Austin
Chamberlain en 1925 (“«la unidad del Imperio Británico no está hecha sobre una
constitución lógica. No está siquiera basada en una Constitución»”) (RM, p.
374), Ortega, aun siendo coherente con su concepción de la política como “puro
dinamismo” (RM, p. 375), está enunciando justamente la contrario de lo que la
Unión Europea viene pretendiendo al menos desde Masstricht (1991-1993): el
criterio de una generalizada y continua concordia
discors(Principio de transacción y negociación, como método de equilibrio
de disensiones) y el establecimiento de una Constitución Europea, de la que es
pálida sombra el Tratado de Lisboa, de 2007. Y no es tampoco en absoluto
extraño que hoy sea precisamente el Reino Unido (sin descartar los Estados
Unidos, a pesar de las declaraciones de buena vecindad del presidente Obama) el
que en buena medida esté obstaculizando el afianzamiento de la moneda única en
la Unión Europea, a fin de proteger la doble primacía de la City y Wall
Street.
[54]Mirabileauditu, una cierta luz podría venir (aunque más por
conveniencia propia que por solidaridad) del propio Reino Unido, también él
atribulado por la crisis. Véase si no el artículo de su Minstero de Economía,
George Osborne, titulado significativamente como: La hora de la verdad (EL PAÍS, 15 de junio 2012, pp. 33-34).
[55] En: La pedagogía social como programa político(Bilbao, marzo de 1910).
O.C. I, 520.
[56]El famosísimo apotegma,
con su consecuencia de recíproca salvación, apareció por vezprimera, como es
sabido, en las Meditaciones del Quijote (1914).
De esa expresión dice Ortega: “que condensa en último volumen mi pensamiento
filosófico, [y que] no significa sólo la doctrina que mi obra expone y propone,
sino que mi obra es un caso ejecutivo de la misma doctrina.” (“A una edición de
mis obras” (1932), O.C., VI, 347).
[57] Véase, de Joseph Nye, el
art.: Smart Power, en TheHuffington Post, 29 de noviembre 2007
(accessible en la Red).
[58] La Sixth East Asia Summit se ha celebrado en Bali, Indonesia, el 18 y
19 de noviembre de 2011. Véanse, en la Red,
lasrespectivasDeclaraciones: Chairman’s
Statement of the 6th East Asia Summit. Bali, Indonesia (http://dfat.gov.au/asean/eas/cs-eas.PDF), Declaration of the East Asia Summit on the
Principles of Mutually Beneficial Relations (http://dfat.gov.au/asean/eas/eas-principles.pdf), y Declaration of the 6th East Asia Summit on
ASEAN Connectivity (http://dfat.gov.au/asean/eas/declaaration-on-connectivity.PDF).
[59]Meditación de Europa (O.C. IX, 258). Me temo que este renovación de
la metempsicosis (o, por decirlo con
Geoffrey Chaucer: echar el nuevo vino en odres viejos) no valga ya para el
mundo globalizado.
[60]España como posibilidad.
En: Europa, 27 de febrero de
1910; O.C., 138.
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