A sus 99 años de edad, el filósofo alemán Hans-Georg Gadamer
(Marburg, 11.02.1900 – Heidelberg, 13.03.2002) fue invitado a exponer sus ideas sobre la educacio en el Gymnasium Dietrich-Bonhoeffer de Eppelheim, el 19 de mayo de 1999. Soslayando los problemas cotidianos de las instituciones escolares, Gadamer sostuvo en esta conferencia, titulada originalmente Erziehung ist sich erziehen, que la educación consiste en educar-se, es decir, que la responsabilidad de nuestra educación recae sobre nosotros mismos, y no en nuestros padres o en nuestros profesores, quienes apenas pueden ofrecernos una modesta contribución. En efecto, educar-se es un verbo reflexivo que designa la acción autónoma que se niega a poner en manos ajenas la aspiración al perfeccionamiento constante de la persona humana. Pero no se trata de un llamado al individualismo, sino a la conversación con los otros como medio para autoeducarse, junto al papel de la lectura de las ideas de aquellos que no están con nosotros. El aprendizaje es el asunto íntimo de cada cual, y nadie puede echar esa responsabilidad sobre otros, dado que acontece en nuestra íntima morada, que es el lenguaje. Ajena a las “competencias” y a las “habilidades”, la auténtica educación es un resultado de la voluntad de autoeducarse conforme a los elevados ideales de la cultura. Apartando la atención de la propia singularidad, el hombre educado aprende abstrayendo un punto de vista general desde el cual puede juzgar con consideración y medida, trabajando sobre sí mismo para ganar opiniones autónomas, remediando con la propia actividad las carencias de saber.
Señoras y señores, como ustedes ven, soy un anciano achacoso y no deben
esperar de mí que esté a la altura de mi productividad o de mi
sabiduría. Eso de estar a la altura de la propia sabiduría es, de todos
modos, una pretensión algo dudosa. Con todo, siendo un hombre tan
anciano, se puede decir con certeza que he reunido una gran experiencia.
Pero la verdad es que mi actitud frente a ustedes es también una
actitud bien curiosa. ¡Es tanto lo que quisiera aprender de ustedes!
Debería saber cómo es hoy una escuela, cuáles son las preocupaciones que
tienen hoy los padres, las que tienen sus hijos, las que tienen sus
hijas, y todo lo que precisamente ya no sé. Me he preguntado si podía
sentirme llamado a hablar de estas cosas; y, sin que yo desee imponerlo,
hemos acordado que, en el caso de que absorba la atención demasiado
tiempo, tengamos un debate más corto. Si puedo abreviar algo la
conferencia, espero que tengamos un debate más largo.
Intentaré justificar por qué creo que sólo se puede aprender a través de
la conversación. Esta es, ciertamente, una afirmación de gran alcance,
en favor de la cual, sin embargo, yo tendría que desplegar en cierto
sentido todos mis esfuerzos filosóficos en los últimos decenios. Si yo
tuviera que titular de alguna manera esta lección o conferencia de hoy
—no es, como ustédes ven, una lección, y tengo por uno de los más
peligrosos atavismos de nuestra vida académica el que se siga hablando
de lección—. Leer no es hablar; se trata de dos cosas distintas. Cuando
uno habla, le habla a alguien; cuando uno lee, está este papel entre
ambos. En realidad, aquí no hay nada escrito salvo un par de notas que
he redactado, y por ello me sirvo de él sólo por un momento.
Afirmo que la educación es educarse, que la formación es formarse. Con
ello dejo conscientemente al margen los que puedan ser, obviamente, los
problemas entre la juventud y sus preceptores, maestros o padres. Deseo
contemplar todo este ámbito desde un ángulo distinto del que domina
propiamente el debate y pretendo llevar las cosas a una idea más
precisa.
Así pues, para empezar, me pregunto:
¿Quién es propiamente el que educa?
¿Cuándo comienza propiamente la educación?
