“Cuando nuestro
conocimiento pretende reemplazar al misterio, el resultado suele ser una
arrogante caricatura de la verdad”. Theodor Roszak.
Es la figura de Goethe,
quizás, la del poeta por excelencia. Fue modelo para Nietzsche y Thomas Mann, y
su proyección hacia un saber universal le llevó a adentrarse en
muchos campos del conocimiento y a recorrer
las fuentes y los recovecos del espíritu. Compartió con Heidegger la necesidad
de retornar a la “Physis” de los
presocráticos –“dejar que las cosas sean”-, y entendía la ciencia como una búsqueda del “Urphänomen”
(el fenómeno primordial); es decir, la
naturaleza buscada y pensada bajo la lejana luz del “arché”.
Goethe, admirador de
Spinoza, expresó su afán panteísta en su poema “Los misterios”:
“Nimbada está
la cruz, prieta de rosas”
Donde se dan al mismo
tiempo el misterio de la cruz y la resurrección de la naturaleza; la primavera,
la sagrada naturaleza que se alza contra la ruptura del mundo moderno,
acontecida con Francis Bacon, Newton y… Descartes, que inaugura el pensamiento
moderno escindiendo la vida entre el mundo de la objetividad y el de la
subjetividad: Entendiendo el mundo objetivo como lo que obsta a la voluntad
ilimitada del espíritu subjetivo, el alma, y que, por lo tanto, debe de ser
dominada y superada. Es decir, se hace patente el antiguo dictum bíblico que exhorta a “dominar
la tierra” y se extrapola a la metodología de las ciencias naturales:
Dominar la naturaleza para comprenderla; la búsqueda incansable de su noumeno (la cosa en-sí del objeto, para
decirlo con Kant) y objetivar los conocimientos en nuestro espíritu. Es decir,
en lo subjetivo. Kant, en ese sentido, es
muy explícito: “Cabe organizar
observaciones y experimentos en favor de la experiencia posible y –digamos-
sonsacar (abfragen) sus secretos a la naturaleza: Tortura (natur-tortur).
Conocer la naturaleza no
tiene nada que ver con abrirla, perforarla o diseccionarla. Para Goethe, contra
la concepción de la razón convertida en cálculo, enajenada del logos, es, en
cambio, “intuición latente en todo juicio”.
En su ensayo sobre óptica, “La teoría de
los colores”, escribe lo siguiente:
“Si al modo del sol no fuera el ojo,
¿Cómo podríamos contemplar la luz?
Si el poder propio de Dios no viviera en nosotros,
¿Cómo podría arrobarnos lo divino?
Las ciencias naturales,
en cambio, proceden de un modo parecido
en la naturaleza a como lo hacen los hombres con Cristo. En ese
sentido, escribió el siguiente epigrama, no exento de mordacidad e ironía:
“Un estudiante
me ha dicho: Todo viene bien explicado
Por las teorías que el maestro
sabiamente nos enseña.
Una vez que habéis construido
habilidosamente la cruz de madera,
Es evidente que, de castigo, queda
bien colgar de ella un cuerpo vivo”.
Tal vez Nietzsche tenía
razón cuando dijo que Descartes no había dudado lo suficiente, de la misma
manera que los que no se dan cuenta de que la alienación y la crueldad no se
dan porque sí, ni surgen de la nada: Vienen dadas por una cosmovisión que las avala. Pero no es la única, ni la primera:
Queda esperanza, mientras nos quede la palabra y el pensamiento.
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