No quiero entrar ahora en los conocimientos especiales de la
investigación más reciente que se ocupa de la relación de comunicación
entre la madre y el hijo todavía no nacido. Sin
duda hay aquí ya comunicación, si bien, también con toda seguridad, no
de naturaleza lingüística. En cambio, en relación con el recién nacido
se plantea una cuestión muy interesante: ¿Dónde están los inicios de
aquello que todos consideramos sin duda como la educación básica de todo
ser humano, a saber, el aprender a hablar? Aquí radican ya todos los
misterios que vienen al caso también para el tiempo posterior, por
ejemplo para lo que llamamos el desarrollo profesional. Sin duda, la
primera constatación aquí, aquella con la cual comienzo, consiste en
decir que esto puede verse en un niño recién nacido. En los meses
subsiguientes empieza con ciertos juegos, quiere coger algo y parece
complacido, incluso orgulloso, de poder hacerlo. Todavía no puede coger
ni querer realmente pero, con todo, uno percibe el gozo y un primer
sentirse bien en ello. Casi diría: sentirse en casa. No cabe duda de que
éste es el primer ingente trabajo anímico para un recién nacido; y por
esta razón grita también, precisamente porque no es capaz de enfrentarse
al hecho de estar repentinamente expuesto a un entorno por completo
inconcebible.
Si tratamos ahora de ver de este modo lo que evidentemente es el
siguiente paso frente a este primero, nos encontramos con que trae
consigo los primeros años del aprender a hablar. Como todos sabemos,
años increíblemente interesantes, llenos de sorpresas para los padres.
El hablar del ser humano no conserva después la viveza del uso libre del
hablar incipiente. Lo que a veces se muestra en él es una pérdida.
Todos sabemos que palabras, o también nombres, del lenguaje de la
infancia quedan adheridos a una persona durante toda su vida. Aquí hay
que dar un paso más. Hay que dedicar toda la atención a procurarse,
incluso para el propio nombre, algo así como una reacuñación de la
palabra utilizada por los padres, y algo parecido ocurre con los nombres
de los animales y en otros muchos casos. Naturalmente, este tema se
puede estudiar particularmente bien en el caso del poner nombres.
Así pues, nos preguntamos:
¿Quién educa aquí?
¿O es esto un educarse?
Es un educarse como el que percibo en particular en la satisfacción que
uno tiene de niño y como alguien que va creciendo cuando empieza a
repetir lo que no entiende. Por
fin lo ha dicho bien, y entonces está orgulloso y radiante. Así,
debemos partir quizá de estos inicios para no olvidar jamás que nos
educamos a nosotros mismos, que uno se educa y que el llamado educador
participa sólo, por ejemplo como maestro o como madre, con una modesta
contribución. Veremos todavía todo lo que esto implica. Si se me permite
el recuerdo de mi propia infancia y de la de otros que conozco de mi
propia vida familiar, esto será, claro está, sólo una ilustración que
cualquiera podría aportar. Es patente que el momento en que, después de
los padres, empiezan primero el jardín de infancia y después la escuela,
significa un gran corte en estos años de aprender a hablar. Sin duda es
un gran paso en el que tiene lugar algo realmente nuevo, "de la cuna,
por así decir, hasta la sepultura". Me refiero a la relación con los
otros seres humanos, la comunicación.
Yo tenía una hija, y en ocasiones mi esposa debía pedir a a asistenta
–entonces teníamos una asistenta- que le cambiara los pañales. Ello deba
lugar a continuación a grandes berridos. Al principio, yo también tenía
que hacerlo algunas veces y en opinión de mi esposa –seguro que tenía
razón- lo que yo había llevado a cabo era simplemente una tortura. Pero,
¡mira por dónde!, la niña estaba resplandeciente y se dormía
satisfecho. En efecto, así son las cosa en la comunicación, de la cual
no sabemos absolutamente nada todavía y que, sin embargo, cumple este
proceso del llegar a estar en casa que yo designaría con el mayor
énfasis como la idea directriz de toda clase de educación y de
formación. También la formación se forma así, si tenemos en cuenta sólo
una cosa, a saber, que la así llamada formación escolar tiene siempre
una marca característica: también aquí sólo hay lo que justamente se ha
formado. Éstas no son lo que llamamos especialidades particulares, sino
que ya significa algo así como formación general, algo que, ciertamente,
se desarrolla sólo lentamente.
Claro está que el jardín de infancia se encuentra actualmente en un
proceso de evolución del cual todavía no sabemos nada con exactitud. Los
misterios y las dificultades del campo de la educación se han visto en
gran medida apremiados y, en último término, amenazados por la
revolución industrial. Esto significa que también las madres se ven
obligadas, más o menos, a la actividad profesional. Para la población en
su conjunto debemos tomar nota de ello incluso allí donde nos
encontramos con personas no sujetas a dicha obligación.
Después
de todo, también la figura del padre ausente, el que tan raramente esté
ahí, es una experiencia curiosa. Pero en el caso del niño que está
totalmente al cuidado de los padres, ¿qué ocurre cuando ambos se van a
trabajar? Esto es algo que he aprendido a estudiar especialmente en
América. Por cierto que todo lo que es problemático debemos estudiarlo
alguna vez en otras partes. Esto es por lo menos prudente, y asi he
tenido también ocasión de conocer bastante bien los Estados Unidos. Es
muy necesario tener claro lo que significa, por ejemplo, el hecho de que
yo le dijera a un colega en su lugar de trabajo: «Pero, usted tiene
también familia, dos hijos» y que él respondiera: «Bueno, ¡qué más da!,
están frente a la tele». Se pueden ustedes imaginar los problemas que
este padre llegará a tener si se han hecho más fáciles estos primeros
años gracias a que los hijos han estado mirando en exceso la televisión.
Naturalmente, ha cometido ahí un funesto error. Ninguna valoración del
peligro que en un caso como éste representan los grandes medios de
comunicación para el auténtico ser hombre puede ser suficientemente
alta. Pues se trata por encima de todo de aprender a atreverse a formar y
exponer juicios propios. Esto no es en absoluto fácil. Hablamos con los
niños y sabemos hasta qué punto les es difícil empezar a escucharnos, y
cómo prefieren intentar ganarse a los extraños con una sonrisa
seductora.
Pues bien, éste es el tipo de problemas que, tras los primeros pasos en
el jardín de infancia, generan los primeros años escolares. ¿Con qué
empiezan? Ante todo, naturalmente, con los muchos compañeros, de los
cuales no todos le gustan al niño, aunque sí algunos. Todo el juego de
gustar y no gustar, de la simpatía y la antipatía, todo lo que demanda
la vida en su conjunto, acontece también en las clases. El pobre maestro
ejerce una función muy modesta si pretende influir en este proceso.
Allí donde el hogar ya haya fracasado por completo, normalmente tampoco
el maestro tendrá mucho éxito. Pero es claro que esto son cosas obvias
que no precisan mayor comentario. Quiero solamente mostrar sus
consecuencias.
De lo que se trata es de que el hombre acceda él mismo a su morada.
Ésta es una expresión utilizada por Hegel, un gran filósofo que en su
uso especulativo se atrevió a modificar algo las palabras, por ejemplo
de morar (hausen) a acceder a la morada (einhausen).
El acceder a la morada en el mundo se muestra también con ese
atrevimiento a formar nuevas palabras del que he hablado. Esta edad es
muy interesante, mucho.
Pero este "mundo" de la familia experimenta luego, como veíamos, una
primera tendencia a la igualación y a la adaptación, primero en el
jardin de infancia y luego, mucho más, en los primeros años escolares.
Allí se exige algo nuevo que después se expresa de múltiples maneras. Un
comienzo totalmente nuevo es, por cierto, el aprender a escribir. ¡El
aprender a escribir! Cualquiera lo recordará inmediatamente y yo ni
siquiera sé con exactitud actualmente en qué consiste en la práctica,
sin embargo supongo que por ahora se aprende todavía a escribir antes de
aprender a servirse de un aparato. Obviamente, lo que sí sé es que esto
tiene una función totalmente distinta. En todo caso existe todavía,
como se sabe, la llamada escritura escolar. Se enseña en la escuela y
llega a ser una de las cosas más interesantes, en la que podemos
reconocer la evolución del ser humano. El momento en que a partir de la
escritura escolar se forma la escritura a mano. Ignoro si este símbolo
subsistirá por mucho tiempo. Es probable que dentro de poco apenas
exista algo como la escritura a mano, a lo sumo existirá para las
firmas. Pero siempre fue una especialidad peculiar el hacerlas
ilegibles. Y aquí se trata de problemas que nos llevan a otras cosas que
también forman parte manifiesta de la educación.
Añadamos ahora la pregunta:
¿Para qué es uno propiamente educado?
¡Ah!, me acuerdo muy bien de mi propia infancia, y a veces viene también
a mi mente mi propia experiencia profesional, cuando ocurre, por
ejemplo, que un estudiante me llama por teléfono: «Profesor, disculpe la
pregunta, pero leo aquí en un libro esto o aquello; ¿qué significa en
realidad la palabra?». Esto no son modales, pues los modales exigen que
uno no piense sólo en sí mismo sino también en que se molesta a alguien
cuando se le llama por teléfono. Y en todo caso uno debe tener
especiales razones si, a causa de la importancia del asunto, es
necesaria una respuesta inmediata. En cualquier caso, esto va contra los
buenos modales, hubiéramos dicho antes. Ahora bien, esto se va
convirtiendo paulatinamente en un problema. Obviamente, sabemos que esto
llega a ser un arduo problema en las familias en las cuales no es
posible que el crecimiento de los niños se produzca precisamente bajo un
gran cuidado de los padres. Y justamente allí el tener buenos modales
alcanza un altísimo valor social. Que alguien que crece en condiciones
modestas se muestre bien educado es algo que se nota en la manera de
hablar, algo que le da un atractivo que percibimos enseguida con
respeto. Naturalmente, algo similar ocurría en los países en los que se
habla habitualmente en dialecto. Yo vengo de Silesia, y allí las capas
altas de la sociedad no hablaban en absoluto el silesiano. Tal cosa
estaba incluso prohibida, a causa de la proximidad de la lengua polaca,
que se hablaba en partes de la Silesia "prusiana" y donde las familias
alemanas estaban naturalmente a la defensiva frente a la presión de la
población polaca. Ahora bien, todo esto son pequeños problemas que se
muestran igualmente en otros países bajo otras formas. Tengo
perfectamente claro que yo, como silesiano en territorio suabo, no soy
otra cosa que un extranjero, que, no obstante, lleva cincuenta años en
Heidelberg. A nadie se le ocultará que esto es una circunstancia
atenuante.
Vuelvo a hacer hincapié en la enorme importancia de la lengua materna.
Realmente es algo que, como se ve, encierra fuerzas insuperables que no
cabe subestimar. La lengua materna persistirá en el mundo venidero con
absoluta seguridad. He estado lo suficiente en América y en otros
continentes como para saber que las tradiciones familiares y, sobre
todo, la propia lengua materna, se respetan y se cultivan. Es así en
gran escala en toda América. En California, por ejemplo, uno se
encuentra con un gran número de pueblos o ciudades japoneses y rusos. No
hay que dejarse engañar por el lenguaje de las relaciones comerciales,
cuyo desarrollo lleva ya actualmente en mayor o menor medida a un
predominio absoluto del inglés en Europa y pronto en todo el mundo. No
es de eso de lo que estoy hablando, sino de la lengua materna, en la
cual uno hace preguntas y aprende, y mantiene conversaciones como
adolescente. Normalmente, las conversaciones no se mantienen tampoco por
teléfono. Hay quien lo hace, lo cual es muy malo para los que pretenden
dar otro uso al teléfono. El fenómeno es conocido. Existe precisamente
algo así como la manía del cotilleo. No obstante, ejercitada con
moderación, la tendencia a la conversación es una buena cualidad. De
todos modos quisiera subrayar que, en todo caso, aquí se da
decididamente prioridad a la lengua materna, incluso por parte de
quienes se crían en muchas o en varias lenguas. Igualmente, no es en
modo alguno infrecuente que el padre y la madre, aun usando una sola
lengua en el marco familiar, hablen en otra con el resto de personas.
Claro que, entretanto, hay de todo.
Ahora bien, éste es un tema totalmente nuevo que va también de la mano
de la revolución industrial, al que se añade el hecho de que cada vez
aprendemos más a manejar lenguas extranjeras. Sólo puedo decir con
asombro que la significación de este hecho parece estar muy lejos de
corresponderse con la práctica. No se trata ya de la forma con la que a
mí y, supongo, que a ustedes, se nos enseña en mayor o menor medida una
lengua extranjera por medio de la lectura de textos y de la escritura.
Esto no es lo habitual. Lo habitual es la conversación, y algo que no
puedo inculcarles con fuerza suficiente es que de hecho nuestro mundo
social tiene ahí cada vez mayores posibilidades. Quien está acostumbrado
a hablar sólo en dialecto se comporta de inmediato de un modo un tanto
extraño frente a los que hablan el alto alemán —es inevitable—. En ello
se pone de manifiesto que uno va viendo cada vez más lo que la
conversación significa para el otro. Y éste es un punto en el cual soy
decididamente de la opinión de que en el aprendizaje de las lenguas
extranjeras vemos en demasía una relación unilateral y no una
comprensión recíproca. Queda claro que tenemos buenas razones para
aprender una lengua y para aprender lo que hay que saber acerca de su
contenido, y ello implica también, sin duda, la lectura. De modo que es
comprensible que esto tenga una cierta extensión que los programas de
estudios privilegian. Con todo, señoras y señores, concédanme que es muy
peligroso considerar obligatorios los planes de estudios, sería malo
que ocurriera en todas partes. Afortunadamente no sucede, aunque aún se
sigan considerando lo más importante. Tal como lo veo, lo más importante
sería ser capaz de contestar cuando se nos pregunta y ser, a su vez,
capaz de hacer preguntas y recibir respuestas. Si yo tuviera algo que
afirmar al respecto —lo que, en verdad, no es el caso— diría que en los
planes de estudios, por cada 45 minutos de clase en lenguas extranjeras
se deberían reservar como mínimo 10 minutos para preguntas. Esto sería
un plan de estudios indeterminado de primera categoría. Especialmente
cuando se
trata de lenguas extranjeras como, pongamos por caso, el inglés y el
francés.
En el caso del aprendizaje del latín es otra cosa.
En el latín se puede finalmente llegar a entender la gramática.
Sin embargo, por desgracia, es una barbaridad inculcar la gramática de
la lengua materna. Recuerdo el único fracaso que tuve como niño en la
escuela —pueden ustedes imaginar que yo era un alumno bastante bueno—.
En el tercero de primaria, tuve que aprender la gramática del alemán,
las declinaciones:
yo - mío - a mi - me; tu - tuyo - a ti - te (todavía me las sé de memoria)
y me encontré de pronto entre los tontos, los que iban atrasados en
todo. Se trataba de algo que nunca me había sucedido; tuve que ser
oportunamente adiestrado para aprender a declinar. En realidad cuento
esto ahora (es muy divertido oírlo) sólo para mostrar los problemas que
uno tiene al respecto. Este tipo de gramática no es propia del alemán,
sino que es una transposición a partir del latín. Es algo que está muy
claro. Para el aprendizaje de las lenguas extranjeras se necesita la
gramática latina, y todas las palabras que se emplean son aún palabras
latinas y así seguirá siendo siempre. Quien todavía no sabe latín tendrá
dificultades con la gramática. Resumo de este modo mis experiencias de
niño en la escuela. Otro ejemplo: en mi juventud tuve una experiencia
que supongo que todos ustedes tienen a su modo: el caso de un profesor
que se interrumpe, pretende atenerse al plan de estudios, y dice: «Pero
esto no es para vosotros todavía». ¡Algo así no se olvida jamás! y es
doblemente interesante. Se ve qué es lo que no importa y se observa qué
es lo que vale: despertar el placer de aprender. Todos ustedes conocen
asimismo las estrategias con las que, cuando uno está mal preparado, se
logra que el maestro no consiga plantear las preguntas del examen
apabullándolo con esas mismas y difíciles preguntas. Así se da,
naturalmente, esta guerra de guerrillas. En modo alguno quiero
empequeñecer esta estrategia y esta táctica. Ha existido siempre, pero
habría que tener en cuenta mucho más su papel central. Aprender una
lengua no quiere decir necesariamente escribirla impecablemente sino,
por encima de todo, ser capaz de dar cuenta de algo. Lo recuerdo: yo iba
a la escuela, en los infaustos años de la guerra, en 1914. Iba a una
escuela que, según me he informado, tenía un plan de estudios parecido
al que tienen aquí. La primera lengua extranjera que aprendí fue el
francés, por cierto que, durante un año, mediante una fonética. Durante
un año no pude hablar una palabra francesa..., me limitaba a producir
sonidos franceses. Ése era por entonces el gran progreso de la fonética
alemana que se practicaba en ciudades como Breslau. Me temo que esto ha
cambiado después. Sin embargo, antes era habitual y tuvo como
consecuencia que, aunque nunca he vivido por mucho tiempo en Francia,
aún hoy mi francés no se hace notar por la pronunciación. Cometo otra
clase de errores, pero la pronunciación es buena, y para una
conversación esto es mucho más importante que lo que digo.
Ahora bien, esta observación general pone de manifiesto hasta qué punto
el otro está siempre presente en nuestro ser en el mundo. Lo mismo que
ocurre entre los niños, ocurre también entre las lenguas extranjeras. De
este modo sale a la luz el educarse recíproco. A ello se suma el papel
que desempeñan los padres o quienquiera que sea que cuide de los niños.
Pienso que uno se puede imaginar cómo todo esto continúa, cómo continúa
paso a paso de modo que al final uno recibe siempre improntas
perdurables. Así no hace falta que los modales tengan esta forma bárbara
que consiste en ponerlos innecesariamente de relieve a cada instante,
sino que se brinda a cualquiera la ocasión de comportarse de un modo que
pueda ser grato al otro, y viceversa: la educación es así un proceso
natural que, a mi parecer, cada cual acepta siempre cordialmente
procurando entenderse con los demás.
De este modo nos vamos aproximando poco a poco a lo que luego uno
aprende en las escuelas. Estoy hablando de entenderse en una lengua
extranjera. Es obvio que la lectura, y la lectura comprensiva en la
propia lengua materna y, por supuesto, en las lenguas extranjeras,
figuran entre las grandes ampliaciones de nuestro horizonte mundano.
Debo reconocer al respecto que, no por mi culpa sino por la de la
historia mundial, yo no he aprendido en verdad ninguna de las grandes
lenguas extranjeras mediante la estancia en el país correspondiente.
Esto no fue posible. De 1914 a 1945 tuvimos una guerra de treinta años.
Por lo que se refiere a los viajes, todos sabemos cuan rápidamente se
hicieron imposibles, sobre todo por razones económicas, tras la toma del
poder por los nacionalsocialistas.
Ahora empiezo a acercarme a la cuestión:
¿Qué es lo que se aprende en la escuela?
¿Cómo se forma uno?
¿Cuál es la formación que se configura?
Solemos llamarla "formación general", y con ello hacemos referencia a
algo que, en efecto, es muy importante, a saber, que no se impongan
prematuramente las especializaciones. A mi parecer, algo que todavía hoy
está bien en las escuelas superiores alemanas es que no se persiguen en
exceso las especializaciones. Existe, sin embargo, una materia de
importancia muy especial: las matemáticas. Puedo asegurarles que he
mantenido relaciones de amistad con muchísimos matemáticos, entre ellos
algunos de primerísima categoría, premios Nobel, etc., y he conversado
con ellos muchas veces sobre dicha cuestión. El resultado fue siempre el
mismo: los mejores matemáticos son siempre los humanistas, pues ellos
habrían aprendido a trabajar mejor y no habrían aprendido una falsa
matemática. La verdadera matemática es demasiado difícil para las
escuelas. ¡Esto es sencillamente una realidad! Ello no significa que
debamos renunciar a ella, pero debemos ser conscientes de que el haber
tenido buenas notas no es un indicio relevante para estudiar matemáticas
después. Entonces hay que aprenderlo todo de nuevo completamente. Se
trata de algo que mis colegas de esta materia con los que he podido
mantener conversaciones en muchas universidades consideran un hecho muy
importante. Esto no se limita a las matemáticas. Existe, por demás, algo
asi como un sensorio para lo que uno debe saber y para lo que uno desea
saber y donde sólo en último término en el trato con el otro, en el
uso, uno se puede mostrar efectivamente; Es lo que uno necesita para
poder entenderse con el otro.
Con ello estamos justamente en medio de lo que yo considero un punto de
vista decisivo también en mi propio mundo filosófico, a saber, que el
lenguaje sólo se realiza plenamente en la conversación: También para el
maestro, ser realmente capaz de ello es sólo una posibilidad limitada.
Es completamente claro que determinadas unidades del plan de estudios
deben ser respetadas, pero lo decisivo es, sin embargo, que a la postre
se dé al adolescente la capacidad de enmendar sus propias carencias de
saber a través de su propia actividad. El educarse debe consistir ante
todo en potenciar sus fuerzas allí donde uno percibe sus puntos débiles y
en no dejarlos en manos de la escuela o, menos aún, confiarlo a las
calificaciones que constan en los certificados o que, acaso, los padres
recompensan.
No vayan a creer que hablo aquí de cosas que me son desconocidas. Decir:
«el mundo cambia» es el privilegio de un anciano pensativo. ¿En qué
dirección va a cambiar? Bien, no hay duda de que, obviamente, aparte de
las firmas, apenas se desarrollarán ya escrituras a mano. Una pérdida.
De este modo uno se acostumbrará a la escritura a máquina de las más
diversas formas, que van mejorando continuamente. Se irá cada vez más
deprisa y con ello, según creo, ganaremos tiempo. Pero debemos aprender a
emplear dicho tiempo. Ganaremos tiempo, salvo los cotillas usuarios del
teléfono ya mencionados. Es obvio que deberemos aprender a ser tanto
más breves y concisos con los medios modernos para que este tipo de
comunicación pierda el carácter horrendo de otro modo inevitable. Basta
recordar algo que antes era obvio: no se debía invitar a nadie por
teléfono a una visita a casa, sino que había que escribir una carta, o
algo parecido. Es del todo claro por qué razones son muchas las cosas
nuevas que nos esperan. Ahí se encierran a su vez nuevas exigencias. ¿Y
de qué modo, si no se
forman grupos, ha de realizarse ello en estas universidades, o también
en las escuelas? Se trata de algo que debemos aprender. ¡También las
asociaciones! De modo que soy un gran defensor del fomento de todas las
asociaciones ciudadanas porque en ellas se ejercita la convivencia
humana.
Esta convivencia es, en
efecto, la palabra clave con la cual la naturaleza nos ha elevado por
encima del mundo animal, justamente por medio del lenguaje como
capacidad de comunicación y éste es el punto al que quiero llegar.
Al respecto, la iniciativa debe residir más bien en la juventud misma.
Todos hemos tenido que aprender esto. Y la juventud estará dispuesta a
seguir haciéndolo a su modo. A tal fin, cuando ustedes empiecen a
estudiar, entrarán en nuevos círculos. No ya el amigo del colegio, los
compañeros de clase —el reencuentro con un compañero de clase es algo de
un valor muy especial cuando uno se hace mayor—. Uno tiene una
experiencia concreta de las fuerzas vinculantes que dormitan en cada uno
de nosotros allí donde mantuvo vínculos íntimos e hizo nuevas
experiencias, que intercambia con el otro. Asimismo, en el tempo
uniformizador en el que suelen transcurrir las relaciones comerciales y
los negocios, será tanto más importante que, en un momento de tiempo
libre, uno hable con su superior, o su subordinado, con verdadera
sensibilidad, o bien con indiferencia. Algo que nunca cambiará es el
hecho de que no es lo que pueden transmitir las máquinas lo que tiene
auténtico valor informativo. Esto vale ya para la escritura a mano, como
ya sabemos por la grafología. Pero no hay duda de que vale igualmente
para todos los otros adelantos que nos esperan y que no se pueden
ignorar, pues es evidente que tienen su función determinada. Pero
también nos invitan a desarrollar la cara opuesta que nos hace falta.
Ahora puedo verlo muy claramente en las universidades. Allí tenemos
clases gigantescas a las cuales asisten centenares de estudiantes. Ni el
profesor puede reconocer al alumno dotado ni se pueden reconocer entre
sí los que congenian. Es un ajetreo desesperante. Espero que algún día
la cosa cambie. Lo veo en los ejemplos americanos e ingleses. En algunos
países funciona. Pues bien, ¿cuál es aquí el problema? ¡Iniciativa y
capacidad de juicio! Ciertamente, hay mucho. Recomendar el libro
adecuado, no porque haya sido anunciado en una revista. Falsos anuncios,
esto es, anuncios a los que lo mejor es no hacer caso, los hay siempre.
Pero ¿qué es lo que realmente merece la pena? Recuerdo lo que significó
para mí el marcharme de repente de casa, es decir, el convertirme en
estudiante. De pronto –era en tiempo de guerra- entré a formar parte de
un círculo en el que había chicas estudiantes, chicas cultas y
encantadoras, y se aprende de pronto algo totalmente nuevo. Recuerdo,
por cierto, haber leído en ese año, 1918, un libro de Theodor Lessing,
alumno de Husserl, era un periodista de izquierdas que más tarde cayó
víctima de un atentado. Tenía sin duda sus aspectos jocosos y
desagradables. En modo alguno pretendo levarlo a la categoría de genio,
pero no quisiera estar privado de la experiencia que tuve con su
lectura. Aprendí que la crítica a la ética del rendimiento que, como
optimismo del progreso, lo domina todo, era ya por entonces, en el año
1918, un mensaje totalmente nuevo que me causó una profunda impresión.
Entonces empecé a leer novelas rusas, y las escandinavas y holandesas,
es decir, todo lo que era bueno y fácil de traducir. Y así es como se
forma uno.
Este tipo de formación
es hoy especialmente necesario en las universidades, pues los medios de
masas lo dominan todo y tienen efectos ensordecedores, mientras
que en los planes de estudios y de preparación profesional de las
universidades las especializaciones van en aumento –a despecho del
nombre “universidades”-. Si observamos los trabajos científicos que se
presentan como tesis doctorales, es terrible constatar hasta qué punto
esto se limita a la proliferación de especialidades.
Circunstancialmente, puede dar lugar a fructíferas contribuciones
científicas; pero, en tanto, que actitud básica para abrirse camino y
llegar a estar en casa en nuestro mundo, las experiencias decisivas y la
propia capacidad de juicio y formación quedan muy restringidas. Hoy en
día se trata más bien de adaptarse a lo que está en curso, de manera que
uno no pueda documentarlo en un libro. Hay que oponerse a esto, aun en el caso de que el éxito no esté claro.
Una preocupación de la que se oye hablar mucho es que incluso en
nuestra economía se practica demasiado el seguimiento de reglas y la
evitación de riesgos. ¿Quién ha aprendido realmente si no ha aprendido de sus propios errores?
Bien, yo no puedo emitir un juicio al respecto y estoy lejos de permitirme tal cosa. Pero me mantengo en que, si
lo que uno quiere es educarse y formarse, es de fuerzas humanas de lo que se trata, y en que sólo si lo conseguimos sobreviviremos indemnes a la tecnología y al ser de la máquina.
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